NAPLUSA.- Tres días después de la llegada de los tanques israelíes, Naplusa (Cisjordania) vive este sábado su jornada más violenta: los cañonazos de los tanques no pararon en las últimas doce horas, helicópteros Apache y aviones de combate F-16 bombardearon diversos objetivos de la parte antigua de la ciudad, donde los palestinos resisten desesperadamente y reina la muerte y la destrucción.
La noche del viernes al sábado fue especialmente difícil. El estruendo de los cañonazos y de las bombas lanzadas desde el aire no paró durante la noche y al amanecer las columnas de humo eran visibles desde la parte alta de la ciudad, situada entre dos montañas.
La mayor parte de la población está sin agua corriente, electricidad y teléfono, comprobaron periodistas de la AFP este sábado. Aunque la invasión de la ciudad era previsible desde hacía días y los habitantes almacenaron comida y bebida, en algunos hospitales y en casas en las que se refugiaron más personas de lo previsto, están comenzando a faltar los víveres.
Debido a la incomunicación, resulta difícil establecer el saldo de víctimas y la situación actual en el centro de la localidad.
Al menos 22 palestinos murieron en los últimos tres días de enfrentamientos informó Annan Attira, coordinadora de los diferentes hospitales y portavoz del gobierno local.
Según la responsable, el número puede aumentar en las próximas horas debido a la intensidad de los combates y a que muchos de los cuerpos están abandonados en las calles o recogidos en casas sin teléfono.
Entre 30 y 35 personas están heridas, algunas de ellas en estado desesperado y sin posibilidad de recibir ayuda médica ya que los soldados israelíes no abren paso a las ambulancias. Menos de 10 personas fueron evacuadas hasta ahora del centro de Naplusa.
Al ser contactado vía telefónica por la AFP, un miembro del grupo de resistencia islámico Hamas que se encuentra en la parte antigua de la ciudad aseguró que el ejército israelí todavía no entró en la ciudad antigua y que los daños personales y materiales causados por las bombas eran inmensos.
"No han parado de bombardearnos ni de disparar desde las montañas, indiscriminadamente, contra cualquier cosa que se mueva. Nos sentimos como en una ratonera, pero estamos dispuestos a resistir hasta el final", declaró, sin dar su nombre.
En el resto de la ciudad, los tanques no paran de patrullar las calles, que ofrecen un espectáculo desolador. Automóviles aplastados, semáforos tirados en el suelo, muros derrumbados, portones de las casas convertidos en un amasijo de hierros y plantas enteras de edificios completamente destruidas.
Los tanques están detrás de cualquier esquina y la violencia de los soldados va en aumento conforme el automóvil de los periodistas se acerca al centro histórico de la ciudad. Uno de los militares no duda y dispara, primero al aire, después en dirección al vehículo, que da inmediatamente marcha atrás.
El miedo a los tanques es cada vez más palpable entre los habitantes de la ciudad. En una casa de la colina este de Naplusa, separada del centro de la ciudad por un enorme cementerio, los más de 20 miembros de la familia Abdelhak contemplan asustados desde las ventanas las explosiones en el barrio histórico y se tiran inmediatamente al suelo ante el ensordecedor ruido de las bombas o el inconfundible zumbido de los helicópteros.
La abuela de la casa llora desesperada ante la falta de noticias de su hijo, que está en el centro de Naplusa y no llama desde hace dos días.
La anciana cree, ingenuamente, que el grupo de periodistas extranjeros tiene poder para entrar en aquel campo de batalla y salvarlo.