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El Papa: La paz es inseparable de la dignidad y los DD.HH.

En su mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz, el Santo Padre subraya la necesidad de que los acuerdos políticos internacionales se cumplan y se restablezca la confianza en las relaciones internacionales.

27 de Diciembre de 2002 | 18:37 |
VATICANO.- El Papa Juan Pablo II hizo un llamado a todas las personas a construir un mundo de paz basado firmemente en los cuatro pilares de la verdad, la justicia, el amor y la libertad, que indicó hace cuarenta años Juan XXIII en su Encíclica "Pacem in Terris".

En su Mensaje del 1º de Enero para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz, difundido este viernes, el Pontífice sostiene que la paz no es tanto cuestión de estructuras, como de personas.

Explica que las estructuras y procedimientos de paz –jurídicos, políticos y económicos– son ciertamente necesarios y afortunadamente se dan a menudo, pero que, sin embargo, no son sino el fruto de la sensatez y de la experiencia acumulada a lo largo de la historia a través de innumerables gestos de paz, llevados a cabo por hombres y mujeres que han sabido esperar sin desanimarse nunca.

En el mensaje, titulado "Pacem in Terris: una tarea permanente", el Santo Padre reflexiona en torno a la próxima conmemoración de los cuarenta años de la Carta encíclica Pacem in terris, que promulgó el 11 de abril de 1963 el Papa Juan XXIII.

Reconoce Juan Pablo II que, a pesar de muchas dificultades y retrasos, en los cuarenta años transcurridos ha habido un notable progreso hacia la realización de la noble visión del Papa Juan XXIII. Al respecto, pone en relevancia el hecho de que los Estados casi en todas las partes del mundo se sientan obligados a respetar la idea de los derechos humanos muestra cómo son eficaces los instrumentos de la convicción moral y de la entereza espiritual.

Señala que, aunque se den concepciones erróneas de libertad, entendida como desenfreno, que siguen amenazando la democracia y las sociedades libres, es sin duda significativo que, en los cuarenta años transcurridos desde la Pacem in terris, muchas poblaciones del mundo hayan llegado a ser más libres, se hayan consolidado estructuras de diálogo y cooperación entre las naciones y la amenaza de una guerra global nuclear, como la que se vislumbró drásticamente en tiempos del Papa Juan XXIII, haya sido controlada eficazmente.

Los cuatro pilares de la paz

Destaca el Pontífice que su antecesor Juan XXIII , con espíritu clarividente, indicó las condiciones esenciales para la paz en cuatro exigencias concretas del ánimo humano: la verdad, la justicia, el amor y la libertad.

"La verdad –dijo– será fundamento de la paz cuando cada individuo tome consciencia rectamente, más que de los propios derechos, también de los propios deberes con los otros. La justicia edificará la paz cuando cada uno respete concretamente los derechos ajenos y se esfuerce por cumplir plenamente los mismos deberes con los demás. El amor será fermento de paz, cuando la gente sienta las necesidades de los otros como propias y comparta con ellos lo que posee, empezando por los valores del espíritu. Finalmente, la libertad alimentará la paz y la hará fructificar cuando, en la elección de los medios para alcanzarla, los individuos se guíen por la razón y asuman con valentía la responsabilidad de las propias accione", expresa Juan Pablo II.

Agrega el Papa que hay una relación inseparable entre el compromiso por la paz y el respeto de la verdad: "La honestidad en dar informaciones, la imparcialidad de los sistemas jurídicos y la transparencia de los procedimientos democráticos dan a los ciudadanos el sentido de seguridad, la disponibilidad para resolver las controversias con medios pacíficos y la voluntad de acuerdo leal y constructivo que constituyen las verdaderas premisas de una paz duradera".

También destaca las ideas de Juan XXIII que dieron lugar a una creciente conciencia de los derechos humanos. Recuerda cómo, basados en la convicción de que cada ser humano es igual en dignidad y que, por consiguiente, la sociedad tiene que adecuar sus estructuras a esta premisa, surgieron los movimientos por los derechos humanos, que contribuyeron al derrocamiento de formas de gobierno dictatoriales y ayudaron a cambiarlas con otras formas más democráticas y participativas.

Bien común y deberes humanos fundamentales

Señala el Santo Padre que otro punto en que el magisterio de la Pacem in terris se mostró profético, fue la sugerencia del Papa Juan XXIII en el sentido de que el concepto de bien común debía formularse con una perspectiva mundial, en cuanto «bien común universal».

A este respecto, Juan Pablo II sostiene que la visión precursora del Papa Juan XXIII en su propuesta de una autoridad pública internacional al servicio de los derechos humanos, de la libertad y de la paz, no se ha logrado aún completamente.

"Se debe constatar, por desgracia, la frecuente indecisión de la comunidad internacional sobre el deber de respetar y aplicar los derechos humanos. Este deber atañe a todos los derechos fundamentales y no permite decisiones arbitrarias que acabarían en formas de discriminación e injustici", afirma el Pontífice.

Asimismo, hace presente el incremento de una preocupante divergencia entre una serie de nuevos «derechos» promovidos en las sociedades tecnológicamente avanzadas y derechos humanos elementales que todavía no son respetados en situaciones de subdesarrollo.

Se refiere, por ejemplo, al derecho a la alimentación, al agua potable, a la vivienda, a la autodeterminación y a la independencia. Al respecto, Juan Pablo II es categórico: La paz exige que esta divergencia se reduzca urgentemente y que finalmente se supere.

El Papa observa que la comunidad internacional, que desde 1948 posee una carta de los derechos de la persona humana, ha dejado de insistir adecuadamente sobre los deberes que se derivan de la misma.

Señala que es el deber el que establece el ámbito dentro del cual los derechos tienen que regularse para no transformarse en el ejercicio de una arbitrariedad. “Una mayor conciencia de los deberes humanos universales reportaría un gran beneficio para la causa de la paz, porque le daría la base moral del reconocimiento compartido de un orden de las cosas que no depende de la voluntad de un individuo o de un grupo”, fundamenta el sucesor de San Pedro.

Un nuevo orden moral internacional

Se pregunta el Santo Padre: ¿qué tipo de orden puede reemplazar este desorden, para dar a los hombres y mujeres la posibilidad de vivir en libertad, justicia y seguridad? Y ya que el mundo, incluso en su desorden, se está « organizando » en varios campos (económico, cultural y hasta político), agrega otra pregunta igualmente apremiante: ¿bajo qué principios se están desarrollando estas nuevas formas de orden mundial?

Sostiene Juan Pablo II que estas preguntas indican que el problema del orden en los asuntos mundiales, que es también el problema de la paz rectamente entendida, no puede prescindir de cuestiones relacionadas con los principios morales. Es decir, "la cuestión de la paz no puede separarse de la cuestión de la dignidad y de los derechos humanos". Ésta es –añade el Papa- una de las verdades perennes enseñada por la Pacem in terris, y "nosotros haríamos bien en recordarla y meditarla en este cuadragésimo aniversario".

Sugiere que éste puede ser un tiempo en el que todos colaboren en la constitución de una nueva organización de toda la familia humana, para asegurar la paz y la armonía entre los pueblos, y promover juntos su progreso integral.

Para evitar tergiversaciones, aclara que no se quiere aludir a la constitución de un superestado global, sino que se piensa subrayar la “urgencia de acelerar los procesos ya en acto para responder a la casi universal pregunta sobre modos democráticos en el ejercicio de la autoridad política, sea nacional como internacional, como también a la exigencia de transparencia y credibilidad a cualquier nivel de la vida pública".

Paz en Tierra Santa

Agrega Juan Pablo II que quizás no hay otro lugar en el que se vea con igual claridad la necesidad de un uso correcto de la autoridad política, como en la dramática situación de Oriente Medio y de Tierra Santa."Día tras día y año tras año, el efecto creciente de un rechazo recíproco exacerbado y de una cadena infinita de violencias y venganzas ha hecho fracasar hasta ahora todo intento de iniciar un diálogo serio sobre las cuestiones reales en litigi", sostiene.

A juicio del Santo Padre, la lucha fratricida, que cada día afecta a Tierra Santa contraponiendo entre sí las fuerzas que preparan el futuro inmediato de Oriente Medio, muestra la urgente exigencia de hombres y mujeres convencidos de la necesidad de una política basada en el respeto de la dignidad y de los derechos de la persona.

Cumplimiento de los acuerdos internacionales

Expresa el Papa que los encuentros políticos a nivel nacional e internacional sólo sirven a la causa de la paz si los compromisos tomados en común son respetados después por cada parte.

En caso contrario –indica-, estos encuentros corren el riesgo de ser irrelevantes e inútiles, y su resultado es que la gente se siente tentada a creer cada vez menos en la utilidad del diálogo y, en cambio, a confiar en el uso de la fuerza como camino para solucionar las controversias.

Las repercusiones negativas, que tienen los compromisos adquiridos y luego no respetados sobre el proceso de paz, deben inducir a los Jefes de Estado y de Gobierno a ponderar todas sus decisiones con gran sentido de responsabilidad, señala el Papa.

Sostiene que si han de respetarse todos los compromisos asumidos, debe ponerse especial atención en cumplir los compromisos asumidos para con los pobres, porque sería particularmente frustrante para ellos no cumplir las promesas que consideran como de interés vital. "Con esta perspectiva, el no cumplir los compromisos con las naciones en vías de desarrollo constituye una seria cuestión moral y pone aún más de relieve la injusticia de las desigualdades existentes en el mundo. El sufrimiento causado por la pobreza se ve agudizado dramáticamente cuando falta la confianza. El resultado final es el desmoronamiento de toda esperanza. La existencia de confianza en las relaciones internacionales es un capital social de valor fundamental", afirma el Santo Padre.

La herencia de «Pacem in terris»

Destaca Juan Pablo II que el beato Juan XXIII era una persona que no temía el futuro y que lo ayudaba en esta actitud de optimismo la confianza segura en Dios y en el hombre, aprendida en el profundo clima de fe en el que había crecido.

Y agrega: "Fijándonos en él, en esta Jornada Mundial de la Paz de 2003, nos sentimos invitados a comprometernos en sus mismos sentimientos: confianza en Dios misericordioso y compasivo, que nos llama a la fraternidad; confianza en los hombres y mujeres tanto de hoy como de cualquier otro tiempo, gracias a la imagen de Dios impresa igualmente en los espíritus de todos. A partir de estos sentimientos es como se puede esperar en la construcción un mundo de paz en la tierr".

Al inicio del nuevo año, éste es el augurio que surge espontáneo de lo más profundo del corazón del Santo Padre: “que en el ánimo de todos brote un impulso de renovada adhesión a la noble misión que la Encíclica Pacem in terris propuso hace cuarenta años a todos los hombres y mujeres de buena voluntad”.

Esta tarea, que la Encíclica calificó como «inmensa», se concretaba en « establecer un nuevo sistema de relaciones en la sociedad humana, bajo la enseñanza y el apoyo de la verdad, la justicia, el amor y la libertad». El Papa precisaba además que se refería a las « relaciones de convivencia en la sociedad humana..., primero, entre los individuos; en segundo lugar, entre los ciudadanos y sus respectivos Estados; tercero, entre los Estados entre sí, y, finalmente, entre los individuos, familias, entidades intermedias y Estados particulares, de un lado, y, de otro, la comunidad mundial ». Y concluía afirmando que el empeño de « consolidar la paz verdadera según el orden establecido por Dios » constituía una «tarea sin duda gloriosa».


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