KIEV, Ucrania.- Cuando el papa Juan Pablo II llegue este sábado a Ucrania en su 96° visita por el extranjero, verá una nación que sigue aún en una transición entre el comunismo y el capitalismo.
Hoy en día Ucrania es un país con libertad religiosa, deseosa de mostrar al mundo que puede ofrecer algo más que casos de corrupción y el desastre nuclear de Chernobyl.
El país no es un lugar extraño para el Papa, nacido cerca de la ciudad polaca de Cracovia y la frontera ucraniana. Sin embargo, Polonia abandonó el comunismo con mayor celeridad y menos contratiempos que su vecina.
Los visitantes a Ucrania quedan complacidos con el nuevo aspecto europeo de su capital, Kiev, y otras ciudades importantes desde su independencia hace una década. Pero Ucrania es también un país dominado en gran parte por su pasado soviético.
Aunque depende de fuentes energéticas extranjeras, Ucrania cuenta con el resto de lo que podría necesitar una nación para ser próspera. Con un territorio mayor que Francia, cuenta con un suelo fértil, numerosos ríos, recursos minerales, la cadena de los Cárpatos, una larga costa junto a los mares Negro y Azov y una población de 49 millones de personas.
Aunque el comunismo impuso una extensa industrialización, millones de ucranianos murieron en las depuraciones del dictador José Stalin y sus hambrunas de los años 30, mientras el dictador amplió el territorio ucraniano a costa de zonas occidentales de Polonia y Hungría.
El liderazgo soviético no se preocupaba por el medio ambiente, y hoy los ucranianos sufren en su salud las consecuencias de dicha actitud. Las grandes empresas industriales contaminaron extensas áreas. La explosión de 1986 en Chernobyl - el peor accidente nuclear de la historia - sigue causando hoy casos de cáncer de tiroides y otras dolencias, sin mencionar las extensas zonas contaminadas por la radiación.