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Nadie sabe para quién contrabaja 24/1/2004

24 de Enero de 2003 | 00:00 |
Nadie sabe para quién contrabaja

Detrás de un solo bebop o de filas de chelos y violines, el contrabajo siempre se ha mantenido igual: como una plataforma para que otros instrumentos deslumbren.


Íñigo Díaz 24/1/2004


“Cualquiera puede poner un dedo sobre las cuerdas de un bajo eléctrico y va a sonar. Lo toqué mucho en la orquesta de Valentín Trujillo, pero nunca me dio el sonido del contrabajo. Es otra cosa. Hay que manejar la digitación en el pizzicato y aprender el movimiento del arco en la prolongación de las notas. Aunque digan lo contrario, el contrabajo es irreemplazable”. Iván Cazabón (81) es el gran contrabajista de la vieja guardia del jazz chileno. Su perfil como músico coincide, precisamente, con el que también representa este enorme instrumento: la espina dorsal de un ensamble.

Cazabón participó en más de novecientas sesiones de grabación de todo tipo, acompañó a todas las estrellas de la Nueva Ola, tocó tango, bolero y cumbia. Y jazz, por supuesto, luego de escuchar las magistrales pulsaciones del legendario Jimmy Blanton. En resumidas cuentas, Cazabón puso el hombro para que otros se llevaran los aplausos.

Tan bien tocaba “bajo a leña” (como le llaman algunos), que llegó a ser ‘número puesto’ en la primera formación de los Ases Chilenos del Jazz, de 1944. Y así sumó y siguió hasta el fin de una temporada de tango en la Confitería Torres a mediados de los 90. Sin contrabajo, una orquesta o un grupo de jazz no funciona. No se escucha la armonía y se produce un triste vacío, dice.


El regreso

En el jazz chileno, la cadena se completa desde el octogenario Cazabón hasta el sorprendente contrabajista treceañero Antonio Canales. Un muchacho que junto a Ivens Lobos (14) alternan en la Conchalí Big Band. Según su director, Gerhard Mornhinweg, ambos son muy estudiosos de su instrumento, conocen los repertorios standards y hoy tienen gran proyección.

El regreso al contrabajo, después de años en que las bandas de jazz prefirieron el bajo amplificado, se viene efectuando progresivamente a través de nuevos solistas con adiestramiento moderno. Músicos jóvenes como René Sandoval (con estudios en Suecia), Nelson Arriagada (en Alemania), Felipe Chacón (del trío de Federico Dannemann), Daniel Navarrete (con Andy Baeza), Francisco Carvajal (del trío de Mario Feito) o Rodrigo Galarce (de Los Titulares) han repuesto su impronta en los escenarios jazzísticos.


Invitado de piedra

La misión del contrabajo es entregar al resto de los instrumentos la base armónica para que puedan moverse con soltura. Originalmente, la tuba tenía este rol en el jazz, pero el contrabajo pulsado la reemplazó al promediar los años veinte. Sólo hasta que aparecieron hombres como Charles Mingus y Scott LaFaro en los 50, logró autocontrol y adquirió protagonismo.

Mingus escribió obras donde el contrabajo no sólo era el punto de referencia para toda una banda, sino que además se transformaba en la voz principal. LaFaro integró los primeros y más importantes tríos del pianista Bill Evans, donde todos los instrumentos tenían el mismo peso específico y libertad de acción. En otras palabras, nadie acompañaba a nadie.

Para el contrabajo clásico ocurre algo similar. Con el surgimiento en el siglo XIX de compositores como el italiano Giovanni Bottesini y luego el ruso Sergey Koussevitzky (ambos, contrabajistas, por cierto), se descubrieron sus bondades semiocultas y pudo desligarse en parte de su monocorde función orquestal de telón de fondo. Bottesini desarrolló ampliamente la técnica en la ejecución, compuso una serie de dúos donde sus cuatro cuerdas eran principales y fue llamado el Paganini del contrabajo. Koussevitzky, en tanto, escribió en 1905 su famoso Concierto para contrabajo y orquesta.


Errores garrafales

A diferencia del jazz, donde cada músico tiene la necesidad de encontrar su sonido, en una orquesta sinfónica los instrumentos deben tender a sonar como el solista. Con el contrabajo ocurre lo mismo, dice Alejandra Santa Cruz, integrante de la Orquesta de Cámara de Chile y vinculada a proyectos de jazz de vanguardia. “Estamos condenados a que nuestros desaciertos sean más o menos graves, pues el contrabajo soporta a toda la orquesta. Da la nota precisa y si un músico desafina, desestabiliza al resto de los instrumentos”.

Los extremos vigentes del contrabajo clásico en Chile podrían marcarlos Eugenio Parra (56), solista de la Orquesta Sinfónica de Chile, y Nhassim Gazale (20), integrante de la Orquesta Sinfónica de Concepción. Pero hay un contrabajista que es mítico. Es joven pero se retiró hace mucho tiempo: Adolfo Flores, cuenta Alejandra Santa Cruz.

Flores es hoy el director artístico de la Radio Beethoven. Dejó el instrumento para siempre a mediados de los 70, después de ser solista en la Sinfónica y la Filarmónica e integrar el mítico Sexteto Hindemith 76. Adolfo Flores era la lumbrera del contrabajo en los 60. Incluso Gustavo Becerra le dedicó un par de obras, dice José Miguel Reyes padre, contrabajista profesor de la Universidad Católica.

Como Flores, Parra y Reyes (más los históricos Luis y Ramón Bignon o Werner Lindl), y también como los emergentes menores de 25, Carlos Arenas, Pablo Segel (de la Universidad de Chile), Sebastián Espinoza o Felipe Contreras (de la Universidad Católica), todos los instrumentistas de esta peculiar raza han puesto el sonido del violín gigante al servicio de otros teóricamente más elegantes y claramente más vitoreados. Los más antiguos, respetando la función tradicional; los más nuevos, con desdoblamiento hacia la música popular. Para eso fue creado el contrabajo. Una vez caído el telón, nadie supo para quién hizo su tarea.


Ocho manos para las cuatro cuerdas

PABLO MENARES (21)

Un típico caso del bajista eléctrico de jazz que descubre en la madera y la caja de resonancia el sonido ideal. Menares se encuentra transfiriendo el repertorio de su grupo (Nicolás Vera Cuarteto) hacia el contrabajo. Además actúa en el trío de Moncho Romero - antiguo contrabajista clásico, hoy pianista de jazz- , quien enseña a su discípulo los llamados walking bass, paseos que encadenan la armonía con el ritmo.

ROBERTO LECAROS (25)

Para él no existen dobles lecturas: el contrabajo es el instrumento más importante en un combo de jazz. Perteneciente a una dinastía jazzística, al igual que en los comienzos de su padre Roberto y de sus tíos Mario y Pablo Lecaros, él se hizo contrabajista. Hoy toca con La Tropa, el cuarteto de Micky Mardones, el quinteto de Alfredo Espinoza y el trío de Jorge Díaz, además de la Filarmónica del Teatro Municipal de Temuco.

AMANDA IRARRÁZABAL (21)

Antigua integrante de la banda Machi, dirigida por el bajista eléctrico Jorge Campos. Hoy es una de las más nuevas alumnas de Alejandra Santa Cruz. Dice tener un punto de vista rockero respecto del instrumento, pero está encaminada hacia la participación en agrupaciones sinfónicas. Este año postulará a la recientemente creada Orquesta Metropolitana.

PABLO GUÍÑEZ (21)

Considerado uno de los contrabajistas clásicos de mayor talento y proyección actualmente, Guíñez acaba de actuar en el Festival de Música Contemporánea de la Universidad de Chile, interpretando junto a Carlos Arenas la obra para dos contrabajos Cai-cai y Treng-treng vilú (servidos a la mesa), de Christian Pérez. En obras de esta naturaleza el contrabajo deja su función de soporte para convertirse en protagonista.

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