Daniel Quiroga
11/7/1996
El pianista chileno Alfredo Perl regresa al país para ofrecernos el fruto de su trabajo interpretativo en el ciclo completo de las 32 Sonatas para piano de Beethoven. El primer concierto abarcó la Sonata en Fa menor, Op. 2, No.1; la Sonata en Si bemol Mayor Op.22, la Sonata en Fa sostenido mayor Op.78, la Sonata en Mi menor, Op. 90 y la Sonata en Do Mayor, llamada “Waldstein”. Período que comprende los años iniciales de la residencia del compositor en Viena y los fecundos encuentros con sus protectores de la nobleza. En sus restantes programas, el concertista seguirá la norma de ordenar las Sonatas no por número, sino por épocas diversas. Además, como se advirtió en este primer concierto, los recursos del compositor, si bien se mueven dentro de un esquema formal sólo lejanamente ceñido a los clásicos (Haydn, Mozart), va cada vez más buscando un idioma propio, arrebatador; pidiéndose cada vez más fuerza, más virtuosidad, mayores contrastes de dinámica. Resaltan los movimientos lentos, por la nobleza melódica, así como la gracia liviana de los Minuetos, en medio de la tormenta expresiva que se acerca. La Sonata “Waldstein”, Op. 53, dio la medida del Beethoven futuro, pidiendo al pianista el dominio completo del teclado. Alfredo Perl, prosiguiendo la senda de perfeccionameinto en que está empeñado, lució una lograda penetración del estilo, a veces simple y cantable, o bien el apresurado y percusivo impulso que condujo a la Op. 53. Un pianista de categoría internacional que ya es capaz de dar a esa sonata su contorno de vigor y brillantez virtuosa, y que también pudo lucir ingenuidad y transparencia en la serena belleza de la Sonata Op. 78, como venida de otro mundo.
PROGRAMA FILARMONICO
Tres composiciones que hablan de un pasado que muchos todavía recuerdan bien, dirigió Miguel Angel Veltri. En realidad, la Sinfonía en Re menor de César Franck (1822-1890), con su melodismo elaborado contrapuntísticamente, es una especie de `''''Wagner latinizado”, como alguien dijo comentando los pasajes de angustiosa expresividad surgidos de aquella urdimbre sinfónica trazada por el músico belga. Ocurre que esta obra está vinculada al inicio de los conciertos sinfónicos en Santiago, y los directores extranjeros la traían a menudo. Veltri buscó en ella una moderada vena expresiva y el relieve instrumental, sin acentuar la quejumbre aprisionada en las armonías cromáticas que se unen y separan. La Filarmónica cumplió a cabalidad su cometido.
La figura de Domingo Santa Cruz (1899-1987) es inseparable del vuelco experimentado en la vida musical del país desde los años 30 al presente. Las instituciones musicales nacidas de su impulso en la U. de Chile, al igual que las publicaciones, sus discípulos y su obra creadora como compositor están presentes. Ocupado, abrumado de compromisos, comenzaba el día componiendo desde las 06:00 A.M., y no con pequeñas composiciones pasajeras, sino con obras sinfónico-corales, sinfonías, cuartetos, obras para coros... Su vida encierra la incógnita de por qué conociendo el triunfo, la realización de sus aspiraciones, los honores ganados, etc. sea el dolor el motivo principal de su acento creador. Los “Preludios dramáticos”, nacidos de una dolorosa experiencia, retratan en sus tres partes el recuerdo tormentoso que los origina. Veltri logró entregar aquella visión dolorosa sin perder el relieve, el lenguaje elocuente del notable músico nacional.
Como si no hubiera pasado nada desde 1928, todavía el público se divide en pro y en contra del “Bolero” de Ravel (1875-1937). El propio autor definió su creación para la danzarina Ida Rubenstein: “Es exactamente un tejido orquestal sin música, de 17 minutos de duración. Corresponde a los auditores tomarlo o dejarlo”. Gran problema para toda orquesta, sus arriesgados solos y el “Crescendo” continuo no es fácil de lograr sin algún resbalón. La explosión final saludó a Veltri y a la Filarmónica por su exitoso recorrido.