Daniel Quiroga
Los recitales que la soprano chilena Magdalena Amenábar y sus acompañantes nos ofrecen desde hace pocos años tienen, entre otras virtudes, las de lucir una marca original más allá de los programas que se escuchan frecuentemente. Magdalena - "hija de tigre" (su padre, el compositor Juan Amenábar, marcó huella en nuestro ambiente al promover los estudios de música electroacústica)- está dotada de un registro extenso y homogéneo, que complementa con su musicalidad innata, fina capacidad de matización y estudios completos de su especialidad. Pero su inquietud la lleva más allá de los estudios musicales, pues ha destacado en la búsqueda de un repertorio entre lo menos divulgado de su oficio.
En el concierto ofrecido en el Instituto Goethe, dedicado a los compositores que pusieron música a los textos de Shakespeare, se ejecutaron obras inglesas desde Thomas Arne (1710) a Roger Quilter (1877), Michael Tippett (1905) y Benjamin Britten (l9l3). Ello permitió también repasar autores de otras nacionalidades, como Haydn ("She never told her love"), Schubert ("An Sylvia"), Schumann ("Herzeleid"), Berlioz (su desgarradora "Mort d’Ophélie") y Saint Saens (otra versión de "La mort d’Ophélie").
El grupo de intérpretes comprendió a la destacada pianista Erika Voehringer y a la actriz Loreto Leonvendagar. Es cierto que el sonido del piano moderno afecta el equilibrio sonoro de aquello que fue escrito para clavecín. Pero es poco significativo en comparación con el resultado expresivo logrado por el canto y su acompañante en el exigente programa. No menos enriquecedora fue la teatralidad introducida por la actriz, que tuvo relieve singular entre los números musicales con textos y movimiento.
El propósito de los participantes en el desarrollo del programa fue cumplido a cabalidad. El aplauso cálido de la concurrencia pidió otros dos números extra: Haydn y Schumann. La voz de Shakespeare llegó con vigor y encanto en un trabajo admirable.