EMOLTV

Columna: Ha llegado carta

13 de Noviembre de 2002 | 16:53 | Amanda Kiran
Con la edad uno se preocupa de tonteras y duerme menos y más mal. No pasa siempre, pero cuando pasa es muy molesto y debo arrancar de la cama, como ese sábado que desperté tipo siete de la mañana.

Abrí la cortina, aún no amanecía y estaba livianamente fresco, y desde mi ventana me brilló la mountain bike de mi hermano, muy roja y limpia. Me tentó, así que cambié el desvelo por una buena cicletada.

Amanda Kiran
Don Manuel heredó el viejo bolso de su padre.
Me fui por Vitacura; bajé rápido, muy rápido hasta llegar a Manquehue. Pensé en llevar música, pero preferí los cantos de los pajaros madrugadores entre el sol anaranjado. En eso vi a un cartero, vestidito de azul perfecto a lo lejos, y ¡plaf! se le cayó el bolso entero de cartas.

Su cara de desconcierto me conquistó en medio segundo. No me di cuenta cuando estaba encuclillada al lado de él, ordenando por direcciones las mil cartas que habían perdido el verdadero rumbo.

De la nada empezó a hablar.

-Mi papá me heredó este bolso, y esta es la tercera vez que se me corta la correa, pero no lo quiero dejar de usar.

Decidí quedarme un rato con él. Después supe que se llamaba Manuel. Arreglamos las mil cartas desparramadas, nos levantamos del suelo y lo ayudé a repartir.

Don Manuel tenía una técnica. No es sólo tirar cartas, sino que poseía distintos movimientos para lanzarlas o para repartirlas. Estudiaba bien sus cuadrantes y maximizaba lo más posible su tiempo para poder llegar temprano a su casa. Tenía una inmensa familia, y los sábados, generalmente, lo esperaban para almorzar. Para él era sagrado escuchar los cuentos de su familia, aunque fuera una vez a la semana.

Uno de los cuadrantes que le tocaba correspondía justo con la casa de mi abuela. Ella, por una u otra razón, no tenía casi contacto con mi padre, y a mí desde chica nunca me habían dejado verla. A veces en la familia se hablaba que era una señora de edad, de unos ochenta y tantos años, pero al parecer con su cabeza muy lúcida.

Al llegar a su casa, me puse nerviosa. Le dije a don Manuel que me escondería tras un árbol mientras él cumplía con su tarea.

-¿Por qué? ¿Qué puede haber tan terrible en esta casa, que a usted le asuste como para quedarse tras un tronco oscuro?- me dijo.

-Ay, don Manuel, es una larga historia familiar y en la que yo prefiero ni meterme- le contesté.

-Pues vamos a entrar -me respondió categórico. Si son tan antiguas, es hora de refrescarlas. Ya me ayudó con las cartas, ahora yo la ayudaré con su conciencia.

Y se sonrió.

Tocamos juntos el timbre.

"¡Carta!", gritamos los dos, yo nerviosa y muy incómoda; él, relajado y feliz.

Amanda Kiran
Con la abuela Raquel viví un hermoso sábado.
Como en un cuento, crujió una puerta llena de telarañas que se abrió despacio. La entrada que yo recordaba como inmensa, ya no era tan grande, y tras ella se asomó una dulce viejita muy pequeña, de pelos mitad blancos y mitad plateados.

-¿Qué pasaaaa?- gritó con voz firme.

Quise salir corriendo, porque ya no era tan dulce ni tan pequeña.

-Traigo una carta y una encomienda- le dice don Manuel.

Entonces fue cuando la abuela Raquel me vio. Me reconoció de inmediato, como pude ver en sus lágrimas.

-¡Amandita! Por Dios que has crecido, mi niña...

La volví a ver dulce y pequeñita, entre mis propias lágrimas.

Eran ya las nueve y media de la mañana, hora de un buen desayuno, así que acepté su invitación y entré. Don Manuel siguió su pega y me dejó.

El desayuno se prolongó en almuerzo, después un rico té y finalmente llegó la comida.

En un día recorrimos las imperfeccciones de nuestra historia, los debates de egos y de lo estúpido que te pueden parecer los desacuerdos por la falta de comuncación.

Volví a casa ya de noche, mitad triste, mitad feliz, con la tranquilidad de haberla conocido, de haber compartido, de saber que la sangre tira, y harto, y hace querer a personas que apenas conoces. Volví y nunca le conté a nadie de ese hermoso sábado.

No volví a ver a la abuela Raquel. Un par de meses después me avisaron de su muerte y visité su tumba, lejana del resto, sin entierros, sólo lágrimas para mí.

A don Manuel lo busco día a día por el barrio, por las calles, por el mundo. Busco a un cartero que me entregue una carta diciéndome "señorita Amanda, la invito a almorzar este sábado junto a mi familia". Busco al hombre que me regaló la integridad y el sueño profundo.

Por siempre, sigo esperando esa mágica carta y al cartero que me regaló paz.

Amanda Kiran
EL COMENTARISTA OPINA
¿Cómo puedo ser parte del Comentarista Opina?
Recomendados Emol