RICHMOND.- Algunos buscan venganza, otros justicia. También hay quienes manifiestan frustración y desafío.
Para los heridos por el francotirador de Washington DC y para los familiares de los diez muertos, las emociones previas a la ejecución del culpable de los ataques en 2002 varían en toda una amplia gama.
John Allen Muhammad, de 48 años, debe morir por una inyección letal en una prisión de Virginia el próximo 10 de noviembre, siete años después de que junto con un cómplice adolescente aterrorizara el área en la capital y alrededores durante tres semanas.
Algunos familiares de las víctimas no ven la hora de que Muhammad sea ejecutado. Otros planean viajar a Virginia pero no acercarse a la prisión.
Y hay otros que planean pasar la noche en sus casas con sus familiares, satisfechos de que Muhammad pague sus crímenes pero indiferentes al procedimiento.
Para Nelson Rivera -inmigrante hondureño que recientemente juró como ciudadano estadounidense- y Marion Lewis, presenciar la ejecución de Muhammad será lo más cercano a una venganza.
"Siento que va a ser el último capítulo de este libro y quiero ver la expresión de su cara. Y ver si dice algo", afirmó Rivera, de 38 años. "Quiero ver su cara y ver cómo reacciona al enfrentarse a su muerte", agregó.
Lori Ann Lewis-Rivera, que era esposa de Rivera e hija de Lewis, murió mientras pasaba una aspiradora para limpiar su furgoneta en una gasolinera de Kensington, Maryland.
Rivera volvió a casarse y tuvo dos hijos más desde la muerte de Lori, quien dejó una hijita de dos años, Jocelin. Ahora trabaja como encargado de mantenimiento en una escuela pública en los suburbios de Sacramento, California.