COPENHAGUE.- La asamblea general del Comité Olímpico Internacional (COI), reunida en Copenhague, reeligió hoy por cuatro años más como presidente al belga Jacques Rogge, de 67 años.
Tras ocho años en el cargo, el ex cirujano de Gante será el último mandatario completamente amateur que dirigirá los designios de la organización deportiva más importante del mundo.
"El movimiento olímpico es más fuerte y está más unido que nunca. Estoy muy orgulloso de lo que hemos logrado. Pero ahora hay que mirar al futuro. Todavía hay mucho que hacer", dijo el belga.
Rogge, quien participó en la competición de vela en los Juegos Olímpicos de 1968, 1972 y 1976, se había negado a aceptar la prórroga de su mandato por aclamación, insistiendo en que su candidatura fuese sometida a votación secreta.
A las 08:42 de la mañana local, sin embargo, la 121 asamble general del COI había terminado ya con su insulsa votación: Rogge recibió los votos favorables de 88 de los 93 miembros del COI presentes. Sólo uno votó en contra.
El alemán Thomas Bach y el puertorriqueño Richard Carrión, dos de sus potenciales sucesores, fueron de los primeros en felicitarlo. "Gracias a sus cualidades de liderazgo el movimiento olímpico es más fuerte que nunca. Es usted un gran presidente", lo elogió el español Juan Antonio Samaranch, presidente de honor del COI y a quien Rogge sucedió, como octavo mandatario del organismo, el 16 de julio de 2001.
Apenas dos meses después, el belga tuvo su primera prueba como gestor de crisis tras los atentados terroristas del 11 de septiembre a Nueva York y Washington.
El ex cirujano y ortopeda llegó al cargo con nobles propósitos. Quería ser un reformista, combatir la corrupción, frenar el gigantismo de los Juegos, drenar la ciénaga del doping, elevar la cuota de mujeres en el organismo y modernizar el programa olímpico.
Tras el caso de los sobornos a miembros del COI de 1999, el mayor escándalo de la historia de la organización, la regeneración moral era imperiosa.
Con elocuencia, transparencia e integridad, el carismático Rogge logró una nueva imagen para el órgano rector del deporte.
Como ex regatista olímpico y rugbier internacional, el belga conoce el alma de los atletas; como médico, aboga por la credibilidad en la lucha contra el doping. Rogge sabe que el olimpismo sólo puede sobrevivir si se enfrenta de forma coherente a las trampas farmacológicas.
"Cuando asumí el cargo de Samaranch, sobre todo quería poner en primer plano de nuevo los valores olímpicos. Por eso hice de la lucha contra el doping una prioridad máxima", dijo.
Desde entonces, Rogge ha vivido cuatro Juegos Olímpicos como presidente (Salt Lake City 2002, Atenas 2004, Turín 2006 y Beijing 2008) y ha virado del idealismo al pragmatismo.
No sólo experimentó amargas derrotas en sus primeros intentos de solucionar el problema del programa olímpico, sino que antes de los Juegos de Beijing, "herencia" de Samaranch, tuvo incluso que enfrentarse a una crisis abierta.
Políticos, funcionarios deportivos de alto nivel y prensa internacional le acusaron de debilidad por permitir la expropiación de los Juegos y "mimar" a los organizadores chinos, pese a las protestas por la política de derechos humanos de Beijing en el Tibet y los límites a la libertad de expresión.
También se señaló a Rogge como responsable de la concesión de los Juegos de invierno de Sochi 2014 a Vladimir Putin y sus poderosos amigos de la oligarquía rusa. Pero para entonces, el belga ya había variado el rumbo y había puesto el acento sobre el dinero.
En consecuencia, Rogge siguió el sendero mercantilista de Samaranch. A base de cifras de negocio cada vez mayores, mantuvo callados a sus críticos y satisfecha a la familia olímpica.
Como agradecimiento a sus ingresos récord, el sagaz belga logró incluso llevar adelante su polémico proyecto, los Juegos de la Juventud, que deben ser su legado. "Puedo decir que me encuentro en una situación agradable, y el COI también", señaló orgulloso.