LONDRES.- El conde Charles Spencer, antes de leer el discurso de despedida de su hermana, la princesa Diana, ante los asistentes al funeral en la Abadía de Westminster, ya lo había ensayado a solas con su ataúd en la capilla del Palacio de San Jaime, donde incluso escuchó un suave susurro que le pareció de satisfacción.
Así lo revela el propio conde en una columna publicada hoy por el periódico "The Guardian", en la que confiesa los esfuerzos que tuvo que hacer para elaborar un texto que resumiera sus sentimientos y a la vez llegara a los millones de admiradores de la princesa en todo el mundo.
Diana y su novio, Dodi Al Fayed, murieron en un accidente de tráfico el 31 de agosto de 1997 en París, al chocar su automóvil contra una columna del túnel subterráneo del puente del Alma, cuando huían de la persecución de los "papparazzi".
En su artículo, parte de una serie dedicada a discursos famosos realizados por británicos, el conde explica que empezó a pensar en su alocución cuando regresaba de Ciudad del Cabo, donde se hallaba cuando ocurrió la tragedia.
Durante ese viaje, mientras miraba su agenda de contactos, se dio cuenta de que debía ser él, y no otra persona, quien homenajeara a la princesa el día de su último adiós.
En los días siguientes intentó escribir el texto, y barajó hasta veinte o treinta encabezamientos, hasta que advirtió que había dos temas que en general preocupaban a sus admiradores: el papel de la prensa sensacionalista y el futuro de los príncipes Guillermo y Enrique.
"Me comprometo a que nosotros, tu familia de sangre, haremos todo lo posible para continuar el modo imaginativo y afectuoso en que tú estabas conduciendo a estos dos jóvenes excepcionales, para que sus almas no sean simplemente inmersas en el deber y la tradición, sino que puedan cantar libremente, como tú habías planeado,” afirmó el conde en el funeral.
Hoy reconoce que al escribir estas palabras, que se interpretaron como un ataque velado a la Familia Real, tuvo la sensación de que eran las "adecuadas".
Charles Spencer explica que ensayó el discurso en voz alta y se lo leyó a sus ayudantes y a su novia de entonces varias veces en su residencia de Althorp, para familiarizarse con el texto y evitar que le temblara la voz el día del funeral, el 6 de septiembre.
Después lo leyó ante el ataúd de la princesa en la capilla del Palacio de San Jaime, en Londres, y al concluir escuchó "un susurro que pareció de satisfacción, en aquel lugar tan, tan triste".
Pese a la práctica, pronunciar el discurso en el funeral fue un verdadero "calvario", ya que el conde se sintió "débil" y "a punto de desmayarse" por la emoción.
Al principio perdió la concentración, pero después se recompuso y, antes de proseguir, se dijo a sí mismo: "Frena y hazlo bien, no puedes estropear esto, hazlo por Diana. Habla por tu hermana, ya que ella ya no puede hacerlo".