WASHINGTON.- Alrededor de 1670 algo terrible ocurrió en una granja de Leavy Neck (EE.UU.), algo que quedó oculto durante siglos hasta que unos arqueólogos forenses descubrieron los restos de un cadáver y sus huesos denunciaron al asesino.
El misterio del joven hallado, cubierto de basura, en el sótano de esa granja, es uno de los relatos que cuenta la exposición "Escrito en los huesos: Archivos Forenses del siglo XVII en la Bahía de Chesapeake", que revela cómo fue la vida de los primeros colonos estadounidenses a través de sus esqueletos.
La muestra, recién inaugurada en el Museo de Historia Natural de Washington, expone la existencia dura, corta y repleta de peligros de quienes buscaron la tierra prometida, al otro lado del océano Atlántico.
En Jamestown, la primera colonia inglesa permanente, de las 104 personas que llegaron en 1607, sólo quedaban vivas nueve meses después 38, el resto había sido víctima mortal del hambre, las enfermedades y los ataques de los indios.
Eso no impidió la arribada masiva de nuevos colonos, como el joven de Leavy Neck, que es un ejemplo de lo que tuvieron que pasar muchos de ellos.
Su cadáver, encogido en un agujero poco profundo, tenía un pedazo de vasija encima, cuyo borde desgastado y con restos de tierra indica que alguien lo usó para cavarlo, según dijo Douglas Owsley, uno de los comisarios de la exposición.
Los huesos del joven, de unos 16 años, demostraban que había realizado tareas físicas duras y sus dientes revelaban una dieta insuficiente.
Tenía varias costillas rotas y en una muñeca una fractura "defensiva", que supuestamente sufrió al protegerse de los golpes de alguien.
Además, por la composición química de los huesos, que refleja la dieta, los antropólogos pudieron establecer que llevaba en América menos de un año.
Con esas pistas Owsley y su equipo concluyeron que se trataba de un sirviente "por contrato", un joven que se comprometió a trabajar entre 4 y 7 años de sol a sol en América, a cambio de su pasaje en barco desde Europa. Más de un 70 por ciento de los colonos vinieron de ese modo.
"Esto fue una tumba clandestina, algo se les fue de las manos y llevó a su muerte y no le enterraron debajo de un árbol, no lo hicieron público", dijo Owsley.
Probablemente no se trató de un homicidio intencionado, porque los sirvientes eran una propiedad de alto valor, según el arqueólogo.
El culpable debió ser el dueño de la granja en esa época que, según los documentos históricos, vivió allí con su mujer, dos hijos y dos sirvientes.
Ni su nombre, ni el del muerto se conocen. Los huesos dicen muchas cosas, aunque la identidad es difícil de establecer a partir de un esqueleto de antes de la era del ADN.
Prueba de ello son los restos de un joven de Jamestown, encontrado con una punta de flecha en el lugar donde estuvo su muslo.
La posible muerte a manos de los indios en realidad fue una bendición, pues ese joven sufría una infección horrible en la boca que le había corroído el hueso, le dificultaba comer y le mataba lentamente, según Karin Bruwelheide, la otra comisaria de la muestra.
También están expuestos los huesos minúsculos de un bebé de unos 5 meses que murió por falta de vitamina D, es decir, de luz del sol.
Por la presión sobre los huesos, los arqueólogos creen que sus padres le mantuvieron enrollado con paños para que no pasara frío, lo que impidió que recibiera la luz.
Una constante en la exposición son las dentaduras horribles, por el paso de la dieta europea basada en trigo a otra en maíz, más proclive a las caries.
Empeoró las cosas el hábito generalizado de fumar tabaco, demostrado hasta en niños de 10 años, pues la arcilla de las pipas disolvía literalmente el esmalte de los dientes y dejaba agujeros.