Despierta, Nole.
EFESANTIAGO.- Víctor Frankenstein es a su monstruo homónimo, lo que Igor Cetojevic es al Novak Djokovic versión 2011: su creador. Es él quien le dio vida a un espécimen que realmente no sabe perder. 32 victorias en 32 partidos. 6 títulos. 3 Masters 1000. 1 Grand Slam.
El "dottore", como es conocido Igor Cetojevic (que tiene hasta nombre de protagonista de novela de Mary Shelley) es el sicólogo del tenista serbio. Pero no sólo eso. También las hace de nutricionista y de acupunturista.
Y es que Djokovic hace bastante tiempo juega igual. Basa su tenis en lo que puede hacer su revés (cruzado mayormente para encontrar espacios) y su derecha funciona a la perfección para liquidar los puntos. Es simple, un juego casi de manual, al que se le agrega una mano, cómo no, privilegiada. Aunque con eso no bastaba.
A "Nole" le faltaba físico y ese lo consiguió durante el 2010. Comenzó a trabajar con el preparador físico que hizo de Thomas Muster una máquina en los 90', Gebhard Phil-Gritsch. Antes el actual dos del mundo no lograba mantener un ritmo elevado durante mucho tiempo. Eso es pasado.
Como ejemplo, las dos horas y media que jugó ante Rafael Nadal en la final del Masters 1000 de Miami este año, cuando el cemento ardía a más de 35 grados. Ahí, el cansado era el, hasta entonces, incombustible español.
Igual, el físico lo arrastra desde la temporada pasada. Ahí seguía perdiendo y perdiendo ante Roger Federer. Incluso jugadores como Michael Llodra lo sacaban de campeonatos en sets corridos. Qué lo convirtió en el invencible del 2011. Cetojevic tiene la respuesta.
El "dottore" se dio cuenta, cuando veía a Djokovic por televisión que el jugador "estaba sufriendo, algo no andaba bien en él. Movía los brazos, se quejaba, buscaba excusas". Fue ahí cuando, por iniciativa propia, este bosnio decidió ir en su ayuda.
"Me invitaron, y yo tenía tiempo libre para ir. Comenzamos a hablar. Él me contaba sus problemas, yo le ofrecía soluciones", dijo en su momento Cetojevic. Así empezó la relación.
Más palabras del doctor: "Yo no necesito decirle qué hacer. Es una cuestión de que vea las opciones. Ante un problema siempre le ofrezco dos o tres alternativas, y él decide. Entiende todo muy rápido".
Definitivamente era trabajo mental lo que le faltaba a Djokovic, que ahora su sentido del humor fuera de la cancha lo trasladó hacia adentro. Se rie cuando pierde un punto fácil y lo olvida rápidamente. Tiene el temple suficiente para que la adrenalina de un triunfo cercano no le afecte demasiado. Además Cetojevic lo ayudó a dejar problemas personales de lado.
"Eran cuestiones privadas, de la vida diaria. Somos humanos, todos tenemos problemas. Si no eres feliz fuera de la cancha, no puedes serlo dentro, es difícil trazar la línea. Dediqué toda mi vida a este deporte, pero soy la misma persona dentro y fuera, la misma cabeza", contó el Djokovic humano tras ganar el Abierto de Australia.
Esa faceta, la terrenal, la deja de lado cuando entra a la cancha. Ahí es un monstruo, el "Frankenstein" del tenis moderno.