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Papa condena tráfico de inmigrantes

En su Mensaje a la 90 Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, el Sumo Pontífice sostiene que es necesario combatir la guerra desde sus raíces, "ya que la paz no es únicamente ausencia de conflictos", sino un proceso dinámico y participativo a largo plazo.

23 de Diciembre de 2003 | 12:04 | EFE
CIUDAD DEL VATICANO.- El Papa condenó el tráfico de inmigrantes y afirmó que cada Estado debe garantizar a sus ciudadanos el derecho a no tener que emigrar, que nadie puede permanecer insensible frente a las condiciones de los trabajadores extranjeros quienes pueden contribuir a la paz en el mundo.

El Pontífice hizo estas consideraciones en su Mensaje a la 90 Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, que se celebrará el año próximo en fechas que decidirá cada Conferencia Episcopal, hecho público hoy por el Vaticano.

En el mensaje, bajo el lema "Emigraciones, una visión de paz", el Obispo de Roma llama la atención de la opinión pública sobre la movilidad humana forzada, resaltando que muchos de sus problemas se deben a las guerra, la violencia, el terrorismo, la opresión, la discriminación y las injusticias que azotan al mundo.

El Papa Wojtyla lamentó que por desgracia nos estamos habituando a ver "la peregrinación desconsolada" de los evacuados, la huida desesperada de los refugiados y la llegada, a través de cualquier medio, a los países ricos de personas que huyen de la pobreza y buscan soluciones para sus vidas y las de su familiares.

"¿Como se puede hablar de paz cuando se registran constantemente situaciones de tensiones en muchas partes del mundo?", se preguntó el Papa, quien se mostró convencido de que los inmigrantes pueden contribuir a construir la paz entre los hombres.

Aseguró que es necesario combatir la guerra desde sus raíces, "ya que la paz no es únicamente ausencia de conflictos", sino un proceso dinámico y participativo a largo plazo que implica a todas las capas de la sociedad y a las instituciones nacionales e internacionales".

Asimismo, dijo que hay que apoyar todos los esfuerzos de perdón y reconciliación y una vez más subrayó que nunca podrá haber paz sin justicia y sin respeto de los derechos humanos.

En lo que concierne a los inmigrantes, el Papa afirmó que cada país tiene la obligación de salvaguardar el derecho de sus habitantes "a no emigrar y a vivir en paz y dignidad en su propia tierra".

Juan Pablo II agregó que cada país debe garantizar también a sus ciudadanos la libertad de expresión, de movimiento, de acceso a la comida, a la salud, al trabajo, a la casa y a la educación, y dijo que el no poder garantizarlas obliga a muchas personas a emigrar "a la fuerza".

También tiene que ser salvaguardado el derecho a emigrar, precisó el Papa que dijo que los gobiernos deben regular los flujos migratorios "en el pleno respeto de la dignidad de la persona y las necesidades de sus familiares, teniendo en cuenta las exigencias de la sociedad que acoge a esos inmigrantes".

"Nadie puede permanecer insensible ante las condiciones en que se mueven los inmigrantes. Se trata de personas en manos de los acontecimientos, que llevan a sus espaldas situaciones muchas veces dramáticas. Son niños, jóvenes, adultos y ancianos de rostro macilento y con los ojos llenos de tristeza y soledad, que sufren graves restricciones en los campos donde son alojados", afirmó el Papa.

Juan Pablo II denunció también el tráfico de "explotadores sin escrúpulos" que abandonan en el mar, en precarias embarcaciones, a personas desesperadas que buscan un futuro mejor, "pero que no es menos incierto".

"Quien se encuentra en situaciones críticas necesita de cuidados y acciones concretas", manifestó el Papa, que se mostró convencido de que a pesar de los problemas que sufren, los inmigrantes pueden dar una gran contribución a la paz, ya que puede "suavizar" el encuentro y la comprensión entre las civilizaciones, entre las personas y entre las comunidades.

Ese enriquecimiento se produce, según el Obispo de Roma, cuando los inmigrantes son tratados con el debido respeto de su dignidad, cuando se favorece la cultura de la acogida y la cultura de la paz, "que armoniza las diferencias y el diálogo".

Juan Pablo II se mostró convencido de que si se favorece la integración de todos los inmigrantes, respetando sus identidades y salvaguardando el patrimonio cultural de la población que les acoge, "se corre menos riesgos" de que si forman sus propios guetos, "aislándose y alimentando muchas veces el deseo de conquistar gradualmente el territorio".

El Papa animó a los hombres a no resignarse a las injusticias y no dejarse abatir por las dificultades.

"Si el sueño de un mundo de paz es compartido por muchos, si se valora la aportación de los emigrantes y de los refugiados, la humanidad puede convertirse en una familia de todos y la Tierra en una casa común", concluyó el Papa.
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