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Sonidos para Dios 9/4/2003

09 de Abril de 2003 | 00:00 |
Sonidos para Dios

No sólo con coro y orquesta es que se puede saludar musicalmente a la divinidad. Los más grandes nombres del jazz y el rock reservan en algún momento de su discografía un espacio para sus inquietudes religiosas y espirituales. En Semana Santa, revisamos las obras religiosas más sorprendentes de la música popular.

Marisol García C. 9/4/2003


JOHN COLTRANE, “A LOVE SUPREME” (1964)

Casi la única información de carátula en este disco es una breve oración que Coltrane le dirige a Dios en agradecimiento por su “despertar espiritual” de 1957. Todo el disco está estructurado a la manera de una alabanza, y no es necesario que alguien cante ni un verso para transmitir una inequívoca religiosidad. El álbum se divide en cuatro partes, que progresan de acuerdo a títulos elocuentes: “Acknowledgement” (algo así como “toma de conciencia”), “Resolution” (resolución), “Pursuance” (algo así como “búsqueda infatigable”) y “Psalm” (salmo). Grabado junto a lo que se conoce como el “classic quartet” de su carrera (los enormes Elvin Jones en batería, Jimmy Garrison en bajo y McCoy Tyner en piano), aquí el sonido fluye como en un excepcional encuentro de cuatro talentos que apuntan a un mismo objetivo, cual es convertir en música el despertar de un espíritu que alcanza la revelación divina a través de la meditación. Fue un disco muy valiente de parte de Coltrane –un hombre, por cierto, profundamente cristiano-, que no encuentra parangón en su discografía y se eleva como una de las más importantes obras de jazz grabadas alguna vez. Desde el título hasta el último soplido, le hace honor al “Amor supremo” al cual pretende saludar.


THE BEACH BOYS, “PET SOUNDS” (1966)

Los versos de este disco hablan del despertar amoroso de un hombre que recién supera la adolescencia. El sujeto se refiere a su amada, su cabello, la ilusión de desposarla y cuánto le duele su ausencia, entre delicados punteos de guitarra y sonidos de orquesta tales como el arpa o el corno. Nada más ingenuo, pensará el auditor, pero existe un profundo concepto artístico tras esta obra, para muchos la cumbre del rock de los años 60. Es un disco que no se explica sin el genio de Brian Wilson, su compositor, un hombre excéntrico y atribulado (víctima del abuso físico y sexual de su padre, gordura crónica, lagunas mentales por culpa del LSD y demasiada sensibilidad para este mundo cruel) que concibió este álbum como “una gran sinfonía a Dios”, confiando en que los sonidos simples del pop podrían agradar al Supremo Creador si se trabajaban con la solemnidad adecuada. El resultado es apabullante: melodías hermosísimas presentadas con una mezcla de complejas armonías vocales y timbres que apuntan al cielo y se permiten incorporar campanas de bicicleta y ladridos de perro. No es un disco religioso, es cierto, pero los Beach Boys rezaban antes de cada sesión de grabación. “En el estudio, sentía una aureola sobre mi cabeza”, dijo Wilson. Comercialmente fue un paso atrás en su carrera distinguida por el surf y las odas a las chicas de California, pero tuvo un pago artístico que hasta hoy entrega divisas. Paul McCartney describió “God only knows” como “la mejor canción de amor jamás escrita”. Los Beatles quedaron tan impactados al escucharlo que corrieron al estudio para intentar superarlo: fue así que les salió Sgt. Pepper´s lonely hearts club band.


PETER GABRIEL, “PASSION” (1989)

El primer disco instrumental de Peter Gabriel no es más que la banda sonora para la más polémica película de Martin Scorsese, La última tentación de Cristo, pero constituyó en su momento un poderoso signo de identidad para su creador. Pocos confiaban en las capacidades del ex-Genesis para salirse de su lenguaje de experimentación rockera y construir música de la profundidad que requiere la vida y pasión de Cristo. El resultado fue espléndido, tanto como soporte del filme como en su condición de obra musical independiente. Muy sabiamente, Gabriel desdeñó dárselas de entendido en sinfonías y grandes coros para concentrarse en una sensibilidad que conocía mucho mejor: la mal llamada “world music”. Así, tomó grabaciones originales de países como Turquía, Senegal y Egipto, y construyó una gran obra que parece sin época ni mapa.


BOB DYLAN, “SLOW TRAIN COMING” (1979)

La década de los 70 se cerró para Bob Dylan con un grave accidente de moto y la convicción de que su vida no tenía sentido si no se dirigía a Dios, dos sucesos íntimamente vinculados. Dylan, un judío, había sobrevivido a su fama y a su estatus de vocero generacional, pero la vida le probó ser frágil cuando se vio entre las ruedas de su motocicleta. Slow train coming es su disco cristiano, el único de tan evidente piedad religiosa, y también uno de los más discutidos de su extensa discografía. La canción más emblemática de su condición de “renacido” es “You gotta serve somebody”, donde el autor de “Blowin´ in the wind” sugiere que aunque uno sea “el campeón mundial de los pesos pesados / o un personaje social con una hilera de perlas” al cuello, llega el momento en que uno “tiene que servir a alguien”. Fue un credo que el cantautor defendió con bríos en su momento, pero que luego se fue diluyendo al menos públicamente. Se desconoce qué tan estrecha es la relación actual de Dylan con la fe, pero todos recordamos su visita al Vaticano hace tres años y su canto convencido ante el papa Juan Pablo II.


GEORGE HARRISON, “ALL THINGS MUST PASS” (1970)

El primer y mejor disco solista de George Harrison fue una obra extensa (triple en vinilo), compuesta en parte por material que Lennon y McCartney nunca le dejaron incluir en los álbumes de los Beatles. Integra varias canciones guiadas por una innegable sensibilidad religiosa. Harrison fue un eterno buscador espiritual, que se acercó como ningún Beatle a la mística de la India (de hecho, sus cenizas fueron esparcidas en el Ganges, hace casi tres años), pero que jamás desdeñó su recia formación rockera. Aquí puede haber cítaras, pero jamás se pierde el formato canción. Sin duda que la más famosa es “My sweet Lord”, un número 1 en 1970 que repite una y otra vez en su estribillo: “Mi dulce Señor / quiero verte / quiero mostrarte / quiero estar contigo” y el canto en falsete de “Hare Krishna, Aleluya”. Fluye según una melodía perfecta, que no puede dejar de cantar hasta el más ateo. Pese a su piadosa intención, el tema resultó siendo bastante polémico, pues se parecía demasiado a una vieja canción del grupo The Chiffons (“He´s so fine”). Fue un debate que llegó a la corte y que declaró a Harrison culpable de “plagio involuntario” en 1976.


LAURYN HILL, “MTV UNPLUGGED. N° 2.0” (2002)

Lauryn Hill es un caso arquetípico: la artista que ansía la fama, pero que cuando la logra escapa a perderse. El éxito de su estupendo debut solista (The miseducation of Lauryn Hill, 1998) la dejó expuesta a una presión social que le pareció insoportable. Hill se retiró de la industria y desde entonces no ha vuelto a entrar a un estudio de grabación. Este disco constituye la única excepción: un concierto acústico para MTV, en el que la ex Fugees apenas cita su obra cumbre, y alterna canciones nuevas con largas reflexiones habladas (de hasta doce minutos) sobre su amor por Dios y la necesidad de vivir con fe. Es un disco inusual, sin mayor cuidado formal pero conmovedoramente cargado a las emociones. En un momento, Lauryn habla de Dios y se pone a llorar.


PETE TOWNSHEND, “WHO CAME FIRST” (1972)

El primer disco solista del líder creativo de los Who encauzó algunas de las canciones religiosas que Pete Townshend jamás pudo desarrollar junto a la famosa banda mod. El autor llevaba varios años inspirado en las enseñanzas espirituales del gurú Meher Baba, a quien le dedicó la totalidad de este trabajo: incluye un cover para “There´s a heartache following me” (de Jim Reeves) sólo porque era uno de los temas favoritos del maestro, y “Parvardigar” es la adaptación de una de sus oraciones. Un giro quizás sorpresivo para un hombre identificado masivamente por destrozar guitarras en el escenario y drogarse hasta perder la conciencia, pero que sostuvo un disco de estupenda recepción crítica.


CAT STEVENS, “THE LIFE OF THE LAST PROPHET” (1995)

Para este disco, Cat Stevens no sólo había cambiado de religión, trabajo y estilo de vida, sino también de nombre. Convertido al Islam, Steven Demetre Georgiou se transformó en Yusuf Islam, y dejó la música durante largos 18 años, para asentarse en el trabajo religioso en Londres. Este álbum marcó su sorpresivo regreso al disco, poco después de que sus declaraciones sobre el escritor Salman Rushdie (a quien le deseó la muerte por haber escrito Los versos satánicos) escandalizaran a muchos de sus fans. Es un disco hablado, en donde el londinense apoya con guitarra a un egipcio que recita versos del Corán. Las ganancias de este disco fueron en directo beneficio de instituciones de caridad.


SINEAD O CONNOR, “FAITH AND COURAGE” (2000)

Lenguas de fuego bautizan a Sinead en la carátula de éste, el primer disco de la cantautora irlandesa luego de que anunciara su conversión a un grupo católico disidente que la ordenó sacerdote y la vistió con sotana. “Las canciones representan lo que canta mi alma”, dijo al presentarlo. Pero el álbum no contiene un real material religioso, pues vuelve a debatirse sobre los temas perennes de su discografía: identidad personal, relaciones amorosas, y un cierto cuestionamiento existencial que ya era profundo en su debut (The lion and the cobra). Al poco tiempo, Sinead dejó la sotana y volvió a un discurso más convencional, aunque hable o no de Dios, su música jamás ha podido dejar de ser profundamente espiritual.

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