RANGÚN.- "Nos pegaron y después nos interrogaron para que denunciáramos a los líderes", contó el domingo a la AFP un joven bonzo birmano que, detenido junto con otro millar de monjes budistas en las manifestaciones contra el régimen militar, pasó seis días de penalidades en reclusión.
Una mañana, los soldados llegaron a su monasterio y les dijeron a los monjes que allí se encontraban que se los llevaban para invitarles a una comida.
Fue una artimaña para facilitar la operación en unos días de finales de septiembre en los que las fuerzas militares multiplicaron las redadas hasta en 18 monasterios.
Los bonzos fueron llevados a un campus y encerrados en unas dependencias sin baños ni ventanas, donde el calor era asfixiante y donde fueron obligados a desnudarse varias veces.
"Nos forzaron a arrodillarnos, la cabeza contra el suelo, como si fuéramos prisioneros. Pasamos dos días así antes de que nos desnudaran", contó este monje, de 18 años, bajo anonimato.
"Nos golpearon varias veces: patadas, puñetazos o con palos. Después nos dividieron en grupos de diez y nos interrogaron uno a uno. Querían saber si habíamos participado en las manifestaciones y quién era el líder en nuestro monasterio", confesó el monje.
Después de los interrogatorios, los monjes fueron encerrados en grupos de unos 60 en aulas, obligados de nuevo a estar de rodillas y hacer sus necesidades en el suelo.
Según este detenido, soldados budistas les confesaron que estaban avergonzados.
"Algunos soldados budistas vinieron a excusarse e implorar nuestro perdón. Nos dijeron que si nos trataban así era porque tenían esa orden de sus oficiales".
"Hubo monjes les dijeron que irían al infierno y algunos soldados se pusieron a llorar, porque sabían que era verdad", dijo.
Para obtener la misericordia, los soldados ofrecieron agua a los cautivos.
El joven bonzo reconoció entre sus compañeros de cautiverio a religiosos del monasterio de Ngwekyaryan.
A quienes se resistían les golpeaban duro. "Algunos tenían heridas de consideración y los párpados hinchados por la cantidad de golpes recibidos. Otros tenían heridas en la cabeza y los brazos", aseguró.
Finalmente, los monjes fueron repartidos en varios grupos: en el primero, los que fueron considerados sospechosos de haber participado en las manifestaciones, en otro los presuntos cabecillas, y en un tercero, los que simplemente apoyaban su revuelta.
El joven fue finalmente liberado en compañía de otros bonzos de su monasterio, después de haber asegurado a los militares que no se había manifestado jamás.
Antes de volver a su residencia y recuperar la calma, asegura que no siente odio. "No tengo ira contra los soldados. Les envío un mensaje de amor para que recuperen la paz un día", finalizó.