NUEVA DELHI.- Poco después de las nueve, en una soleada mañana de otoño, Indira Gandhi sale de su residencia en la capital india, Nueva Delhi. "Namaste", saludos, dice a los dos guardaespaldas. Es su última palabra. Los dos sikhs abren fuego. La primera ministra de la India recibe más de treinta disparos. Horas después de su muerte ese 31 de octubre de 1984, el país se sume en el caos. Veinte años después, la herencia política de la mujer que marcó a la India como ninguna otra sigue vive a través de su familia.
Indira Gandhi, hija del primer ministro indio Jawaharlal Nehru, gobierna la India, la mayor democracia del mundo, durante 16 años y con mano dura. Por su padre, tiene contacto muy pronto con el pacifista indio Mahatma Gandhi, con el que no la une ningún parentesco. En 1966, a los 48 años, se convierte en primera ministra de un país en el que le esperan tareas gigantescas, muchas de las cuales siguen sin resolverse hasta hoy.
La población explota, por lo que Indira Gandhi ordena la esterilización obligatoria. La pobreza está ampliamente extendida, pero la educación no. La burocracia es una selva, la administración del Estado es deficitaria. En 1975, un tribunal declara a Indira Gandhi culpable de corrupción en las elecciones para la Cámara baja. No reacciona con la renuncia exigida por la oposición, sino que declara el estado de excepción hasta 1977. Los derechos constitucionales quedan suspendidos, miles de opositores son encerrados y la prensa es censurada.
La insatisfacción de la población lleva a que el Partido del Congreso sufra en las elecciones de 1977 su primera derrota desde la independencia treinta años antes. Pero en 1980, Indira Gandhi consigue un grandioso regreso. Su partido logra casi dos tercios de los votos. Una de las mayores amenazas de la India son en aquel entonces los movimientos independentistas, entre ellos, los sikhs, minoría religiosa a la que pertenecen un dos por ciento de los indios.
Pocos meses antes de su asesinato, Indira Gandhi ordena la "Operation Blue Star", el asalto al templo dorado en Amritsar, santuario de los sikhs. Allí se atrincheraron los separatistas, que luchan por Khalistan, una nación sikh independiente. Muchas personas mueren, entre ellas muchos peregrinos inocentes. El movimiento es reprimido brutalmente.
De todas maneras, Indira Gandhi rechaza el consejo de no tener más guardaespaldas sikhs. "Si tengo sikhs como éste a mi alrededor no creo que deba temer nada", comentó dos meses antes de su muerte justamente en referencia a uno de sus futuros asesinos. "No tengo interés en una vida larga", dijo la noche antes de su asesinato. "Si muero hoy, cada gota de mi sangre fortalecerá a la nación".
Pero no sólo es su sangre la que fluye. Poco después del golpe que afecta a toda la India comienzan las masacres. Unos 3.000 sikhs son asesinados por las masas. El hijo de Indira, Rajiv Gandhi, que nunca ocultó que no quería ser político, asume el poder. Consigue estabilizar al país. En 1991, Rajiv Gandhi, que mientras tanto estaba en la oposición, también fue asesinado.
En 1998, la viuda de Rajiv, Sonia Ganhi, es elegida presidenta del Partido del Congreso, al que esta primavera (boreal) llevó de vuelta al poder. Rechazó el puesto de primera ministra, pero para muchos es considerada la mujer fuerte del país. Y ella está preparando el terreno para la próxima estrella de la dinastía Nehru-Gandhi: Su hijo Rahul Gandhi acaba de ser elegido legislador por primera vez. En el Partido del Congreso, el nieto de Indira ya es venerado.