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"Falsas memorias": pelea con Siqueiros, flirteo con Neruda

En "Falsas memorias", el uruguayo Hugo Achugar investigó la vida de Blanca Luz Brum, personaje enigmático y rico en historias del círculo intelectual de Latinoamérica del siglo pasado. Le achacan amoríos con Neruda y Perón; fue pareja de Siqueiros y tuvo un giro en materia política. Emol.com adelanta dos extractos del libro editado por LOM.

24 de Mayo de 2001 | 16:15 | emol.com
SANTIAGO.- En Falsas memorias, el uruguayo Hugo Achugar investigó la vida de Blanca Luz Brum, personaje enigmático y rico en historias del círculo intelectual de Latinoamérica del siglo pasado. Le achacan una diversidad de amoríos, con Neruda y Perón, por ejemplo; fue pareja de David Alfaro Siqueiros y tuvo un giro en materia político. Emol.com adelanta dos extractos del libro editado por LOM.

En el libro se recrean historias y eventuales mitos amorosos y políticos de la pólémica uruguaya Blanca Luz Brum, como que de la marginalidad pasó a ser una pequeña burguesaLos capítulos en cuestión tratan del romance que tuvo con el pintor David Alfaro Siqueiros que, por momentos, tuvo escenas de fuerte violencia y dolor; y aquel mito que existe en torno al triángulo de flirteo y borrachera entre la protagonista y los poetas Pablo Neruda y Federico García Lorca.

CAPITULO SIETE

"(...) No siempre la vida era apacible. Una mañana recuerda que, mientras David se preparaba para viajar a Buenos Aires donde iba a montar su exposición, tuvieron una violenta discusión. No era la primera ni sería la última. Sin embargo, por algún motivo recuerda precisamente esa pelea y no las anteriores. Porque siempre hubo peleas. Las hubo en Veracruz, las hubo en el D.F. y sobre todo las hubo en Taxco. Los celos de David eran tremendos. Así había ocurrido en México, pero en Montevideo se había vuelto peor. David la celaba de todo y de todos. Sí, algo estaba terminando, aunque ninguno de los dos lo supiera todavía. Aunque se siguieran amando con la misma apasionada violencia con que lo habían hecho desde el día que se conocieron.

David se va a Buenos Aires a preparar su exposición, a dar sus conferencias y, aunque no lo sepan todavía, se va a pintar en Don Torcuato el mural que los habría de terminar de separar. Ya la noche anterior, en el Tupí Nambá, habían tenido una violenta discusión y David la había golpeado frente a los amigos. Acababan de ver en el Solís, el estreno de La cruz de los caminos de Zavala Muniz y se habían quedado discutiendo la obra en el café. Mientras David tomaba grappa ("la grappa, decía, es un sustituto imperfecto de la tequila") y criticaba duramente la obra de Zavala Muniz, ella había estado coqueteando con el pintor Costigliolo. David se enfureció. La agarró de un brazo y la arrastró hacia la puerta.

-¿Te volviste loco?, soltáme.
Él no le respondió, sólo le dio una trompada que la hizo caer sobre una mesa. Y mientras ella salía hacia la Plaza Independencia acompañada de Pombo, él regresaba a la mesa riéndose y ordenando a gritos "una grappa-tequila". Esa misma noche, después que Pombo la había dejado en el apartamento, ella había decidido que las cosas tenían que cambiar definitivamente. El apartamento de la Plaza de los 33 era un centro de agitación política y artística, pero también fue allí que la pasión había terminado de transformarse.

Hacia la madrugada David regresa, escoltado por un grupo de camaradas, y ella no le dice nada, casi no le dirige la palabra. Cuando el grupo se va ya es de mañana y David se le acerca como para iniciar la reconciliación. Eso es lo que ella cree. David comienza a quitarse el cinturón y ella se da cuenta de que lo que se viene es otra cosa. Se pone a reír y David le grita:
-Puta, grandísima puta. Eso es lo que eres.
-No te lo permito, borracho.
-Grandísima puta. No te rías. Cómo pudiste.
Blanca Luz se burla y al mismo tiempo corre hacia la puerta intentando escapar. David no pierde tiempo y va tras ella, pero en ese momento escuchan que alguien sube por las escaleras.

Siqueiros le había prestado las fotos de América tropical a un tal Víctor Escardó con el compromiso de devolvérselas antes de que se fuera a Buenos Aires. Camino al apartamento de Siqueiros, Escardó había pasado a buscar al joven pintor Vicente Martín que vivía a unas pocas cuadras, y lo había invitado a conocer al célebre mexicano. Al llegar al apartamento, Martín loco de la vida por estar a punto de conocer a ese pintor que había conmocionado a la ciudad, se adelanta a Escardó y empieza a subir las escaleras de dos en dos. Mientras sube, escucha, con claridad creciente, los gritos del mexicano mezclados con los de una mujer que por momentos se ríe.

Martín era un joven de poco más de veinte años, aunque ya había desarrollado el físico que lo iba a caracterizar, un par de décadas después, cuando fuera un pintor apreciado y respetado. Sin mucho esfuerzo, llegó mucho antes que Escardó a la puerta entreabierta del apartamento. Blanca Luz, que venía corriendo hacia la puerta, se detuvo, sorprendida, ante ese joven enorme que era Vicente Martín y detrás del cual venía llegando Escardó. La sorpresa se le transformó en dolor, pues en el mismo momento, Siqueiros, que la venía persiguiendo, le descargaba, sin dejar de insultarla, el cinturón en la espalda.

Los jóvenes visitantes salieron disparados escaleras abajo todavía bajo el efecto que les había causado la descomunal biaba; como diría hasta sus últimos días el propio Vicente Martín, al recordar el episodio en su casa de la calle Antonio Costa y contarle a Juana Caballero, la investigadora que andaba tras las pistas de Blanca Luz, sus recuerdos de juventud. Escardó nunca le entregó las fotos a Siqueiros y unos meses después el propio pintor se las reclamaría a Pombo en su carta de despedida.

La fracasada visita de Escardó y Martín no salvó a Blanca Luz del castigo, pero de algún modo, la decidió a la venganza. Esa noche, David se fue solo a Buenos Aires y durante varios días no recibió ninguna noticia de Blanca Luz. No había sido una pelea más (...)".

CAPITULO OCHO

"(...) En un primer momento, no se dio cuenta de que las últimas palabras las había susurrado. Sólo cuando volvió a repetir "atrás quedó el poeta", pudo volver a ver la imagen de Neruda, tratando de convencer a Lorca de que se fuera y los dejara solos. Sólo entonces se hizo presente lo sucedido aquella noche en Don Torcuato. Sintió el espesor de las consonantes en la boca de Neruda, cuando el chileno le dijo:
-No soy un poeta sino la Poesía.

Según Volodia Teitelboim, ella fue una de las artífices de la constitución del Frente Popular en 1935. Después de eso, pasó a una cosa antiimperialista y antifascista, pero muy nacionalista que la acercó a Perón. Luego, la evolución es lógica, afirma el autor Hugo Achugar de Blanca Luz BrumComo todas las fiestas en Don Torcuato, esa noche habían venido pintores, poetas, periodistas y gente de plumaje más que diverso. La cena era en honor de Lorca y Neruda que habían coincidido en Buenos Aires y habían pronunciado un discurso alalimón que había encantado al tout porteño. Luego de la cena, habían bajado al sótano. El lugar había adquirido una doble fama. Además de la legítima del fresco, se había corrido por la ciudad que el dueño de casa organizaba verdaderas bacanales estimuladas por los colores del Ejercicio plástico. Neruda se había pasado toda la cena preguntando por el sótano. Botana me miraba y se sonreía. Después del café y con las copas en la mano, bajamos haciendo chistes y riéndonos. Ya en la escalera, tuve el adelanto de lo que se me venía. Neruda me pellizcó las nalgas y Lorca, que lo vio, hizo una mueca. Yo me limité a decir en voz alta:
-Natalio, cuidá la casa que hay demasiados poetas sueltos.
Botana no la escuchó, ya estaba mostrando el fresco y explicando quién había pintado qué parte y quién la otra.
-¿Quién fue el modelo de esta hermosa mujer?, preguntó con intención Neruda y, de inmediato, le contesté:
-Yo, poeta. Yo misma.
-¿Usted la del cubo de cristal?
-¿La del cubo de cristal?
-Quien le contó esa estupidez.
-Una diosa, señora. Su pintor la ha representado como una diosa marina, sí, magnífico mural, había comentado Lorca.

Poco después, ella, Lorca y Neruda salieron al jardín huyendo de uno de los invitados que había tomado de más y se había puesto a cargosear a los poetas homenajeados. Neruda había tomado en exceso y por eso no recuerda bien la historia de esa noche. Había quedado maravillado con su cuerpo y no con la maestría de David. Aunque a veces piensa que el poeta siempre recordó bien su lamentable papel de aquella noche y, cuando años después la rememoró en Confieso que he vivido, mintió y se vengó de ella y de Lorca, de los dos a la vez. De ella por no haberle seguido la corte y de Lorca por haber interferido en lo que luego disfrazó como "una aventura erótica cósmica".

Nunca hubo, como dice Neruda, centenares de jaulas con faisanes de todos los colores y de todos los países orillando el camino a la casa de Botana y nunca el piso de la biblioteca estuvo revestido con pieles de panteras, ocelotes y gatos monteses cosidas unas a otras hasta formar un solo y gigantesco tapiz. Neruda estaba totalmente borracho cuando llegó a la biblioteca, acabábamos de cenar y de subir del sótano donde había visto el fresco que David y Spilimbergo habían pintado y donde yo aparecía como una deidad marina totalmente desnuda y empezó a ronronearme diciendo que yo era su pantera y él mi cazador, tampoco era rubia entonces, sino que todavía llevaba mi pelo negro armado en una trenza a la mexicana que Botana adoraba.

Luego de la cena y de atravesar la biblioteca y de que Neruda admirara la colección de incunables de Botana, que el chileno sí recuerda con profunda envidia, salimos los tres, Lorca, Neruda y yo al jardín. Para entonces Neruda había dejado de interesarme y, cuando intentó abrazarme, no fue él quien le pidió a Lorca que hiciera de alcahuete, fui yo la que llamó a Lorca para que me salvara. Todas las memorias son falsas memorias. También la de Neruda. Falsa como la que cuentan los hijos de Botana acerca de los gritos de placer que supuestamente yo lanzaba cuando hacía el amor con su padre mientras David y los otros pintaban el mural de Villa Torcuato. Tan falsa como la historia de que Mariátegui fue mi amante. Pero ¡qué brutos!, amante del pobre Mariátegui, amante del hombre a quien yo más reverencié y a quien ya le habían amputado una pierna.

-¡Largo de aquí! Vete y cuida de no seguir bebiendo, le gritó Lorca mientras hacía esfuerzos por interponerse entre nosotros.
Neruda intentó apartarlo, Lorca lo esquivó y trató de sacármelo de encima. No estoy segura si fueron los nervios o simple mala suerte, pero al intentar enfrentarlo, el pobre poeta, mucho más pequeño que el chileno, tropezó y cayó por la escalinata que bajaba a la fuente del jardín, arrastrando al mismo Neruda.
Botana escuchó el escándalo y vino corriendo junto con los otros invitados, salvando al pobre Federico de la paliza que se le venía encima. Horas más tarde, mientras me ayudaba a desvestir, me dijo:
-Esta noche tus poetas rodaron alalimón. Lo que me gusta de estos locos de mierda es la absoluta libertad que tienen.
-¿Libertad?, preguntó ella, ¿le llamás libertad a la de ese borracho?
-¿Lorca borracho?
-No querido, Neruda, Neruda.
-Será borracho, pero es un gran poeta.
-No lo niego. Un gran poeta. Y también un pobre borracho que esta noche estaba tratando de levantarse a tu mujer. Mirá vos, a eso le llamás "absoluta libertad".
-Mi mujer está de viaje.
-Querrás decir "tu esposa" porque yo soy tu mujer. A tu mujer la tenés encerrada en la cabaña. A mí no me podés hacer el cuento. Ya estuve con Salvadora, bien que le gusta el éter.

Botana pudo tener presa a Salvadora, pero no la iba a tener presa a ella... Libertad, absoluta libertad. Eso es lo que siempre ha buscado. Eso es lo que siente en la isla. Abre la puerta y sale a caminar en la noche de verano. La Cruz del Sur resplandece sobre la Bahía de Cumberland en la oscuridad del Pacífico. Neruda era sin duda un gran poeta, pero nunca se había sentido atraído por ese hombre que sólo había visto en ella la oportunidad de otra presa, de otro trofeo para su colección. Era ella quien decidía cuándo y con quién se acostaba, no los hombres. No, Neruda no le había gustado nunca. Pobre Delia del Carril y pobre todas las otras, encadenadas a un hombre como ese. Ella conocía a esos hombres, los conocía y los despreciaba. Ahora está muerto, lleva como diez años muerto, el muy comunista, se dijo.
-Nunca más lo volví a ver, dice en voz alta.
Pero no es cierto. Mientras ordena las fotos, se le cae un recorte de diario con la noticia de la llegada del barco Winnipeg a Valparaíso. Había vuelto a ver a Neruda ese día en el puerto. Lo había vuelto a ver varias veces. El recuerdo del poeta le había arruinado la noche y hasta la mañana siguiente no volvió a escribir.

Entrevista a escritor Hugo Achugar
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