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Parapente, no apto para "mujercitas"

Aunque nos llaman el sexo débil, todos los "meros machos" que estaban inscritos para surcar los aires, esperaron a que yo diera el primer paso. Y fui la primera en aceptar la aventura.

15 de Diciembre de 2005 | 13:09 | Bernardita Marino, enviada especial a Maitencillo

La amenaza de Kyron

"Kyron" amenaza con ser toda una revolución de los 4x4 que en Chile podríamos bautizar como "buenos, bonitos y baratos". Y es que por casi 16 millones de pesos, los amantes de los vehículos de tracción pueden llevarse a su casa el nuevo modelo lanzado ayer por la automotora coreana Ssang Yong.

Cincuenta modelos, todos diésel, entre los que se cuentan modalidades mecánicas y automáticas, fueron los que llegaron a Chile para el debut de "Kyron" sólo algunos meses después de su presentación mundial en la conocida muestra automotriz, el Salón de Frankfurt.
MAITENCILLO.- "Tírate parada hacia el mar, y cuando yo te diga, te sientas", me dijo Arturo, el instructor de parapente de la exclusiva zona de Cachagua, en la Quinta Región.

Una instrucción no menor tomando en cuenta las decenas de metros que me separaban del nivel del mar. Una distancia que no quise ni preguntar, ya que de sólo mirar hacia abajo, la orden de Arturo me hacía tiritar.

La cosa no había partido nada de bien. Antes de conocer a mi guía por los aires, nos avisaron que tendríamos que salir de Marbella, el paradisíaco lugar donde nos encontrábamos probando las ventajas de "Kyron", la última 4x4 lanzada al mercado por la automotora coreana Ssang Yong, y viajar hasta Cachagua, pues el viento norte que corría por la zona hacía peligrosa "cualquier maniobra".

"¿Podré echar pie atrás? ¿A qué le llamamos cualquier maniobra?", pensé en ese momento. "Tal vez puedo ser mejor periodista que parapentista", era mi consuelo.

Pero no. No me retracté y pese a ver lo precario de las condiciones en que me lanzaría al vacío, fui la primera en aceptar la aventura. Porque aunque nos llaman el sexo débil, todos los "meros machos" que estaban inscritos para surcar los aires, esperaron a que yo diera el primer paso.

Equipamiento y despegue

Me advirtieron que viajara a Marbella con ropa cómoda, así que mis fieles zapatillas blancas me hicieron compañía, incluso cuando las rodillas me tiritaban al ver lo lejos que me encontraba de tierra firme.

Pese a que el susto nos embargaba, nos equipamos como Arturo y su joven colaborador, Gustavo, nos señalaron para dar inicio al despegue: un buzo especialmente diseñado para la ocasión, un casco blanco y una silla, a la que tenía que permanecer aferrada como si se tratara de mi mejor amiga.

También, justo un minuto antes de lanzarme a los aires, me instalaron un walkie talkie en mi hombro izquierdo. "¿Para qué quiero esto?", pregunté un poco enojada por tanto aparataje. "Uno nunca sabe (...) lo puedes necesitar si se caen y no los encontramos", me dijo Gustavo riendo, en un comentario que, a esas alturas, me hacía verlo como mi peor enemigo.

¿Tiempo de recular? No. Ya estaba demasiado armada como para romper con la expectación de los otros periodistas. Así que luego de comprobar la dirección del viento, llegó la hora. Sólo un "corre, corre, corre", alcancé a escuchar del instructor que se lanzaba conmigo y al segundo, mis zapatillas volaban de lo más relajadas por sobre las aguas del Pacífico. Qué bueno no haber claudicado y haber sido "mujercita" hasta el final. No todos mis colegas pueden decir lo mismo.

De lado ya el miedo inicial a lo desconocido, la experiencia de volar en parapente es del todo agradable. Tal vez es porque uno surca los aires en compañía de un experto y por lo tanto se siente segura. Tal vez porque siempre los hombres hemos querido volar. Creo que una respuesta única para lo atrayente de este deporte aventura no existe, depende de lo que signifique para cada persona el volar.

Aterrizajes forzosos

Mi experiencia fue notable. El viento, que me acompañó sin "arrugar" durante los diez minutos de aventura, fue siempre favorable y pude observar desde los aires la carretera que une las localidades de Cachagua y Maitencillo, los cerros y el mar.

Incluso tuve el tiempo, la seguridad y la tranquilidad necesaria para tomar fotos. Mis zapatillas blancas fueron la "mancha" que no faltó en ninguna de esas imágenes.

Pero no todos fueron tan afortunados como yo, pues el periodista de un medio que él llamaba "independiente", que se lanzó al vacío minutos después de mi aterrizaje, que tampoco fue de los mejores (terminé literalmente sentada en el suelo de la improvisada pista), terminó rasguñado y aterrizando en una propiedad privada cercana al lugar, pues el viento —que había sido tan buen amigo mío— quiso dejar de soplar y obligó a Arturo, el instructor, y Matías, el aprendiz, a lanzarse al suelo para evitar las ya mencionadas "maniobras peligrosas".

Y aunque ni el maestro ni el alumno terminaron lesionados, uno que otro de los periodistas que seguían en la lista, decidieron no proceder a la ceremonia de equipamiento y posterior vuelo y regresar a Santiago sin conocer la experiencia del parapente.

Tal vez, si ellos se motivan, para otra vez será. Las ganas de planear sobre el mar, tal como lo hacen las gaviotas y las mujeres decididas, pueden llegar.

Y cuando eso ocurra, los parapentes y sus instructores, como ya es característico desde hace varios años en esta zona de la Quinta Región, estarán esperando verlos llegar.
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