GENOVA.- Las autoridades italianas activaron ayer las barreras de seguridad en el centro de la ciudad, que dos días antes de la apertura de la cumbre del G-8 (los siete países más industrializados del mundo y Rusia) toma tintes de ciudad fantasma sitiada por los "carabinieri".
Los habitantes de Génova (norte de Italia) que no cuentan con un documento especial concedido por la policía, no pueden pasar de la zona amarilla, en la que residen, a la zona roja, en la que se encuentran el barrio del Palacio Ducal y el viejo puerto.
"Tengo la impresión de vivir en un Estado policial. Imagine que mis amigos ni siquiera pueden venir a mi casa", se indigna Alessandra Scagni, vecina del perímetro rojo, donde sólo son admitidos los residentes, los periodistas y las delegaciones que participarán en la cumbre.
La zona amarilla, también muy vigilada y aislada por las mismas barreras metálicas de gran altura, servirá de "retén" para mantener apartados a los más radicales de los manifestantes anti-G8.
En el primer día de activación de los controles, Alessandra inicia unas vacaciones forzosas, ya que la sociedad en la que trabaja ha decidido cerrar hasta el lunes. Así pues, decide ir a hacer algunas compras. Pero los comercios de las calles cercanas a su apartamento, situado detrás del Palacio Ducal, también están cerrados.
"He tenido que caminar para encontrar uno de los pocos puntos de filtración hacia la zona amarilla. Luego, me costó media hora dar con un supermercado abierto", añade la joven.
Lamenta que los genoveses hayan "abandonado la ciudad al Estado". "Se han ido, desanimados. Ya no quedan en mi barrio más que los policías y los periodistas. Hemos vendido Génova por dos centavos a esa cumbre".
Aún peor, explica Alessandra, "todo el dinero invertido ha servido mucho más para construir las barreras contra los manifestantes que para renovar la ciudad. Espero que este tipo de cumbre sea la última del mundo, porque los habitantes no se benefician de ellas".
Ese estado de cosas, alimentado por semanas de construcción de barreras, sumadas al miedo a violentas manifestaciones el viernes y el sábado, llevó a buena parte de la población a irse al campo o al mar. Más aún, después de que recibieran instrucciones de sacar sus vehículos de las elegantes calles que rodean al palacio.
Así, los servicios de seguridad pueden ensayar sin preocupaciones.