SANTIAGO.- La investigación
América mágica (LOM Ediciones), de los historiadores Jorge Magasich y Jean-Marc De Beer, se presenta este jueves 26 -tras publicaciones en francés y portugués-, con la edición en español que aborda los mitos y leyendas de los descubridores y conquistadores de América.
Tras una vasta recopilación de antecedentes, con manuscritos originales, cartas de viajeros y periplos a distintas bibliotecas de países sudamericanos, ambos autores lograron concretar este libro, rico en anécdotas, estricto en detalles inéditos y otras tantas interpretaciones que llevaron, por años, a cientos y miles de europeos a venir a estas tierras.
Por el texto, abundan las historias sobre la riqueza dorada de América, que llamaron muchos la Ciudad de los Césares; los seres animales-humanos que asustaban a los conquistadores; los confines desconocidos que muchos creyeron el Paraíso; las bellas mujeres que vivían solitarias en la selva brasileña, por nombrar algunos mitos que toca
América mágica.
Como adelanto exclusivo,
emol.com entrega parte del capítulo "Las indómitas Amazonas", que se refiere al mito de estas féminas guerreras, sus costumbres y gustos en tierras recónditas.
AMERICA MAGICA
"La doctrina cristiana se sentía incómoda frente a esta creencia, sin referencias en la Biblia, que exaltaba en las mujeres calidades bien diferentes a las recomendadas por la Iglesia. Sobrevino entonces la idea de presentarlas como un pueblo siniestro. Puesto que la tradición las localizaba cerca de las puertas Caspias, bien podían formar parte de los pueblos impuros encerrados detrás del portón de hierro, donde aguardan su momento los futuros soldados del demonio. Un tal Breidenbach publicó un tratado en el siglo XV, en el que pretende que ellas serán los mensajeros del maligno y que su reina ha de convertirse en
capitán de las gentes inmundas. Cuando las Amazonas fueron alineadas en las filas del Anticristo, la leyenda fue adaptada para poner en evidencia su aspecto repugnante; ahora no dejaban a los hijos varones con sus padres, sino que los ejecutaban sin piedad, para criar sólo a las hembras.
Otra reacción consistió en domesticar a las guerreras, transformándolas en un grupo de mujeres un poco estrafalarias que vivían solas, pero incapaces de producir todo lo necesario para su existencia, debiendo entonces ser socorridas por sus vecinos varones. En algunos casos llegaron a ser buenas cristianas y hasta tenían un obispo.
Marco Polo confirma la existencia de la nación femenina, pero se inscribe en la corriente que endulza la terrible reputación de las Amazonas. En el capítulo XXXVII de su libro aborda la descripción del reino de Resmacoron, la última provincia de la India yendo hacia el Noroeste. Informa de la existencia de una isla habitada exclusivamente por mujeres y de otra habitada por hombres, precisando las costumbres, incluso en lo que a sexualidad se refiere, y los intercambios económicos entre ellos. Según el veneciano, aquellas mujeres son buenas esposas durante tres meses al año y crían a sus hijos varones hasta los 14 años; sus vecinos de la isla
Macho trabajan para sustentarlas, siempre en el respeto de la fe:
Sobre dos islas en una de las cuales habitan hombres sin mujeres y en la otra mujeres sin hombres.
Más allá del reino de Resmacoron, a cincuenta millas en alta mar, se encuentran al mediodía dos islas, distantes entre sí unas XXX millas. En una moran hombres sin mujeres, y se llama en su lengua la isla Macho; en la otra, por el contrario, habitan mujeres sin hombres, y se denomina aquella isla Hembra. Los que residen en estas islas forman una comunidad y son cristianos. Las mujeres no van nunca a la isla de los hombres, pero los hombres van a la isla de las mujeres y viven con ellas durante tres meses seguidos. Habita cada uno en su casa con su esposa, y después retorna a la isla Macho, donde permanece el resto del año. Las mujeres tienen a sus hijos varones consigo hasta los xiv años, y después los envían a sus padres. Las hembras dan de comer a la prole y tienen cuidado de algunos frutos de la isla, mientras que los hombres se proveen de alimento a sí mismos, a sus hijos y a sus mujeres. Son excelentes pescadores y cogen infinitos peces, que venden frescos y secos a los negociantes; y obtienen grandes ganancias del pescado, y eso que reservan gran cantidad para sí. Se sustentan de leche, carne, pescado y arroz. En este mar hay gran abundancia de ámbar y se pescan en sus aguas muchos y grandes cetáceos. Los hombres de aquélla no tienen rey, sino que reconocen como señor a su obispo, pues están sometidos al obispo de Scoiram, y tienen idioma propio.
Es posible que tales propósitos tengan un lejano asidero en la realidad. Marco Polo pudo haber encontrado grupos humanos que los antropólogos califican de
sistema de filiación por línea materna, muy difundidos en Extremo Oriente y en África. En ellos, la residencia conyugal es la de la familia materna; los maridos viven ahí con sus esposas, pero es el grupo familiar de la madre quien se ocupa de la educación de los niños y toman las decisiones que les conciernen. Estas relaciones de parentesco, desconocidas por el veneciano, bien pudieron despertar en su imaginación reminiscencias del viejo mito de las mujeres andrófobas.
Este relato perseveró. Casi dos siglos más tarde, en el Globo de Martín Behaim, confeccionado el año del descubrimiento de América, figura una leyenda repitiendo las afirmaciones de Marco Polo. Sobre el océano Índico se lee:
Sconia es una isla situada a 300 leguas italianas de las islas Masculina y Femenina. Sus habitantes son cristianos y tienen un arzobispo. Aquí crece el ámbar y se fabrican buenas telas de seda.
El descubridor de América leerá atentamente este pasaje del Veneciano apuntando al margen "dos islas", "Macho Hembra" y "donde hay abundancia de ámbar". Aunque se sabe que Colón recibirá el Libro de Marco Polo conservado en la biblioteca colombina después de su primer viaje, no cabe duda de que su visión del mundo, antes de atravesar el Atlántico, estaba muy influida por los relatos del veneciano. En el Nuevo Mundo, que siempre confundió con Asia, creerá percibir dos islas vecinas, en una moraban las mujeres sin hombres y de la otra partían los varones que las visitaban regularmente.
El Ymago Mundi del Cardenal D'Ailly menciona a las Amazonas, pero se contenta con la descripción clásica del mito, situándolas en las proximidades de Armenia:
La Armenia está dividida en dos países diferentes: Armenia Superior y Armenia inferior [...] La ciudad principal dio su nombre a Capadocia. Esta provincia situada al septentrión de Siria, toca Armenia por el Oriente, Asia Menor por el Poniente, el mar Cimerio y los campos Temisirios por el septentrión. En esos campos viven las Amazonas.
Niccolo de Conti, un compatriota de Marco Polo y también comerciante viajero, repite la leyenda de las islas paralelas, situadas a no más de cinco mil pasos de la isla de Socotra; allí, algunas veces son las mujeres que visitan a los hombres o a la inversa; pero los visitantes han de volver a sus moradas antes del plazo de seis meses que el destino les ha impuesto, pues de otra forma mueren de inmediato.
Estas noticias fueron refrendadas por los relatos del bávaro Hans Schiltberger. Capturado por los turcos en la batalla de Nicópolis, librada en 1396, vive durante treinta y dos años como esclavo del Sultán Bayaseto i y de Tamerlán. Aunque sólo conoce el Oriente hasta Samarcanda, observa atentamente el universo turco y tártaro. De retorno en Europa, relata sus viajes en el Reisebuch, bien condimentado con episodios fantásticos. Se destaca una gran victoria militar de las Amazonas Tártaras conducidas por una princesa sedienta de venganza.
Estas tradiciones están incluidas en la apócrifa carta del Preste Juan, en los relatos de John de Mandeville e incluso en fuentes portuguesas que pretenden haber escuchado de los árabes la afirmación de que la isla de Socotra fue antiguamente la ínsula de las Amazonas.
Para los europeos del Renacimiento, el imponente número de escritos y de tradiciones orales que describían la nación femenina habían colocado su existencia fuera de discusión. Como los seres portentosos y los grandiosos tesoros, las Amazonas se encontraban en el Lejano Oriente, destino final de las carabelas de Colón.
Entrevista a historiador Jorge Magasich