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Hussein estuvo ocho meses prófugo

El líder iraquí estaba desaparecido desde el 9 de abril cuando su régimen fue derrotado por las fuerzas aliadas.

14 de Diciembre de 2003 | 09:47 | EFE
BAGDAD.- La larga escapada de Saddam Hussein de las fuerzas encabezadas por Estados Unidos apenas superó los ocho meses, tras el desmoronamiento el pasado 9 de abril del régimen que, con puño de hierro, dominó Irak los últimos 24 años, desde que accedió a la presidencia apoyado en el Partido Baas.

Los estadounidenses han perseguido al depuesto ex Presidente iraquí, cuya captura en su ciudad natal de Tikrit se produjo la noche del sábado, para poder exhibir su detención como el símbolo del definitivo colapso de su omnímodo poder y reducir las acciones de la resistencia contra las fuerzas ocupantes, que le acusan de instigar los ataques.

Saddam Hussein, que se enfrentó en 1991 con George Bush con la invasión del emirato de Kuwait, ha sido atrapado por el Ejército norteamericano ahora al mando de su hijo, George W. Bush, que el 20 de marzo de 2003 lanzó la invasión de Irak.

El hasta hoy escurridizo ex gobernante iraquí recurrió a la difusión de mensajes grabados -cuya autenticidad no ha podido ser determinada en todos los casos- para tratar de mantener la oposición a los invasores, una vez que el desmoronamiento de sus Fuerzas Armadas fue evidente con la caída el 9 de abril de Bagdad.

Antiguo aliado de los gobiernos occidentales en su oposición al predominio regional del régimen de los ayatolas tras su advenimiento al poder en Teherán en 1979, Saddam Hussein escaló al poder con la paciencia del corredor de fondo que supo combinar los postulados nacionalistas y panárabes del Partido Baas con la sucesiva eliminación de todos aquellos que pudieran suponer un obstáculo a su carrera.

Nacido el 28 de abril de 1937 en Tikrit, al norte del país, y cuna del legendario Saladino que en 1187 arrebató Jerusalén a los cruzados, Saddam Hussein de acuerdo con la tradición se apoyó en el clan para garantizar su supervivencia, aunque no dudó nunca en eliminar también a sus próximos si suponían un riesgo para sus objetivos.

En su ascenso al poder, contó con su tío, Khairallah Tolfah, que sería gobernador de Bagdad y quien se hizo cargo del joven campesino huérfano, cuyos humildes orígenes no impidieron que cultivara, una vez en el poder, la megalomanía propia de los tiranos que siembren con sus efigies y retratos todos los confines del país sometido a su voluntad.

Afiliado al Partido Baas desde 1956, participó en el golpe de Estado fracasado contra el rey Faisal II, de la dinastía hachemita designada por los británicos para controlar su antiguo feudo mesopotámico.

Encarcelado en 1958 por el asesinato de un policía, un año después colaboró en el atentado contra el general Abdul Karim Kassem, verdugo del rey Faisal II y jefe del Estado iraquí, acción en la que resultó herido en la rodilla.

Fue condenado a muerte por el complot en 1960, aunque había logrado escapar del país para exiliarse en Egipto, donde prodigó sus contactos políticos, especialmente con quienes abogaban por una nación árabe unida opuesta al colonialismo de las potencias occidentales.

Con el acceso de los baasistas al poder, regresa en 1963 y asume el mando de la organización militar del partido, encomienda que a la larga le garantizaría el verdadero control de la formación política, el Ejército y el Gobierno, en medio de la indiferencia de sus camaradas, que no veían en él un verdadero obstáculo político, según algunos de los biógrafos que sostienen que le dejaron hacer el "trabajo sucio".

El derrocamiento del régimen Baas por Abdel Sarim Aref supone la vuelta a prisión y una nueva evasión en 1966, hasta que dos años después, elegido secretario general adjunto del partido dedica sus esfuerzos a consolidar su posición interna.

A la sombra del general El Bakr, nuevo presidente de la nación, es designado en noviembre de 1969 vicepresidente del Mando Supremo de la Revolución, posición desde la que no conspira contra el líder, pero que utiliza para controlar y dirigir en su propio beneficio los resortes del poder.

No se le escapa que la principal fuente de ingresos de Irak son las exportaciones de petróleo y aprovechará la rivalidad de la antigua Unión Soviética con Estados Unidos, no sólo para aprovisionar de armamento a su país, sino para debilitar la posición de las petroleras occidentales en el consorcio que explota las riquezas naturales del país y extraer recursos en beneficio de su carrera política.

La firma en 1972 del Tratado de Amistad y Cooperación con la Unión Soviética fue la palanca empleada para consolidar su poder interno y distanciarse de las potencias occidentales de cara a proyectar su imagen de estadista con capacidad para destinar los recursos del país a la modernización del Estado.

Su posición, arduamente trabajada en los años setenta, le permite el 22 de septiembre de 1979 suceder a un decrépito El Bakr, a quien ni siquiera había necesitado apartar para hacerse con el control real del poder que ya concentraba en sus manos.

Su habilidad par eliminar y postergar a los militares de mayor prestigio en el Ejército y a las figuras del partido posibilitaron su nombramiento sin oposición real como Jefe de Estado, presidente del Consejo del Comando Revolucionario, primer ministro, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y secretario general del Baas.

La primera conspiración contra su ilimitado poder a los quince días de su proclamación como único líder concluyó con 34 ajusticiados, entre ellos, algunos de sus más estrechos colaboradores.

La expeditiva eliminación de todos aquellos de quienes sospechaba deslealtad ha sido una de las constantes para proteger su poder, que pretendió consolidar en el escenario internacional con la guerra contra Irán iniciada el 22 de septiembre de 1980 por el control de la región petrolera de Chatt el Arab.

El uso de agentes tóxicos en la guerra con su vecino acreditó su condición de sanguinario dirigente pero cuestionó su capacidad como estratega militar, pues ocho años y un millón de muertes después no había logrado ninguno de sus propósitos en el control del petróleo y el ensanchamiento de la única franja de litoral de Irak al sur.

Dos años más tarde, un nuevo error de cálculo le enfrentó tras la invasión de Kuwait el 2 de agosto de 1990 con una coalición militar internacional encabezada por Estados Unidos y con el mandato de Naciones Unidas para expulsar a sus tropas del emirato.

La operación "Tormenta el Desierto" derrotó a los iraquíes en el territorio vecino ocupado y supuso un severo castigo a sus Fuerzas Armadas.

No obstante, reprimió a sangre y fuego el alzamiento chií del sur y kurdo al norte, aunque las potencias aliadas entonces decidieron imponer zonas de exclusión aérea para proteger el feudo kurdo al norte y limitar su control territorial al sur.

El embargo posterior a la guerra fue suavizado en 1995, mediante el programa "Petróleo por Alimentos", y sin embargo, pese a la precariedad y las penurias de la población, Saddam Hussein consiguió mantenerse en el poder.

Arropado ya sólo por sus más próximos y con algunos episodios de rencillas y desavenencias familiares, saldadas en algunos casos como en 1996 con la muerte de los dos maridos de sus hijas que habían escapado del país y a su retorno ejecutados, pese a las promesas de clemencia.

Las diferencias desde 1997 con UNSCOM, la misión de Naciones Unidas encargada de supervisar el desarme del régimen iraquí, acrecentaron su soledad en el plano internacional y desembocaron en la llamada "Operación Zorro del Desierto", por el que el país fue nuevamente bombardeado por EE.UU. y el Reino Unido, operación que precedió a la negativa a autorizar el trabajo de los inspectores, a quienes acusaba de espías.

Su inclusión por el presidente estadounidense en el llamado "Eje el Mal", tras los atentados del 11 de septiembre precipitaron su caída entre los regímenes parias del mundo y la intensificación del debate en el seno de Naciones Unidas sobre sus intenciones armamentísticas.
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