SANTIAGO.- Del libro
Horas perdidas en las calles de Santiago, del poeta y licenciado en Literatura, Roberto Merino, seleccionamos en
emol.com dos capítulos de sus crónicas urbanas, editadas por Sudamericana.
Para que usted aprecie la pluma de Merino, a través de la voz de sus protagonistas callejeros, los recuerdos del autor y las decenas de anécdotas que ocultan los barrios céntricos y periféricos de la capital.
Los adelantos literarios que entregamos son
Conversación con una estatua humana, en que se muestra el otro lado de este original trabajo, y
Calle de mala noche, que hace referencia a lo oscuro y gracioso de la arteria San Diego.
LA VIDA DESDE EL PLINTO. CONVERSACIÓN CON UNA ESTATUA HUMANA
La idea de ganarse la vida exhibiendo la propia inactividad puede ser barcelonesa, o londinense, o parisina. Como sea, las estatuas vivientes se han tomado Santiago este año. Imperturbables al taladreo céntrico o a la pátina instantánea del smog, los jóvenes estatuarios enfrentan la picaresca céntrica con las chaquetas pintadas y con cara de piedra. A veces, como en este caso, sacan también la voz.
Las vemos a todas horas del día en las esquinas céntricas, sometidas al escrutinio de "la gilada", como íconos de estos meses de sequía y apagones. La prueba máxima de que han entrado rápido en nuestra mitología la otorgan los infundios que ya empiezan a correr: se dicen falsedades como que operan en complicidad con los lanzas a chorro, que sus movimientos corresponden a señales codificadas para anunciarle a los carteristas la proximidad de la policía, o bien que se trataría de detectives involucrados en una misión secreta.
La mañana del Primero de Mayo se nos cruza una estatua en el camino: baja por el Paseo Huérfanos a todo lo que dan sus pasos. De repente, alertada por un pitido telefónico, extrae un celular de entre sus negras vestiduras. La estatua se detiene y habla. Da un par de instrucciones y se despide de alguien. Antes de que retome el rumbo, la interceptamos. Detrás del tenebroso betún facial se adivina un rostro alegre, el rostro de Vicente Ortega, actor y pantomimo.
¿Qué razón lo ha llevado a convertirse en estatua itinerante?
"Hace un mes me di cuenta de que ésta era una buena posibilidad de ganar plata. Si eres ordenado te puedes hacer casi un sueldo mensual. Como tengo auto, puedo venir al centro por un rato y después me voy a mis otras actividades. Trabajo también en una escuela de arte que yo mismo monté, y tengo una secretaria. Así es que se podría decir que soy la única estatua con secretaria".
¿Con ese turbante representa a algún personaje?
"Yo encontré dos telones negros, luego me puse un turbante y le pedí a unos colegas actores que me miraran, para ver si estaba correcto. La gente lo ha interpretado como un mago, o como Satanás, pero personaje no tengo".
¿La Municipalidad prohíbe el desempeño de los artistas callejeros?
"No sé, pero los echan. Los actores entran en el mismo saco que los vendedores y con los que piden plata. La maraña burocrática cultural no otorga permisos. El tiempo que he estado de estatua me ha dado para pensar que éste en un país sólo con ambiciones de desarrollo, ya que permite que una persona que hace un trabajo como éste deba enfrentarse a los carabineros y al ambiente de la calle, que no es bueno. A mí incluso me han echado del costado del Municipal".
¿Quién?
"Otras estatuas".
¿Por qué?
"Lo que pasa con el Municipal es que es como una zona de trabajo tácitamente permitida, no sé por qué. Pero la persona que se coloca siempre ahí, me echó. Me dijo que era su lugar y me preguntó si tenía permiso.
Este lugar yo me lo gané por haber llegado antes, me dijo. En el Municipal se gana mucha plata. La gente que va al teatro sobrevalora a las estatuas, es una cosa increíble".
¿Ustedes se relacionan entre sí?
"Yo me he relacionado con pocos. Hay uno que es jefe de las demás estatuas, o funciona como tal. Es uno de negro que anda con un sombrero de copa. Parece que ahora está yendo para el lado de Puente. Cuando yo llegué, él apareció, me fiscalizó y me dio su aprobación. Luego pasó una cantidad de estatuas a mirarme y después de un tiempo me di cuenta de que había sido aceptado, digamos, como un partner".
Mientras está inmóvil debe tener mucho tiempo para pensar.
"En principio creía que iba a pensar mucho, pero no fue así. Yo fijo la vista, no pestañeo y sólo me dedico a pensar qué voy a hacer cuando alguien me tire una moneda. Es por la técnica que uso: hago pantomima, lo que a la gente le llama mucho la atención. La mayoría de los críos que hacen de estatua trabajan con break, con quiebres".
¿Le hacen comentarios?
"De todo tipo. Es que
eres una estatua. Incluso hay personas que se ponen al lado y no se dan ni cuenta. Están haciendo negocios, moviendo cosas. Y por otro lado hay gente -sobre todo mujeres- que directamente te hace proposiciones. La mayor cantidad de proposiciones de mi vida la he recibido en el Paseo Ahumada: grupos de mujeres solas que me han invitado a fiestas. Yo creo que las mujeres están muy oprimidas, porque en cuanto ven que uno no puede moverse ni contestar, ahí se lanzan. Otra vez alguien me preguntó:
Oye, ¿no haces este tipo de juego pero en otro sentido?".
¿No le dan ganas de hablar a veces?
"Sí, hablo. Soy una estatua sui generis. Algunas veces también me bajo y le pido a los espectadores que se suban ellos al plinto".
Es una actividad bastante expuesta, la suya.
"Claro. Hay historias que no te imaginas. Una vez apareció un tipo que empezó a tocarme, que supuestamente era loco. Me di cuenta de que quería robarme la plata. De emitir sonidos guturales pasó a decirme que le diera una moneda. He sabido que hay ladrones que se dedican a robarle las bolsas con plata a las estatuas".
Usted, que trabaja siendo observado, también tiene un buen punto de vista para hacer observaciones, ¿no?
"Claro. Me he dado cuenta de que la gente más popular entiende la estatua como un servicio, en el que te tiran monedas y tú te mueves. Una vez me estuvieron tirando monedas de cien pesos sin parar durante una hora. Yo me enojé y les dije que la cosa era estarse quieto. Los de media para arriba, en cambio, parecen entender que éste es un trabajo de inmovilidad".
San Diego. Calle de mala noche
Entrevista a Roberto Merino
Reseña del libro