JERUSALÉN.- Israel no tuvo nada que ver en la misteriosa muerte en 2004 del líder palestino Yaser Arafat, asegura Dov Weissglas, quien fuera mano derecha del Primer Ministro israelí Ariel Sharón, en una entrevista que publica hoy el diario "Haaretz".
"Yaser Arafat no fue envenenado", afirma el ex alto funcionario al aludir a una orden expresa de Sharón de que su acérrimo rival palestino no sufriera ningún daño por parte de Israel.
Es la primera vez que alguien del entorno más próximo al entonces primer ministro israelí habla con semejante claridad sobre la muerte del líder palestino el 11 de noviembre de 2004 en un hospital militar de París, al que había sido trasladado tras varias semanas de enfermedad en la Mukata de Ramala.
Según Weissglas, fue una petición del entonces alto representante de Política Exterior y Seguridad de la UE, Javier Solana, lo que propició la salida de Arafat de Ramala tras dos años de asedio, y el que Sharón "estuviera preocupado de que su muerte en la Mukata pudiera causar un daño diplomático serio a Israel porque habría impedido que recibiera tratamiento médico que salvara su vida".
Weissglass, que como mano derecha del Primer Ministro israelí tenía acceso a toda la información confidencial, asegura que Sharón veía en Arafat a un amargo enemigo de Israel y que "le despreciaba" pero asegura que "a pesar de todo ello, nunca consideró la posibilidad de causarle daño físico".
"La percepción y actitud de Sharón hacia Arafat era clara. Le declaró una guerra diplomática pero nunca estuvo de acuerdo con un ataque físico contra él", agrega.
Y subraya que en el
La enemistad entre ambos dirigentes se originó en la guerra del Líbano de 1982, en la que Sharón, como ministro de Defensa, tuvo asediado a Arafat en Beirut durante tres meses.
Años después, ambos trasladarían su rivalidad personal a la segunda Intifada, que comenzó el 28 de septiembre de 2000, y la interceptación en enero de 2002 por Israel de un barco con armas iraníes para los palestinos impulsaría al Primer Ministro israelí a declarar el boicot a Arafat, a quien responsabilizaba de los numerosos atentado suicidas de aquella época.
Con el apoyo de Estados Unidos, Sharón convenció poco a poco a la comunidad internacional de que el líder palestino no podía ser socio para una posible paz, y lo asedió en la Mukata por la financiación de grupos armados durante la segunda Intifada, que Arafat presentaba como un levantamiento popular espontáneo.
Durante dos años, tanto Israel como Estados Unidos boicotearon a Arafat, que permaneció asediado en un pequeño reducto de la sede de su gobierno -o lo que Israel había dejado de ella en pie- hasta su traslado al hospital de París.
El parco comunicado de ese centro médico a su muerte, la rivalidad personal entre los dos dirigentes y comentarios de algún que otro político y militar israelíes acerca de que había que "quitárselo de en medio" dieron alas a las teorías conspiratorias que aún circulan por las calles de todo Oriente Medio.
Una de esas teorías acusa a Israel de haberlo envenenado de alguna forma y se basa en que el hospital francés nunca le practicó a Arafat un examen químico de metales pesados.