SANTIAGO.- Sin duda que el trabajo de Ictus se sale de la normativa teatral. Pueden pasar meses, años, pero su regreso entrega esa dosis de satisfacción por la espera, que no fue en vano, que se sale de la función con ganas de seguir hablando por horas y días sobre lo visto en el escenario.
Amores difíciles no es la excepción, con su minimalista puesta en escena, pero de diversas lecturas a la hora de calibrar lo que dicen y viven los personajes. Particularmente, las rememoranzas, ensoñaciones y charlas del doctor Alberto Zamora, jubilado, con una hija que vive en Chicago, a quien le escribe dos cartas al mes... pero que nunca envía.
Personaje entrañable, que interpreta a sus anchas el director de la compañía, Nissim Sharim. Será que, por momentos, se ve identificado en aquel hombre que desea seguir amando, que es lo mismo a seguir viviendo, para "observar el cielo y ver el movimiento de las nubes". Claro que ya sólo le quedan los recuerdos, algunos dolorosos como aquel de juventud (aquí actúa Roberto Poblete) en que violenta casi sexualmente a un niña desmemoriada -basado en el texto
Miss Amnesia, de Mario Benedetti-.
Ambos, Poblete y Sharim se alternan en la vida del médico, y por momentos uno le aconseja al otro cómo actuar ante la estupenda arrendataria del edificio; o el otro interviene en la escena para que no ocurra una tragedia, la cual sí existió y más bien quisiera olvidar y nunca más nombrar.
La presencia femenina corre por cuenta de Paula Sharim, que hace de Miss Amnesia -en que se burla sutilmente de lo "gringo" que se ha puesto Santiago de Chile- y la sensual lolita, que recibe misivas amorosas del anciano galeno, escritas en una añeja máquina Underwood. Ese adminículo, más un diván y otra placentera música son el sencillo escenario para estas reflexivas historias.
Destacable es el rol de Loreto Valenzuela, de potente voz, cabellera gatúbela, que envuelve el set con su personaje de "modelo de pintores", claro que ella en realidad es o quiere ser artista plástica. Refrescante escena con Sharim, aparentando que se viene un momento libidinoso y se corta con un "¡ya poh, pinte!".
Con esos juegos de palabras -adaptación de Sharim a Benedetti y Bernard Malamud-, una correcta actuación y ese ambiente intimista,
Amores difíciles logra atrapar, cautivar y hacer pensar a los asistentes. Se apoya en el lenguaje fotográfico de detener una escena con flash o figuras inmovilizadas sobre un círculo en movimiento.
Sólo en dos momentos se aleja esa atmósfera: cuando Miss Amnesia y la administradora del edificio interactúan con el público, y en momentos que el guión de Poblete lo obliga a caer en humor facilista, respondiendo con burdas rimas a los pensamientos de Sharim. Bueno, un poco de aire también se agradece.