Iván Zamorano con su primera camiseta del Real Madrid.
SANTIAGO.- En julio de 1992 cursaba mi segundo año en el mundo laboral. Tras hacer la práctica en El Mercurio como cualquier hijo de vecino, recibí una oferta de contrato para irme a La Nación. No era nada del otro mundo en lo económico, pero después me daría cuenta que las “clases” que me dieron tipos como Cervellino, Salviat, Ochoa, Schiappacasse y Cares, por nombrar a algunos, servirían para toda la vida.
Por esos días un futbolista chileno dio el gran salto de su vida. Ya había recorrido algunas canchas en el norte chileno, Suiza y España, pero mientras ayudaba a su hermana a preparar su casamiento las agencias de noticias remecieron el mundo deportivo chileno y su vida: Real Madrid anunciaba su contratación.
Sí, los goles de Iván Zamorano habían llamado la atención de los dirigentes que por ese entonces encabezaba un tal Ramón Mendoza. Tal como a mí, le ofrecían un contrato. Ventajoso tanto en lo económico como en lo deportivo.
Cuando supimos la noticia, el editor me mandó a hacerle guardia para contarle lo ocurrido y sacar sus primeras impresiones. Junto a un reportero gráfico esperamos toda la tarde en las afueras de su departamento de calle Vaticano. En algún momento pensamos que todo había fracasado porque ningún otro medio aparecía para acompañarnos en la vigilia.
En la vereda norte de calle Vaticano, el goleador supo que el Madrid lo había comprado.
La lluvia fue fiel acompañante en la espera, cuando con Patricio Fuentes aguardábamos en una Chevrolet Luv. Hasta que se detuvo un auto blanco y Zamorano bajó con unas bolsas junto a su hermana. El diálogo no lo voy a recrear, pero puedo jactarme de que creo haberle dado una de las mejores noticias de su vida deportiva. Solo frente a él.
Han pasado más de diez años y él cerró su capítulo futbolístico. Lo hizo como uno de los más grandes jugadores que ha tenido el balompié chileno, junto a estrellas mundiales como Ronaldo, Zanetti, Chilavert... Y yo estaba ahí, en las graderías del Nacional para deleitarme con ese fútbol de barrio, de enganches y jugadas lindas. Y para despedir a Zamorano.
Cuando era niño y pensaba en ser periodista, le decía a mi abuelo (José León Rodríguez, defensa central del Colo Colo campeón de 1937) que lo haría para entrevistar a Carlos Caszely, ídolo al que iba a ver todos los domingos al Nacional. Y él siempre afirmaba mis sueños asintiendo con su cabeza.
Nunca entrevisté a Caszely, pero lo de Zamorano parece haber llenado el espacio. Seguro que mi abuelo estará asintiendo desde el cielo.