"Anoche dormí muy poco. Me desperté cada vez que había una réplica", se quejó a la AFP Chiezo Seto, un comerciante de 56 años cuya casa se derrumbó.
En la pequeña ciudad portuaria de Wajima, en el centro de la zona devastada, soldados, bomberos y policías trataban de encontrar a eventuales desaparecidos. Otra prioridad es restablecer el aprovisionamiento de agua, cortada desde el domingo por la mañana.
Algunos habitantes ayudaban a sacar los escombros. Otros, inconsolables, se limitaban a mirar, con los ojos llenos de lágrimas, las ruinas de sus viviendas.
Unas 130 personas permanecían bloqueadas en una zona de descanso de la autopista, luego de deslizamientos de terreno que bloquearon numerosas rutas.
Los japoneses, cuyo país sufre aproximadamente 20% de los sismos más fuertes registrados todos los años en el mundo, están habituados a sentir que la tierra tiembla bajo sus pies.
Pero la gran violencia del terremoto del domingo fue más allá de todo lo que pudieran imaginar. "Ni siquiera en mis peores pesadillas hubiera podido pensar que se pudiera registrar semejante sismo", dijo Yasuei Muro, de 64 años, quien recuerda haber visto en la televisión las imágenes del terrible sismo de Kobe (unos 6.500 muertos) en 1995, también en el oeste de Japón.
"Yo creía que eso sólo les ocurría a los otros. Desde ayer me doy cuenta hasta qué punto es aterrador, hasta qué punto son insignificantes las posibilidades de protegerse", comentó.
El primer ministro Shinzo Abe se comprometió a "hacer todo lo que estuviera a su alcance" para ayudar a las víctimas de este sismo, uno de los más destructores en Japón en los últimos años, y reconstruir la región afectada.
El último gran sismo en Japón tuvo lugar en octubre de 2004. Un terremoto de 6,8 en la escala abierta de Richter dejó 67 muertos y miles de damnificados en la prefectura de Niigata (norte).