VIÑA DEL MAR.- A poco más 24 horas de la noche de cierre, la única evaluación posible de la XLIII versión del Festival de Viña, es que nuevamente el evento quedó en deuda.
Y no porque los artistas se repitieran o fueran de baja calidad (aunque igual varios lo fueron), ni por las fallas en el sonido, ni por el mal manejo de la seguridad, ni por la incompatibilidad del show en vivo con el de la TV, ni por las deficiencias técnicas del nuevo (y magnífico escenario) ni por el autoritarismo y la perpetuidad del estilo de Antonio Vodanovic, ni por el bajo nivel de la competencia.
No. El Festival quedó en deuda porque se limitó a hacer el negocio.
La rendición de cuentas que hizo Felipe Pavez sobre lo que fue para Canal 13 la
producción y transmisión del evento, fue elocuente.
El principal responsable del Festival fue incapaz de hacer una autocrítica profunda y por el contrario, se empeñó en demostrar que el Festival había sido un éxito, y que las críticas que le llovieron este año por parte de la prensa especializada, eran injustas.
Y argumentó su posición diciendo que el rating había sido excelente, que las entradas se habían agotado todas las noches y, sin entregar cifras, aseguró que la gestión comercial terminaría arrojando números azules. Dijo que la producción hizo lo mejor que pudo tomando en cuenta el presupuesto y que desplegó un gran esfuerzo para sacar adelante el evento. Que no era posible traer a artistas de mayor envergadura porque el costo de la entradas subiría a los cielos. Y fue enfático en aclarar que todas las fallas surgidas durante la transmisión, son esperables en el montaje de un evento de tal magnitud.
Y en estricto rigor tiene toda la razón. El Festival cumplió en esos aspectos. El problema es que cualquier empresa tiene la obligación de cumplir con esos tres requisitos para poder jactarse de una correcta gestión.
Todas las empresas exitosas tienen la obligación de hacer rendir el presupuesto, tienen la obligación de poner el máximo de esfuerzo en cumplir sus metas, todas pueden tener errores durante su gestión y todas deben arrojar números azules. Pero sin duda lo que diferencia a una gran empresa de una empresa exitosa es precisamente todo lo que hace además de eso.
Una gran empresa no sólo se limita a tener números azules, además, tiene un
estilo, una imagen sólida, ofrece una propuesta, se arriesga cuando es necesario, logra encantar con algo más que cifras.
Ahí es donde el Festival queda en deuda.
Un evento cultural de esa magnitud, que cada año concentra la atención de millones de chilenos y otras tantas personas en el extranjero, tiene la obligación de ir más allá, porque hasta ahora da la sensación de que es solamente un evento que ve mucha gente, que llena las graderías y que tiene un magnífico escenario, pero ¿qué lo distingue?, ¿qué lo diferencia del resto de los festivales que hay en el mundo?, ¿qué lo distingue incluso de los 42 festivales que se han organizado antes del de este año?
Al parecer nada, y es por ahí donde los organizadores del Festival del próximo año y de los que vengan, debieran buscar los nuevos desafíos. Porque ya nos quedó claro que saben de sobra cómo estructurar un evento capaz de reventar el people meter y vender muchas entradas.