PARÍS.- El socialista Lionel Jospin presentó hoy su dimisión como Primer Ministro francés y dejó en manos de la historia el juicio sobre sus cinco años al frente del Gobierno de izquierdas.
"Hago lo que digo y digo lo que hago". Jospin cumplió su máxima hasta el último día de su intensa estancia en Matignon, la sede del Gobierno, en la que ha vivido la cohabitación más larga de la V República junto al jefe de Estado, el neogaullista Jacques Chirac.
Este último, reelegido ayer presidente de Francia en un referéndum contra la ultraderecha, confió hoy a Jean-Pierre Raffarin, defensor de "la Francia de abajo", la formación de un nuevo Gobierno, a cinco semanas de las Legislativas.
Raffarin, de Democracia Liberal, no del neogaullista RPR, sucede al socialista Lionel Jospin, quien presentó hoy su dimisión a Chirac, tal como había anunciado hace dos semanas al ser eliminado de la liza por el Elíseo por el ultraderechista Jean-Marie Le Pen.
Jospin anunció la noche electoral de la primera vuelta de las elecciones presidenciales el 21 de abril pasado, cuando el ultraderechista Jean-Marie Le Pen se le cruzó en su truncado camino al Elíseo, y hoy ha cumplido su palabra.
Horas después de la reelección ayer de Chirac, de 69 años, con cerca del 82 por ciento de los votos, en un referéndum contra la extrema derecha y por la democracia, Jospin salió de Matignon, cruzó el Sena y fue hasta el Elíseo, en la orilla derecha, para entregar su carta de dimisión y la de su Gobierno al jefe de Estado.
Tras una visita de apenas quince minutos, zanjada por un también breve apretón de manos entre Chirac y Jospin en la puerta del palacio presidencial, el prejubilado líder socialista veía como se cerraba la verja del Elíseo, por la que entraba menos de una hora después su sucesor, el moderado (Democracia Liberal) Jean-Pierre Raffarin.
Aunque ya durmió anoche en su apartamento del distrito VI, en la mítica orilla izquierda parisiense, Jospin, de 64 años, volvió a Matignon para esperar, como manda la tradición republicana, el acto de traspaso de los poderes a Raffarin, de 53 años.
Detrás de él deja cinco años de estabilidad gubernamental y una hábil dirección de un conglomerado que se bautizó como la "izquierda plural", ahora hecha trizas y que trata de recomponerse huérfana de Jospin, el hombre del destino presidencial roto en el que había depositado sus esperanzas.
Esa estabilidad y el haber agotado su legislatura constituyen dos de los principales orgullos de Jospin, quien pasará a los libros de historia como impulsor de importantes reformas, como las 35 horas semanales, la cobertura médica universal para los pobres, la paridad política hombre-mujer o el PACS, que establece los mismos derechos para parejas de hecho y de derecho.
"Me voy en la serenidad", dijo el pasado viernes a los 80 colaboradores que le han acompañado en los últimos cinco años en Matignon y expresó su deseo de "volver a ver pronto" a muchos de ellos, que han creado la asociación "Banjo": "la banda de Jospin".
Con una popularidad inusual para un primer ministro, Jospin, reconocido como eficaz, integro y trabajador, y a quien el pasado octubre el 62 por ciento de los franceses imaginaba como jefe de Estado, ha perdido el tren de un destino más alto.
Víctima de un "accidente político" y de un "pecado de orgullo", según dicen, Jospin intentó en vano que los franceses le quisieran y restablecer la confianza de los ciudadanos en la política.
La revelación de su pasado trotskista le desestabilizó, pues sintió que le habían pillado en un renuncio: haber compaginado su formación en la prestigiosa Escuela Nacional de Administración (ENA), el adoctrinamiento trotskista y la militancia socialista.
Hijo del pacifista Robert Jospin y la feminista Mireille, casado en segundas nupcias con la filosofa Sylviane Agacinski y padre de tres hijos y pronto abuelo, Lionel Jospin trató de mostrar sin éxito una imagen más cercana a sus compatriotas.
Con cierto fatalismo, el propio Jospin parecía haberlo entendido en su último mitin de campaña en Rennes: "solicito la confianza de los franceses que han tenido tiempo de conocerme mejor, de juzgarme, de apreciarme, de analizarme, de criticarme (...) Cualquiera que sea el destino que me reserven, me respetan".
"Lionel quería a la gente, pero nunca ha sabido decírselo", se lamenta un antiguo compañero del primer ministro dimisionario.
El hombre que quería "presidir de otro modo", su eslogan de campaña electoral, es "un misterio" incluso para muchos de sus allegados.
Ahora reivindica, como siempre, su libertad ("soy libre, vosotros sois libres") y se dispone a viajar con su esposa, a quien se refiere siempre como "desde que soy feliz".