PARIS.- El neogaullista Jacques Chirac, que se batirá el 5 de mayo con el ultraderechista Jean-Marie Le Pen por la Presidencia de la República francesa, y el socialista Lionel Jospin se despidieron hoy en el último Consejo de ministros de una cohabitación con escollos.
Sonriente y distendido, Jospin se abrió camino entre una nube de fotógrafos y cámaras de televisión para abandonar el Elíseo, y sólo se limitó a responder "muy bien, muy bien" al ser preguntado sobre cómo se había desarrollado la reunión.
Según sus ministros, Chirac dirigió sus "saludos republicanos" al Gobierno de izquierdas y Jospin le dio las gracias por "su cortesía". Los dos hombres mantuvieron un encuentro privado de poco más de media hora antes del Consejo.
Jospin, "digno", expresó su satisfacción por el trabajo realizado y "dio las gracias individual y colectivamente" a sus ministros, mientras que Chirac "permaneció institucional y correcto".
Nadie había imaginado el actual escenario político, que ha sacudido a Francia, que ve, por primera vez en su historia, llegar a un ultraderechista a la carrera final por la jefatura del Estado.
Tras sacar las consecuencias de su "fracaso", Jospin, que decidió retirarse de la "vida política" y volverá al Elíseo el día 6 de mayo con su carta de dimisión debajo del brazo, deja a Chirac huérfano de su compañero de viaje desde 1997.
Aunque perfectamente delimitados por la Constitución, los poderes del jefe del Estado y del primer ministro han chocado en las manos de dos hombres de caracteres e ideologías muy diferentes.
Obligados a convivir en la cúpula del Estado en la cohabitación más larga de la V República, Chirac y Jospin se marcaron de cerca e incluso escenificaron sus querellas en foros internacionales.
En este quinquenio de matrimonio forzado, el tercero de la V República, las palabras clave han sido "resistencia" y "sangre fría" para preservar lo que denominaron "cohabitación constructiva".
Más o menos, excepto algunos golpes bajos, Chirac (69 años) y Jospin (64) lo lograron durante los primeros cuatro años, pero en la recta final, a medida que se aproximaba la hora de la confrontación presidencial, el clima se enrareció.
Nada más llegar al poder en 1997, Jospin, recibió el primer jarro de agua fría de su rival, que desde Moscú se quejó del retraso en el proceso de privatizaciones.
Cinco días más tarde, Jospin le recordó a Chirac la regla de oro instaurada por el socialista Francois Mitterrand, el fallecido presidente: "jamás hablar de política interior en el extranjero".
Una regla que el propio Jospin rompió cuando en Brasil comentó los modestos resultados de la izquierda en las elecciones municipales de marzo de 1999.
Furioso consigo mismo y con la prensa francesa, que recogió sus comentarios y no su discurso sobre la globalización, echó una bronca mayúscula a dos periodistas en el avión que le llevaba a Argentina.
Los vuelos largos, dicen, no le son propicios. El mes pasado, al volver de la isla francesa de La Reunión, llamó, entre otras cosas, "envejecido" a Chirac, lo que le valió que se resucitaran sus problemas de tiroides, que estarían detrás de sus cambios de humor.
Con el artículo 20 de la Carta Magna en la mano ("El Gobierno conduce y determina la política de la Nación"), Jospin no le dejó ni una pizca de margen a Chirac desde 1997.
Enrocado en la política exterior y de defensa, Chirac no perdió la menor oportunidad para asestarle golpes y contragolpes en varios frentes como Justicia, inseguridad ciudadana, economía y Córcega.
El quizá peor momento vivido por Jospin fue la alocución de Chirac a la nación del 7 de noviembre de 2000, cuando desde el Elíseo reclamó la prohibición total de las harinas cárnicas contra el mal de las "vacas locas".
Muy molesto, ya que el Gobierno estudiaba en ese momento los medios para poner en marcha esa prohibición, de la que había informado a Chirac, Jospin dio rienda suelta a su exasperación algunos días más tarde en una cumbre franco-alemana en Vittel.
En la rueda de prensa final y ante el canciller alemán, Gerhard Schroeder, quien primero se mostró alucinado y después divertido, Jospin respondió que "sí" a un periodista que quería saber si había habido una conversación "entre hombres" sobre las harinas.
Precisó que fue él quien tomó la iniciativa y que "lo que nos dijimos entre hombres debe quedar entre los dos hombres".
Los cumbres bilaterales o europeas no dieron lugar a querellas públicas entre los dos, pero sí han sido escenario de competiciones larvadas, que despertaron más de una vez la hilaridad de sus socios.