Sergio Escobar
Hace más de cuarenta años que comenzó el movimiento por una interpretación auténtica de la música antigua, en especial de la barroca, marcando un acentuado contraste con la forma en que se ejecutaba hasta entonces. Las diferencias fundamentales estuvieron en los tempos (velocidad), el balance y, sobre todo, en el timbre instrumental producido por la elección de instrumentos musicales (originales o copias) de los siglos 17 y 18, el uso de cuerdas de tripa y la casi omisión del vibrato en los ejecutantes de arco. En un comienzo fueron muy pocos los conjuntos que se atrevieron a desafiar la tradición, pero ahora son decenas en Europa y América los que han contribuido a que el espíritu autentificador se imponga totalmente.
El mejor de esos grupos que haya visitado nuestro país fue el de Christopher Hogwood, cuya Ancient Music mostró en vivo toda la riqueza de la verdadera música barroca. Pero creemos que desde entonces no se había escuchado algo tan valioso en este campo orquestal como la Accademia Bizantina, un grupo proveniente de Rávena, Italia, que dio el martes, en el Teatro Municipal, un concierto memorable con obras barrocas italianas. Estos músicos no tienen la elegancia del conjunto británico, pero lo superan en luminosidad y energía cuando, como en este caso, ejecutan la música de su país demostrando su propia autenticidad. El grupo es dirigido por Ottavio Dantone, desde el clavecín, pero los violines primeros son conducidos por Stefano Montanari y los segundos por Fiorenza De Donatis, dos ejecutantes fantásticos, de técnica perfecta y un virtuosismo que les permite adornar cada frase en el mejor estilo.
En la primera parte se escucharon concertos grossos de Corelli, Pergolesi y Geminiani, que sirvieron para apreciar que en el balance particular de esta orquesta los solistas eran siempre primus inter pares, de modo que el grupo construía la base armónica necesaria sin sobresalir.
En la segunda parte, la Accademia Bizantina interpretó cuatro de los doce conciertos que integran el ciclo L’Estro Armonico, de Vivaldi, en versiones francamente insuperables, haciéndonos desear que ojalá hubieran tocado el ciclo completo. Ante la ovación sostenida del auditorio, el grupo interpretó el concerto grosso de Geminiani (Op.5 Nº 12), en Re menor, basado en la sonata La Folia, de Arcangelo Corelli. El tema, seguido de una quincena de variaciones geniales, sirvió para confirmar la calidad extraordinaria del grupo. Un recital de música antigua que fue de muy bueno a excepcional.