WASHINGTON.- El atentado de Riad vuelve a poner a Arabia Saudita, un aliado bajo estricta vigilancia en Washington, en el centro de las preocupaciones estadounidenses en materia de terrorismo.
Este ataque, atribuido a Al Qaeda, ocurre cuando Estados Unidos se felicita de haber fortalecido su cooperación antiterrorista con el reino desde los atentados del 11 de setiembre de 2001.
Washington, sin embargo, continúa manteniendo sus sospechas sobre ese país y está preocupado por su posible desestabilización.
El presidente George W. Bush aseguró hoy al príncipe heredero saudita Abdallá que Estados Unidos apoya a su país frente al terrorismo.
"El Presidente habló con el príncipe heredero Abdallá esta mañana y le transmitió sus condolencias al pueblo de Arabia Saudita y a las familias de los muertos en el ataque de ayer", dijo un funcionario de la Casa Blanca.
El funcionario, que solicitó permanecer en el anonimato, precisó que Bush "también le dijo al príncipe heredero que Estados Unidos está con Arabia Saudita en la lcuha contra el terrorismo".
Un miembro de la comisión de Inteligencia del Senado estadounidense indicó hoy que esa comisión había sido informada recientemente de que un atentado de ese tipo era inminente.
"Recibimos un informe para advertirnos hace alrededor de una semana de que Arabia Saudita bien podría ser objeto de un atentado. Y es lo que ha ocurrido", declaró el senador republicano Pat Roberts a la cadena de televisión Fox News.
Roberts subrayó que la cooperación antiterrorista con Riad era "mucho mejor" después de los atentados precedentes, el 12 de mayo, en la capital saudita. Dijo también que esas acciones buscaban debilitar a la familia real. "Esto muestra que la familia saudita también es un blanco del terrorismo", afirmó.
Señal de lo crítico que resulta este acontecimiento, la administración estadounidense se demoró en reaccionar hasta casi 24 horas después de la explosión.
El departamento de Estado se limitó a informar de "algunos" norteamericanos ligeramente heridos y a difundir consignas de prudencia entre sus diplomáticos en ese país.
Washington había enviado antes de este episodio señales de alarma, anunciando el cierre de su embajada en Riad el sábado a raíz de que las amenazas de atentados habían pasado de su fase de concepción a la de ejecución.
La evolución de Arabia Saudita es seguida con particular atención en Washington después de los atentados del 11 de setiembre de 2001, 15 de cuyos 19 protagonistas eran de origen saudita.
El presunto cerebro de esos atentados, el jefe de la red Al Qaeda, Osama Bin Laden, también es de origen saudita, a pesar de que fue despojado de su nacionalidad.
Una parte de la clase política y de los medios de comunicación estadounidenses no ha dejado de estigmatizar desde entonces la supuestamente ambigua actitud del reino, acusado de ser a la vez aliado de Estados Unidos y una fuente de apoyo para los movimientos fundamentalistas islamistas.
Un senador demócrata, Charles Schumer, daba la pauta de los ataques más virulentos a fines de setiembre, los que no dejaron de multiplicarse en los últimos dos años.
Schumer acusó entre otras cosas a la familia real saudita de haber "hecho un pacto con el diablo" al darle protección y financiamiento al Islam wahabita (Islam radical), para que este último desestabilice al poder político establecido.
La administración estadounidense se esforzó, sin embargo, por mantener una línea más equilibrada en relación con este aliado, primer exportador mundial de petróleo y socio decisivo en temas como Irak o el conflicto israelo-palestino.
Estimando que el reino podía hacer más para perseguir a los extremistas y cortar sus fuentes de financiamiento, los responsables estadounidenses dieron señales de satisfacción ante el fortalecimiento de la cooperación con Riad.
Un jerarca del departamento de Estado declaró recientemente que "es deformar completamente los hechos (...) decir que no estamos satisfechos con lo que hacen los saudíes".