MEXICO.- En una ceremonia presenciada por varios miles de personas, el Papa Juan Pablo II canonizó hoy en la Basílica de Guadalupe, de Ciudad de México, a Juan Diego, el primer santo indígena de Latinoamérica y el número 29 de México.
Una música de caracoles, interpretada por indígenas ataviados a la usanza prehispánica, con penachos de largas plumas, abrió paso a las palabras del Papa con las que elevó a santo a Juan Diego.
"Declaramos y definimos al beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin y lo inscribimos en el catálogo de los santos y establecemos que en toda la Iglesia sea devotamente honrado entre los santos", dijo el Papa. Posteriormente sonaron de nuevo los caracoles y 10.000 maracas prehispánicas agitadas por los asistentes a la misa.
Después del anuncio, las 24.000 personas reunidas en el interior y el atrio de la Basílica estallaron en aplausos, así como la multitud que siguió la misa por pantalla gigante desde la calle.
"Me encuentro de nuevo en esta colina de Tepeyac, aquí Cristo quiso manifestar su presencia salvadora en los albores de la evangelización de América Latina", sostuvo el Santo Padre.
"Todos los indígenas de piel morena nos unimos en algo común: el agradecimiento a la Virgen Santa María de Guadalupe por escoger a Juan Diego", dijo por su parte el Arzobispo Primado de México, cardenal Norberto Rivera.
El prelado pidió al Papa que "bendiga a todos los indígenas para que cesen sus carencias y sean reconocidos sus derechos humanos".
Antes de comenzar la ceremonia de canonización, el Sumo Pontífice bendijo una escultura que representa la aparición de la Virgen ante Juan Diego.
Previamente, cientos de miles de mexicanos siguieron la ruta del Papa desde la Nunciatura Apostólica hasta la Basílica de Guadalupe, un trayecto de 20 kilómetros que la comitiva tardó poco más de una hora en recorrer.
Grupos de mariachi acudieron al amanecer a la Nunciatura para cantarle al Pontífice las tradicionales "mañanitas" en medio de los gritos y aplausos de miles de fieles que esperaban la salida del Santo Padre.
Gritos y "porras" como "Juan Pablo II, te quiere todo el mundo", "Juan Pablo, hermano ya eres mexicano" o "Viva Juan Pablo II" inundaron las calles, sembradas de globos, banderas y carteles del Papa.
Más de 25.000 personas, según la policía, se reunieron en el Zócalo de la capital para ver al Papamóvil, que a su paso por la plaza redujo su velocidad, aunque no paró, para que Juan Pablo II pudiera bendecir la campana de Juan Diego, colocada frente las puertas de la Catedral.
La campana, elaborada por unos artesanos, mide 1,30 metros y pesa 1,1 toneladas, y será instalada en la torre oriente de la Catedral en los próximos días.
Todas las campanas de la Catedral repicaron para despedir a la caravana, que enfiló por el centro de la ciudad en medio de una lluvia de flores y papeles de colores.
"Es una emoción muy grande, algo que no se puede decir porque sentimos que Jesús está con él", dijo llorando Lidia Guillén, de 56 años, tras ver pasar al Pontífice frente a la Catedral.
El Papamóvil tampoco se detuvo a su paso por la Plaza de Garibaldi, donde la música que interpretaban grupos de mariachi en honor a Juan Pablo II quedó ahogada por el griterío de la multitud.
La comitiva siguió camino hacia la Basílica, donde más de 100.000 personas se agolpaban para ver al Santo Padre, que al final del recorrido acusaba el cansancio del viaje y se reclinó varias veces sobre la barra del vehículo oficial.
El Papamóvil entró en la Basílica siguiendo el "camino de las rosas", una larguísima alfombra sembrada de flores en alusión a las que el indio Juan Diego puso en su tilma (vestido), en medio de vivas y aplausos de los feligreses.
Posteriormente, el Papa descendió del coche y entró en el templo levantado a los pies del Cerro, donde en las primeras filas le esperaban el Presidente de México, Vicente Fox, su esposa e hijos, varios miembros de su gabinete, y el alcalde de la capital, Andrés Manuel López Obrador.
El edil acudió a la Basílica sólo para saludar, pero optó por no quedarse a la ceremonia.
Diplomáticos, artistas, intelectuales, funcionarios, peregrinos y representantes de las comunidades indígenas de México copaban el templo, al que acudió una amplísima delegación de la jerarquía católica mexicana.
La canonización de Juan Diego "es el reconocimiento espiritual de un pueblo en base a sus raíces antiguas", dijo Jesús León, descendiente de etnia mexica y jefe de un grupo de danzantes.