Daniel Quiroga
24/5/1996
La tercera jornada de la Tetralogía wagneriana se estrenó finalmente en Chile. “El oro del Rhin” y “La Walkyria” en los años anteriores fueron marcando el paso de la Tetralogía completa que con “El ocaso de los dioses” finalizará el año próximo. Gran aventura artística en que, como en toda aventura, hay riesgos en el camino del éxito.
“Sigfrido” tema de inagotables discusiones en torno a su contenido es efectivamente un riesgoso pasaje teatral en que un peligroso dragón (el público) puede devorarse el espectáculo si el interés decae. El auditor contemporáneo tiene que olvidarse del ritmo cinematográfico y asumir su calidad de espectador de sucesos narrados detalladamente y con lentitud, penetrando en un mundo de fantasía poblado de seres mitológicos que terminan siendo humanos corrientes.
A Wagner esto le parecía algo muy natural. Sabía perfectamente que la Tetralogía completa era irrepresentable en los teatros de su tiempo, y por eso con su poder de convocatoria y persuación golpeó todas las puertas hasta lograr un lugar especialmente diseñado, aunque dejara al estado de Baviera en quiebra y discusiones que todavía duran sobre su persona y sus ideas artísticas.
Se discute menos su capacidad de músico, y aún cuando en “Sigfrido” hay momentos en que la acción decae peligrosamente, la partitura salva la situación exponiendo los leitmotiv (temas musicales con personalidad propia) que van al encuentro del auditor como guías y apoyo en lo que está sucediendo. El auditor-espectador debe saber que así, oyendo y mirando, debe compenetrarse simultáneamente en el argumento que se desarrolla con escena y música. Si puede hacerlo, mejor; si no, a Wagner no le importa, él sigue adelante de todos modos y cuenta la historia completa. ¡Pero qué maravilla de desarrollo musical, de sugerencias, de contrastes emocionales, de pasión! Como la orquesta heredada de Beethoven le pareció insuficiente pidió construir otros instrumentos, y en “Sigfrido” las tubas wagnerianas se emplean a fondo para dar el clima tenebroso, pero también las maderas y las cuerdas son llevadas a sus registros extremos pidiendo más y más, o en pasajes a solo que recrean el mensaje de leyenda.
“Sigfrido” (y toda la música dramática de Wagner) trae compromisos enormes para sus intérpretes. Por razones que escapan al campo artístico, cantantes dotados para roles femeninos y masculinos wagnerianos escasean notoriamente en el mundo de hoy. El tipo de voz, heroico, su volumen y resistencia, no se encuentra fácilmente. El papel protagonista en “Sigfrido”, que pasa de adolescente a hombre total, tiene partes de un desafío vocal enorme (escena de la fragua) junto a la orquesta llena de brillantez. El tenor danés Stig Andersen asumió su rol con entera seguridad escénica y vocal en las múltiples acciones de su desarrollo hasta la culminación en el encuentro con Brunilda en la escena del dúo final, sin duda, el punto más alto de la ópera. Con inteligencia y mesura, el protagonista fue reservando su material firme y homogéneo para ese momento culminante en que proyectó sus cualidades de actor y cantante. En el último acto apareció la esperada soprano alemana Hildegard Behrens (Brunilda) con su material generoso y resplandeciente en el registro agudo, una presencia escénica de primer nivel, con magnífica expresión y movimiento. Fue sin duda una pareja que logró la intensidad buscada.
El tenor norteamericano Thomas Harper, en el rol del enano Mime, hizo un personaje lleno de convicción en el campo vocal y escénico, llenando el escenario con su presencia múltiple. Tom Fox, el barítono norteamericano que hiciera el rol de Wotan el año pasado en “Walkyria”, regresó en su papel con la autoridad de su registro. Oskar Hillebrandt, barítono alemán, hizo el Alberich, y el bajo John Tranter el de Fafner, roles breves pero fundamentales en el desarrollo argumental. Como el de la eficiente contralto Hitomi Katagiri (Erda) y, en su breve intervención como la voz del pajarillo, la chilena Claudia Virgilio, quien lució la agilidad de su registro de soprano ligero.
La función de “Sigfrido” (tres horas más los entreactos) tuvo, no obstante, un desarrollo que satisfizo ampliamente al auditorio. El soporte musical, con la Filarmónica bajo la conducción de Gabor Otvos (ya se dijo, otro personaje), fue una nueva demostración de profesionalismo al dar la vivacidad enérgica, el clima tenebroso, o el entorno apasionado del encuentro de Sigfrido y Brunilda. Fundamental fue también la ambientación escénica lograda por el dúo Roberto Oswald y Aníbal Lápiz que, con imaginación y técnica lumínica, recrearon el mundo real e imaginario que rodea a los personajes mitológicos. Ahora falta sólo el derrumbe final de las jerarquías impuestas por divinidades llenas de defectos humanos que según Wagner serían derrotados por el Amor. Y su suprema ley será hasta el próximo año.