Todavía me acuerdo la primera vez que caminé por mi calle ya de universitaria.
Luego de estar doce años en un colegio muy estricto, ahora caminaba libre y feliz por República, sintiéndome linda con mis jeans.
No podía entender. Tanta gente, tanta juventud, toda gente feliz y en otra actitud; habían colores, mil formas, árboles. Todo era desconocido. No existían los uniformes.
Me sentía que había estado presa por años, y que no sabía que existía este mundo. Otro mundo, otra vida... otra gente a la que yo conocía. Presa, esa es la palabra, pero no debí ocuparla ese día, en mi cabeza, en mis sentimientos. Estar preso es mucho mas y alguna vez lo sentí y vi de cerca.
A mediados del tercer año de universidad, Rafael, un amigo mío que es gendarme, me propuso hacer un proyecto deportivo para presos. Me reí, pero él hablaba con demasiada seriedad, mucha para mis hombros.
Quien pensaría que en mi era de estudiante me plantearían algo tan agudo e intenso como hacer y construir una ventana de diversión para encarcelados.
Joven e idealista, con muchas ganas de cambiar el mundo, tomé este desafío aterrador para mi.
Lo aterrador fue lo que me hizo aceptar, porque mientras más miedo algo me da, es porque más miedo le tengo a fracasar en él. Eso es pasión.
No sabía bien cómo lo haría. Inventé mil formas, mil cosas y me asustaba en pensar el día que tendría que enseñarles algo a estos hombres y mujeres casi sin historia ni futuro, encerrados por algún error en sus vidas, o por alguna maldad que no quería saber.
Se me ocurrió hacer un tipo de
kermesse deportiva. Mezcla de varios deportes en uno o dos días, y los internos divididos por alianzas que les harían sentir el trabajo en equipo.
Me asustaba un poco la competencia, las malas actitudes, pero el deporte se representa de esa forma y no debería haber nada diferente a un evento con personas en otras condiciones. Finalmente, el desafío sería el mismo, el deporte es igual para todos.
La idea de los grupos, también, era para que se apoyaran unos a otros, identificados en diferentes deportes; además, en la final habría una entrega de premios.
Fue un mar de organizaciones, días y noches pensando la estructura de aquel día, cómo debían ir las canchas en el reducido espacio. Mil veces cambiamos el día hasta que decidimos hacerlo para el 18 de septiembre. Todo ese fin de semana en son de un campeonato que tal vez -si todo resultaba- podría hacerse todos los años.
Tremenda imaginación.
Llegó el día. Rafael me ayudó en todo. El era muy bueno en su trabajo, entregado. Su labor era durísima, pero siempre, encariñado más por la visión interna que la del pasado. Quería mejorarle la calidad de vida que llevaban estas personas dentro de la cárcel.
"La vida es tan corta -me comentaba- que uno no alcanza a vivirla de nuevo para enmendar errores. Hay que vivir el borrador, y eso a veces es duro, sobre todo para algunos. No hay vuelta atrás".
Eso me daba para imaginar que no todos los presos eran malos (ni que todos los malos están presos) como uno imagina.
Llegamos temprano en la mañana. Estaba ya todo arreglado. Las canchas listas, invitados especiales, animación, equipo y uniformes, que los mismos reclusos habían ayudado a confeccionar.
El día, parecía con más colores, más radiante, fuera de lo normal. Partimos. Eran las diez y estábamos todos rodeando una cancha de baby. Como faltaba un árbitro, me puse yo a un lado y Rafael a otro. Pitazo inicial, los verdes contra los azules. La hinchada afuera, bulla, gritos, patadas, jugadas, pelotazos... En eso sentí el sol directo a los ojos, no vi bien, y siento la pelota que me desforma la cara, perdí el equilibrio y me fui hacia atrás. Caí con todo el cuerpo sobre mi nuca. Perdí el conocimiento. No recuerdo más.
Desperté ya de noche en una clínica, con mi viejo mirándome.
-¿Qué paso? -Le pregunté con un terrible dolor de cabeza.
-Un tec -me respondió- pero estás bien. Despertaste ayer, y te cedaron, por que hablabas mucho de que tenías que ir a arbitrar.
-Papá... ¿y como salió todo?
Amanda está feliz con sus florcitas
-Un éxito -me respondió mientras me acercaba unas flores que recibí, con una tarjeta que decía: "Amanda, con usted la libertad la sentimos de cerca. Gracias, la esperamos el próximo año.
Mi viejo tenía los ojos a punto de hacer agua. Nunca lo había visto así, sentí que me admiraba y como si tuviera cinco años me acarició la frente...
-Duerme hija mía, es hora de descansar.
Amanda Kiran