MADRID.- Kim Clijsters es una tenista potente, hábil, talentosa y abierta. Pero la constancia es sobre todo la característica que la alzó hoy hasta el sueño de convertirse en la nueva número uno del tenis femenino mundial.
"Es una sensación que no puedo describir. Es un día que nunca olvidaré. No importa lo que ocurra en el resto de mi carrera, nadie podrá quitarme esto. Es algo que siempre tendré en mi currículum", comentó la belga, de 20 años.
Clijsters se convirtió en la duodécima jugadora en subirse a lo más alto del ránking desde su creación en 1975 al derrotar en la final de Los Angeles a la estadounidense Lindsay Davenport. Antes que ella ostentaron tan privilegiada posición ocho estadounidenses (Martina Navratilova, Chris Evert, Monica Seles, Serena y Venus Williams, Lindsay Davenport, Tracy Austin y Jennifer Capriati), una alemana (Steffi Graf), una suiza (Martina Hingis) y una española (Arantxa Sánchez Vicario).
La belga es la primera de ellas que se sube al trono sin haber ganado ningún torneo del Grand Slam. Pese a ello, sus méritos son incontestables: en los últimos doce meses ganó nueve torneos, jugó cinco finales y alcanzó al menos las semifinales en 16 de sus últimos 17 torneos. Su mejor victoria llegó en el Masters de 2002.
Para lograr el ascenso al número uno, la joven belga tuvo que superar dos grandes escollos: las hermanas Williams. Serena y Venus se repartieron la gloria desde comienzos de 2002, y dominaron con altanería el circuito. Clijsters aprovechó las escasas apariciones de las estadounidenses en el circuito para rebañar puntos de todas partes y lograr relegarlas al segundo plano.
Clijsters nació en una familia de deportistas: su padre Leo fue futbolista internacional con Bélgica, y su madre Els fue una destacada gimnasta. Creció admirando a Steffi Graf y destacó en juniors hasta que dio el salto a profesionales.
Su debut fue prometedor. Entró como "lucky loser" en el cuadro de Amberes y alcanzó los cuartos de final. Poco después, en su premiere en Wimbledon, llegó hasta cuartos de final tras derrotar a una "top ten", la sudafricana Amanda Coetzer. Su verdugo fue su ídolo, Graf. Esa misma temporada llegó su primer título, en Luxemburgo, y terminó el año entre las 50 primeras del mundo.
A partir de ahí todo fue progresar a base de empuje y constancia. Su evolución fue paralela a la de su compatriota Justine Henin, pese a que ambas son diferentes como la noche y el día: Clijsters es flamenca y Henin es valona; Clijsters es grande y no rehuye una buena carcajada, Henin es menuda y tímida; Clijsters basa su juego en la potencia, Henin en la habilidad.
Mientras su carrera progesaba, su imagen saltó de las páginas de deportes a las de la prensa rosa cuando se hizo público su romance con el también tenista australiano Lleyton Hewitt. Lo que se definió como "una pareja de estrellas" se ha consolidado y a nadie sorprende ya verlos juntos en determinados torneos en los que pueden coincidir.
Curiosamente, el éxito de Clijsters llega en el peor momento de Hewitt desde que ambos están juntos. El ex número uno mundial descendió hasta el sexto puesto del ránking y vive un año oscuro, y además ahora tendrá que asumir un nuevo papel. Hasta hoy era Clijsters la que salía con el número uno; a partir de ahora Hewitt será "el novio de la mejor jugadora del mundo".