Roma.- El Papa Juan Pablo II siguió esta noche con la mirada el Vía Crucis del Viernes Santo que discurrió en el Coliseo de Roma y que por primera vez en su pontificado no pudo recorrer totalmente a pie debido a sus limitaciones físicas, aunque al final se incorporó a la procesión en las dos últimas estaciones llevando la Cruz.
Una vez concluido el rito, al que asistieron unas 50.000 personas, Juan Pablo II pronunció un discurso en el que dijo que en el rostro de Cristo se condensan las sombras de todos los sufrimientos, las injusticias y las violencias padecidas por las personas en cada época de la historia.
El Vía Crucis discurrió por el interior del Coliseo, el famoso anfiteatro Flavio -que recuerda los sufrimientos de los primeros cristianos-, continuó por delante del Arco de Constantino y concluyó subiendo las escaleras que llevan a la colina del Palatino.
En los últimos años se vio al Papa caminar con dificultad por esa zona monumental y con gesto de dolor, sobre todo a la hora de subir las escaleras de 38 escalones que llevan al Palatino.
Para evitar ese sufrimiento y sobre todo para aliviarle del gran esfuerzo que suponen los ritos de la Semana Santa, se le aconsejó que este año no hiciese el recorrido a pie detrás de la Cruz, que siguiese el rito de rodillas y que sólo llevase la Cruz en las últimas estaciones, ya en la colina del Palatino.
Desde 1994, cuando se fracturó el fémur de la pierna derecha, el Pontífice ya era ayudado en las estaciones del Vía Crucis por jóvenes y matrimonios.
La procesión de hoy fue guiada por el cardenal vicario de Roma, Camillo Ruini, que llevó la Cruz en la primera y en la segunda estación. Después el símbolo de los cristianos fue portado por un matrimonio romano y sus tres hijos.
En las siguientes estaciones la Cruz fue llevada por una mujer de Ruanda, otra de Tailandia, otra de la República Dominicana y por frailes franciscanos. Una pareja de jóvenes italianos marcharon a ambos lados de la Cruz, con sendas antorchas.
Para las meditaciones de las estaciones el Papa eligió textos del cardenal británico John Henry Newman, un anglicano que se convirtió al catolicismo en la mitad del siglo XIX y está considerado uno de los ''padres espirituales'' del Concilio Vaticano II.
Juan Pablo II siguió el Vía Crucis de rodillas. Las primeras estaciones, las que se desarrollan dentro del Coliseo, a través de una pequeña y moderna pantalla de televisión colocada delante de su reclinatorio.
Una vez concluido, desde la colina del Palatino y teniendo como fondo una cruz hecha con antorchas, destacó las humillaciones que sufrió Jesús para restablecer la plenitud de vida en el hombre.
''El suyo es un extraordinario testimonio de amor, fruto de una obediencia sin igual, que va hasta la extrema donación de sí mismo'', afirmó el Papa, y añadió que en el rostro de Cristo en la Cruz se condensan las sombras de todos los sufrimientos, las injusticias y las violencias padecidas por los hombres en cada época de la historia.
El Obispo de Roma agregó que el rostro del Mesías, sangrante y crucificado, revela que Dios ''se ha dejado implicar por amor en los hechos que atormentan a la humanidad'' y que en esa cara encuentran respuesta las muchas preguntas y dudas que agitan al corazón humano.
El Vía Crucis del Coliseo fue instaurado en 1741 por orden del papa Benedicto XIV. Tras decenas de años de olvido, en 1925 volvió a celebrarse en dicho anfiteatro de la Ciudad Eterna.
En 1964 el papa Pablo VI acudió al Coliseo para presidir el rito y, desde entonces, todos los años acude el sucesor de Pedro.
Desde ese año, los textos de las meditaciones fueron escritos por personalidades, entre ellas el patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I; el poeta italiano Mario Luzi, o la monja protestante Minke de Vries.
El pasado año, debido a que se celebraba el Jubileo de 2000, los textos fueron escritos por Juan Pablo II, que también lo hizo en 1984 con motivo del jubileo extraordinario Año Santo de la Redención.