MÉXICO.- Murió el día de su cumpleaños, cuando su novio le partió el cuello, y después la desmembró con una sierra para repartir sus restos por toda la ciudad de México, los que la policía fue hallando poco a poco ante la conmoción general.
El duende sobre un hongo tatuado en la espalda de la víctima fue la clave para detener al asesino y resolver el caso que ha causado mayor alarma social en México en los últimos tiempos.
Ana Laura Jiménez era camarera en el club La Perla, en el sureño barrio de Tláhuac de la capital mexicana, donde bailaba con los clientes a cambio de dinero, aunque a sus padres se lo ocultó y les hizo creer que llevaba ocho meses trabajando en una taquería.
Así es como conoció a principios de febrero de este año al que sería su novio, un hombre de 27 años que había pasado los últimos nueve en prisión por robar un vehículo con violencia, y quien había recobrado la libertad el pasado octubre.
El 5 de marzo, el día antes de que cumpliera 19 años, Ana Laura les dijo a sus padres que se iba a celebrarlo con unos amigos, y que la esperaran hasta las diez de la mañana del día siguiente, cuando ya lo festejaría con ellos, pero nunca regresó.
Su novio José (se hacía llamar José González Peña, José Hernández Hernández o José Abraham Peña Pedraza) la fue a ver al club y allí consumió tres jarras de cerveza.
En la madrugada se fueron juntos a la casa de él, pero primero pararon a comprar dos botellas de dos litros de vino.
Ya en la vivienda, él le pidió que dejara ese trabajo, pero ella le respondió que no lo haría hasta que terminara de pagar sus deudas, lo que provocó el enfado del hombre.
José la amenazó con dejarla e irse a Estados Unidos, y ella, ofendida, le arañó la cara y trató de pegarle, por lo que él la volteó y le rompió el cuello, tras lo cual, sin saber qué hacer, se dedicó a beber.
Finalmente agarró un serrucho y le cortó la cabeza, los brazos y las piernas, y a lo largo de los días fue repartiendo los restos por distintas zonas del sur de la ciudad.
Tres días después, el 8 de marzo, apareció un tórax femenino en Zapotitlán, en Tláhuac, con un duende posado en un hongo tatuado en la parte baja de la espalda.
El 17 del mismo mes se encontraron unas piernas en el Canal del Chalco, en el límite entre los barrios de Iztapalapa y Xochimilco, y el 23 hallaron los brazos en Iztapalapa.
Gracias al ADN, a la coincidencia en la pigmentación en la piel y en los cortes, la policía se dio cuenta de que los restos pertenecían a la misma persona.
La identificación del cuerpo fue posible gracias al tatuaje, explica el fiscal de homicidios del Distrito Federal, Guillermo Zayas González, quien relató la sucesión de los hechos en una entrevista a Efe.
Los padres de Ana Laura habían denunciado su desaparición unos días antes, destacando el tatuaje como manera de identificar a su hija, mientras la investigación llevada a cabo por la policía les condujo hasta el novio de la joven, quien además era un ex cocainómano.
Cuando lo localizaron estaba ingresado en una clínica de Alcohólicos Anónimos en Huixquilucán, en el Estado de México, donde según un testigo reconoció haberle oído decir que por haber bebido mucho “había hecho algo malo a su novia".
Cuando le detuvieron el día 27 confesó todos los hechos y condujo a la policía hasta la cabeza de la chica, que estaba en un río en el periférico de la ciudad, donde dijo que la había llevado dentro de una bolsa de plástico negra.
Zayas asegura que este tipo de crímenes, “tan sádicos,” no son comunes en el Distrito Federal, y que el único caso parecido que se dio fue en diciembre de 2006, en el norte de la capital, y agregó que aún no ha sido resuelto.
"Este caso ha generado demasiada alarma social en la ciudad,” afirma el fiscal, y añade que el objetivo del supuesto asesino era no ser descubierto, confundir a las autoridades y poder marcharse a otro país.
Para ello quiso “estabilizarse” primero, por lo que ingresó en este centro de rehabilitación, y devolvió las llaves de la casa donde cometió el crimen, pero fue detenido y acusado de homicidio con agravio.
Zayas opina que el modus operandi pudo copiarlo de algún otro visto en los medios de comunicación, y confió en que crímenes así no se repitan en el Distrito Federal.