Daniel Quiroga
30/4/1997
La música de Mahler (1860-1911) sigue presente en nuestra vida de conciertos. No sin problemas, pues los hay para encontrar cantantes apropiados y para completar el número de ejecutantes necesarios. En el caso de la Segunda Sinfonía "Resurrección", el aumento de responsabilidades para los instrumentos de viento y percusión obliga a compensarlo con el aumento de la cuerda. De este modo, la Sinfónica de la U. de Chile, dirigida esta vez por el maestro peruano David del Pino Klinge, aumentó con 20 extras su número habitual. El coro de la Universidad y las solistas Gabriela Lehmann, soprano, y Pilar Díaz, mezzosoprano, completaron el equipo de intérpretes de la exigente composición, que ocupa una hora y media en sus cinco movimientos.
Aunque esta obra del músico nacido en la región de Bohemia ya fue discutida en vida del autor por entonces director de la Opera de Hamburgo y luego de la Opera de Viena por la monumental disposición orquestal y coral, estos mismos argumentos todavía dividen a los auditores. Y no sólo en presencia de los tres primeros movimientos, estrenados por Richard Strauss con la Filarmónica de Berlín en 1895, sino con los números que incluyen solistas y coros, que el propio Mahler dirigió en la misma ciudad meses después. La prensa y el público abundaron en adjetivos negativos y hasta injuriosos. Ha pasado el tiempo y aunque vivimos en el fin del siglo XX no faltaron aquí en Santiago quienes fueron a la boletería del teatro a devolver sus entradas "porque yo no paso la música de Mahler". Estaban en su derecho.
Pero la concurrencia fue no sólo muy numerosa, sino entusiasta. Pocas veces se ha escuchado un aplauso tan cálido al término de un concierto sinfónico como el que recibieron el maestro, las solistas, el coro y las diversas familias instrumentales, aisladamente y en conjunto. La explicación viene al considerar la excepcional interpretación lograda por el maestro peruano, como culminación de un estudio profundizado de la obra, que obtuvo de todos los participantes un nivel de ejecución y entrega expresiva que dio unidad a la construcción monumental en sus cinco partes, logró calidad sonora de alto rango en todas las familias instrumentales, una disciplina de ejecución sobresaliente y finamente matizada y, sobre todo, un calor expresivo que se hizo presente aun en los más pequeños fragmentos del tejido musical. No hubo nunca el deseo de estremecer al auditorio con excesos estrepitosos, sino el de servir el propósito del autor en su dramatismo íntimo, con sutileza, con arrebato, pero siempre con musicalidad libre de efectismo. El acierto con que el maestro Del Pino logró llevar la obra a su exaltación final en la Resurrección, cantada por el coro y las solistas, absolutamente incorporadas al medio orquestal con voces luminosas y seguras, marcó un momento feliz en el concierto, culminante en la temporada sinfónica.
Ya que Mahler está en la comprensión del público de nuestros conciertos sinfónicos, es de desear que sigan a firme los planes para reunir en su amplitud los coros, solistas y conjunto instrumental, con el maestro Del Pino en la dirección, de la Octava Sinfonía (apodada "de los mil"), que completaría la presencia del músico que cerró el siglo XIX y abrió las puertas al siglo que termina.