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Crítica argentina: Perenne esplendor de Filadelfia

Espléndidos resultaron los dos primeros conciertos de la Orquesta de Filadelfia, si han de ser convalidadas sus excepcionales virtudes en cada una de las obras que abordó en noches sucesivas cosechando ovaciones harto elocuentes, particularmente en el primer concierto del Mozarteum Argentino.

30 de Mayo de 2003 | 10:47 | Héctor Coda, La Nación de Buenos Aires
BUENOS AIRES.- Dos conciertos de la Orquesta de Filadelfia, con la dirección de Yakov Kreizberg, para la temporada de gran abono del Mozarteum Argentino. Primer programa: Sinfonía N° 4, de Schumann, y Sinfonía N° 6 (“Patética”), de Tchaikovsky. Segundo programa: Poema sinfónico “Don Juan” Op. 20, de Richard Strauss; Obertura de “Tannhäuser”, de Wagner, y Sinfonía N° 2, en Re mayor Op. 73, de Brahms. En el Teatro Colón.

Nuestra opinión: excelente

Espléndidos resultaron los dos primeros conciertos de la Orquesta de Filadelfia, si han de ser convalidadas sus excepcionales virtudes en cada una de las obras que abordó en noches sucesivas cosechando ovaciones harto elocuentes, particularmente en el primer concierto del Mozarteum Argentino.

Despedida

Las presentaciones que lleva efectuadas en nuestro primer coliseo hasta hoy -que será la despedida-, no han hecho sino corroborar la perfección y el brillo que ha mantenido este excepcional conjunto durante su existencia. Década tras década, con la dirección de las más prestigiosas batutas que se sucedieron en el podio, las sucesivas generaciones de músicos que ocuparon sus atriles han logrado poseer un sonido peculiarísimo, hasta llegar a Yakov Kreizberg -por la ausencia de Wolfgang Sawallisch, en el tramo final de su titularidad efectiva-, lo han revitalizado con una dosis de dinamismo y vigor que actualizó las más recónditas potencialidades del conjunto.

El consabido brillo de este célebre conjunto centenario, uno de los mejores del mundo, con un vigor inusitado, se hizo presente la primera noche con la versión ofrecida de la Sexta Sinfonía de Tchaikovsky, en la que la orquesta norteamericana tuvo un desempeño excepcional.

Esas mismas virtudes, potenciadas por la rica textura de la música de Richard Strauss, animada por la pasmosa homogeneidad de las cuerdas, hizo que su poema sinfónico “Don Juan” fuera una muestra acabada de virtuosismo orquestal, con un despliegue tal de recursos sonoros que seguramente el poeta romántico Nicolaus Lenau -cuyos versos inspiraron la obra- no hubiera jamás soñado.

Desde el primer arpegio, brioso, ascendente, la magnificencia orquestal de Strauss sonó a pleno, con un discurso inflamado por el apasionamiento sensual del héroe, arrogante y trágico a la vez, con sus conquistas y la caída final.

Kreizberg dibujó cada frase con puntillosa precisión y gallarda elegancia, con una paleta orquestal de brillante definición, pujanza rítmica, exuberancia y colorido. Fue admirable por la sutileza de los solos instrumentales: el del concertino, por recrear la seducción sonora de la presencia femenina; así como los del oboe, el clarinete y el fagot, de refinada expresividad y calidad camarística. El segundo tema del poema confiado a las trompas, otro de los baluartes de la orquesta, tuvo admirable traducción sonora.

Brahms y Wagner

Con tales antecedentes era previsible una traducción de la Obertura de “Tannhäuser”, de Wagner, de especial jerarquía sinfónica, tal como aconteció, por la admirable conjunción de maderas y metales, éstos de blanda sonoridad, en un majestuoso coral. El despliegue cromático adquirió increíble colorido e intensidad emocional, así como persuasiva sensualidad sonora el tema trazado por el clarinete, siguiendo al protagonista en el reino de Venus. El coral de los peregrinos adquirió serena grandeza y genuina resonancia espiritual.

Después de estas dos pruebas de virtuosismo y musicalidad, la Filarmónica abordaría una de las más bellas sinfonías de Brahms, en la que su inspiración es en apariencia más espontánea, con un lenguaje enfocado hacia la interioridad expresiva. Fue aquí ostensiblemente apreciable la pastosidad y blandura sonoras desde el mismo comienzo, emanadas de las trompas, y la amable calidez de las cuerdas y la relativa placidez del “Allegro non troppo”. Hubo incisividad sin sonidos agresivos y considerable dosis de energía, con ideas directrices bien articuladas y fluidez en la exposición, y un entramado orquestal que permitió apreciar con nitidez aun los cantos internos del discurso.

Sonoridad brumosa

Con mayor densidad y consistencia sonora los chelos y contrabajos esbozaron los temas del “Adagio” siguiente, en los que el llamado agreste de la trompa dio bello relieve a la sonoridad brumosa del movimiento. La típica gravedad brahmsiana, su lirismo intenso y melancólico, afloró aquí con frases indicadas con una marcación sutil y detallada.

El “Allegretto grazioso quasi andante” con un animado tema del clarinete, sobre el pizzicato de los chelos expresó toda la sencilla alegría pastoril que llegó a cobrar vigor con notable dinamismo. Sobre el particular, los amplios márgenes dinámicos de la Orquesta unidos a su sonoridad de calidad impar se desplegaron después del sottovoce del sector grave de las cuerdas elevándose hacia las eclosiones sonoras más potentes. El ceñido ajuste de sus grupos instrumentales mostró aquí, una vez más, la perfección de su mecanismo de notable flexibilidad.

El tema coral que da cima al “Allegro con spirito” final y el acelerado crescendo a toda orquesta, entusiasta y triunfal, fue seguido con una estruendosa ovación que obligó a añadir obras fuera de programa, las mismas de la primera noche: una vital Danza húngara de Brahms y una exultante versión de la Polonesa de “Eugene Onegin”, de Tchaikovsky.

En su presentación, la orquesta norteamericana brindó una expresiva interpretación de la Sinfonía N° 4, de Schumann, acentuando los rasgos intimistas del romántico alemán; y en la segunda parte del concierto, una versión de la “Patética”, de Tchaikovsky, con definido vigor, dinamismo sonoro y desbordante lirismo, exhaustiva expresión del alma romántica rusa.
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