Paisaje desolador. (Foto: AP) |
PENIPE.- Los vecinos del volcán Tungurahua seguirán en sus pueblos "hasta que Dios nos lleve", dijo Gerardo Casco, de 86 años, del caserío de Ganzhi, en el cantón Penipe, uno de los más afectados por la erupción del pasado jueves.
Pese a ser conscientes del peligro que supone para ellos el volcán, Casco insiste: "Aquí no más tengo mi casita y mis animales y también tengo fe en Diosito, que cuando quiera me llevará. ¿Cuando?, nunca se sabe".
Dentro de la zona que fue evacuada entre la noche del miércoles y la madrugada del jueves, Casco y uno de sus hijos siguen cuidando sus diez vacas y otros animales, pues no tienen intención de moverse del área, cubierta por la ceniza y el cascajo arrojados por el coloso.
Un poco más adelante, en el poblado de Palitahua, donde se produjeron las únicas cinco víctimas mortales de la erupción (dos aún no rescatadas), el paisaje es dantesco, pero sus vecinos caminan entre las casas y se muestran casi unánimes en su deseo de seguir en su pueblo.
Serafín Medina, líder comunal de Palitahua, asegura sin dudar que "cuando esta situación pase, tendré que volver aquí, no quiero irme a otro sitio, y el 90 por ciento de las 49 familias que vivimos aquí pensamos lo mismo".
"Por supuesto, una vez que sea posible, en uno o dos años, volveremos a trabajar como antes. Ecuador tiene más de cien volcanes y, estemos donde estemos, vamos a tener problemas", afirma Medina a pocos pasos del río Puela.
El río, por la fuerza del agua, se ha abierto paso a través de las miles de toneladas de material incandescente que cubrieron su cauce hace apenas dos días y que conservan su calor y hacen salir densas e inmensas nubes de vapor en un tramo de al menos medio kilómetro.
La lengua de fuego arrasó una docena de casas, la mitad de Palitahua, y se llevó el puente, junto con la vida de cinco vecinos, de los que se han rescatado ya parte de los cuerpos de tres, mientras los otros dos siguen bajo la mole de material volcánico.
Las casas de la parte alta del pueblo, aunque cubiertas de ceniza y cascajo de roca volcánica, permanecen firmes, pero en la zona más próxima al río sólo quedan restos grises y humeantes, que dan la sensación de ser extrañas esculturas truncadas en un paisaje lunar.
La evacuación de Palitahua se produjo a las dos de la madrugada del jueves, cuando la avalancha de materia incandescente ya alcanzaba el pueblo y algunos salieron ’’a la fuerza’’, ayudados por Medina, "con la lava a dos metros y medio", pese a lo cual insiste en que "volveremos y dejaremos a nuestros hijos la experiencia".
Israel Medina, de 63 años, que pasó solo y aterrorizado la hora que duró la caída de cascajo y ceniza sobre Palitahua, encerrado en el baño de su casa, construido de hormigón, es también de la opinión de Serafín: "Esperaré a que llueva, se asiente el polvo, y volveré aquí a trabajar".
Confiesa que pasó miedo, "pues veía venir la muerte", pero insiste en que no quiere otras tierras más seguras, "quizá sería bueno con veinte años, pero a esta edad, ¿para qué?. Somos agricultores, tenemos que venir a sembrar y esperar la cosecha".
Sólo una familia, la de Vicente Sánchez, de Capil, un barrio alto de Palitahua, cuyos cinco miembros pasaron juntos en su casa la terrible madrugada del jueves, afirma que ha decidido irse.
"Mañana sacaremos los animales: el burro, los puercos, los pollos y los cuyes (conejillos de indias). Ya no se puede vivir aquí y estamos esperando ayuda para instalarnos en otro sitio", dice Vicente, mientras su hija Adriana, de doce años, asevera que la erupción "estuvo muy fea".
Las autoridades, con el gobernador de Chimborazo, Carlos Puente, y el alcalde de Penipe, Juan Salazar, a la cabeza, insisten en que ya no se puede vivir en poblados como Bilbao, Chontapamba, Pungal o Palitahua y que sus vecinos tendrán que trasladarse.
"Bilbao no ha desaparecido, lo que está es destruido y lo reconstruiremos", respondió a las autoridades Segundo Ruiz, uno de los líderes vecinales de esa pequeña localidad de la falda del volcán, que fue arrasada por la erupción.