TEGUCIGALPA.- El chileno Edgard Garrido, de 33 años, casado y con un hijo de 18 meses, ha trabajado para Reuters por dos años y medio como fotógrafo en Chile y Honduras.
Garrido fue una de las personas que estuvo refugiada en la embajada de Brasil en Tegucigalpa con el depuesto presidente hondureño Manuel Zelaya por un mes y medio. Esta historia cuenta los momentos antes de que abandonara el viernes la sede diplomática para reencontrarse con su familia.
“Sentado en uno de los salones de la embajada de Brasil en la capital de Honduras, donde se refugia desde que entró clandestinamente a su país a fines de septiembre, el depuesto presidente Manuel Zelaya no disimula la derrota en su rostro.
Cerca del mediodía del viernes los colaboradores del empresario maderero escuchan atentos sus palabras como si fuera un sacerdote con su grey.
Nada muy elocuente sale esta vez de sus labios, acostumbrados a borbotones de retórica. El fracaso del acuerdo firmado con el Gobierno de facto que lo sucedió tras el golpe de Estado de junio quemó el último as en su manga.
Con el pacto, que establecía que el Congreso debía decidir si Zelaya era restituido en el poder y proponía la creación de un gobierno de unidad nacional, Zelaya apostaba a volver a la silla presidencial y terminar en enero su accidentado mandato.
Pero el Congreso no ha convocado a sesiones para votar su restitución y espera las opiniones no vinculantes de la Corte Suprema y de la fiscalía sobre el caso.
Su archienemigo desde antes del Golpe, el presidente de facto Roberto Micheletti, anunció el jueves por la noche que designó un gobierno de coalición, salvo que no incluye a gente de Zelaya.
El derrocado líder exigía se votara su restitución antes de designar un gabinete. Sin dejarle mucha salida, Zelaya rompió el viernes por la madrugada con el acuerdo."Solo Dios sabe lo que va a pasar", dice Zelaya.
Todos estamos cansados después de semanas de sufrir cortes de agua, de electricidad, falta de comida y de tratar de dormir en el piso bajo la estridencia de parlantes colocados frente a la embajada con marchas marciales y ruidos de animales en las madrugadas.
Fui uno de los pocos periodistas que pudo colarse a empujones en la embajada brasileña cuando Zelaya pidió refugio. Y logré hacer fotos singulares, como la imagen de él durmiendo con su sombrero de vaquero cubriéndole la cara que dio vuelta por varios periódicos del mundo.
El viernes fue un día especial, pude volver con mi familia que tanto he echado de menos durante esta inusual asignación, que se convirtió en una incómoda cobertura.
Unas 20 personas que acompañan a Zelaya desde el comienzo de la reclusión en la sede también se preparaban para abandonar el edificio en los próximos días.
Pero mientras tanto, la embajada sigue rodeada por decenas de militares y policías que tienen orden de arrestar al mandatario izquierdista aliado del mandatario venezolano, Hugo Chávez.
Lo acusan de haber violado la Constitución con un intento de referendo para allanar el camino a la reelección presidencial, la misma justificación utilizada por la Corte Suprema cuando ordenó a los militares sacarlo en pijamas desde su casa, subirlo a un avión y dejarlo en Costa Rica.
En la embajada sólo su círculo más íntimo seguirá a su lado. En medio de rostros cansados y caras largas, Zelaya dice que todo está consumado.
Y afuera de la sede, la presencia policial fue redoblada, entre ambulancias, autos blindados y camiones militares.
Pero Zelaya no descuida sus tareas mediáticas y vuelve a atender a la prensa, arengando a sus seguidores a una resistencia pacífica.
Dice que no los van a vencer, pero se ve vencido en la casona de dos pisos de este barrio exclusivo de Tegucigalpa”.