PISA.- La torre inclinada, símbolo de Pisa (noroeste), abrirá de nuevo al público el 15 de diciembre, tras once años de cierre, en un acontecimiento esperado por la población local y en especial por el sector de la hotelería, que confía en mejorar sus ingresos con una mayor afluencia de turistas.
El 7 de enero de 1990 el célebre monumento fue cerrado a las visitas, después de que los técnicos constataran que la progresiva inclinación empezaba a suponer un peligro, ante la eventualidad de un desplome del edificio.
Empezaba así un largo camino de actuaciones en favor del monumento, que ha sido objeto en estos años de todo tipo de soluciones para conseguir detener su inclinación y volver a recuperar, siquiera levemente, la verticalidad.
La torre empezó a ser construida en 1174 por Bonnano Pisano, en la época en la que Pisa era una potencia marítima, pero diez años después se suspendieron los trabajos a causa de un movimiento del terreno y no se reanudaron hasta noventa años después.
Cuando Tommaso di Andrea la terminó, en 1370, los 55,86 metros de la torre -en realidad un armonioso campanario para la contigua Catedral y Baptisterio de la Plaza de Santa María de los Milagros-, ya tenía una visible inclinación, agravada porque el suelo estaba compuesto de arena y arcilla.
Ni los terremotos ni las guerras pudieron con este monumento románico, pero sí la perjudicaron el subsuelo inestable, el descuido y el continuo fluir de visitantes de todo el mundo.
La torre ya se había inclinado 4,5 metros respecto a su eje, lo que era un aviso de un posible derrumbe, cuando en 1990 el Ministerio de Cultura decidió el cierre.
Desde entonces se probaron todo tipo de medidas para corregir el desequilibrio, desde la colocación de unos robustos cables de acero, hasta planchas de plomo en la parte opuesta, pasando por inyecciones de cemento y la congelación del terreno con nitrógeno líquido.
Otras propuestas fueron rechazadas, como la de un grupo de técnicos japoneses, que plantearon desmontar la torre en pequeños trozos y "replantarla" firmemente sobre el terreno.
La solución final, ya en 1999, consistió en la extracción de tierra de la parte opuesta a la inclinación, de manera que la torre cediera sobre ese lado y cuando lo hiciera se equilibrara ligeramente.
El sistema que había sido rechazado en Pisa en los años sesenta y que fue empleado con éxito en la Catedral de la Ciudad de México, dio un buen resultado y desde entonces la inclinación se ha rebajado en más de cuarenta centímetros, lo que garantiza su estabilidad para los tres próximos siglos, según los expertos.
Desde el día 15 los visitantes podrán subir de nuevo los 293 escalones que hay hasta la parte superior de la torre, aunque las autoridades han fijado restricciones para evitar otra vez que el sobrepeso la perjudique.
En concreto, los visitantes deberán ir en grupos estables, con un máximo de treinta personas, siempre acompañados de algún guía y tras el pago de una entrada de 25.000 liras, equivalentes a poco más de doce euros.
Toda la ciudad espera con ganas la reapertura oficial, el sábado próximo, porque centrará de nuevo la atención en esta ciudad gracias a la torre, uno de esos símbolos que están en el bagaje cultural de cualquier turista cuando se pregunta por Italia.
El cobro de la entrada permitirá recuperar los más de 23 millones de euros invertidos en la restauración, ya que, aunque las restricciones de acceso no permitirán llegar a los 800.000 visitantes anuales previos al cierre, al menos se producirá un flujo continuo de ingresos.
Y también para los comerciantes y hoteleros de la ciudad, que ven en la reapertura un nuevo aliciente para los turistas y la consolidación de un foco de ingresos.