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Una “Nariz” respetable (18/10/1996)

03 de Octubre de 2003 | 10:45 |
Daniel Quiroga

18/10/1996

El buen humor fue, desde sus primeros años, una constante en la línea creativa de Dimitri Shostakovitch (1906-1975). Ya a los diez años escribió una obra para piano que tituló “Soldado”, música que incluía una explicación hablada para sus diversas partes, que, por cierto, finalizaba con la muerte del soldado. Cuando terminó sus estudios de Conservatorio (comenzó como dotado pianista) vivió una crisis en que dudó si ser pianista o compositor.

Cuenta en su biografía que “destruí todos mis manuscritos, incluyendo el de una ópera Las Gitanas sobre un poema de Puchkin”. La decisiva influencia de Glazunov le señaló el camino de la composición, siguiendo las clases de Maximilian Steinberg. Considera el autor que sus “Tres danzas fantásticas” para piano, orquestadas más tarde (mantuvo oculto el manuscrito varios años) señalan su real comienzo creador, que logró reconocimiento genral con la Primera Sinfonía Op. 10 (1926). Los años 20 permitieron al músico conocer autores como Krenek y Berg, en sus óperas “Jonny spielt auf” y “Wozzeck”, respectivamente, que se dieron en San Petersburgo, y personalmente a Hindemith, Krenek, Bartok y Milhaud, que visitaron su país y ejecutaron sus obras. Shostakovitch afirma que la influencia del musicólogo y compositor Boris Asafiev fue determinante para componer los “Aforismos” para piano y su ópera “La Nariz” Op. 15 (1927-28).
Señala un vuelco muy importante para la actividad del Teatro Municipal que la Corporación Cultural de la Municipalidad de Santiago y la Embajada de la Federación Rusa hicieran posible la visita de la Opera de Cámara de Moscú.

Un conjunto de ochenta artistas, bajo la dirección general de Boris Pokrovsky, ofreció “La Nariz”, ópera cómica tomada de un cuento de Gogol por tres libretistas y el propio compositor, en dos actos y diez cuadros.

¿Teatro del absurdo? Sí ¿y por qué no? Una vez dentro de la obra, aceptada la posibilidad de que una nariz se desprenda de la cara de un humilde ciudadano y origine una búsqueda y encuentro final, luego de variadas peripecias, el espectador-auditor no tiene más que seguir la corriente que le conduce de sorpresa en sorpresa, con un impacto irresistible.

El milagro lo produce una dirección escénica que es toda una lección digna de considerar (B. Pokrovsky), pues el escenario y el auditorio quedan unidos, al no haber cortinas ni decorados tradicionales (V. Talalay), aparte de los que forman los propios actores-cantantes con elementos muy simples, y juegos de iluminación. Los cantantes y actores acreditan una formación profesional completa, pues en los diferenetes cuadros hablan, cambian de personajes, bailan, hacen mímica y cantan, con voces normales y alteradas cómicamente, en un esfuerzo total que no lo parece, pues todo el espectáculo salvo momentos en que, pese a la traducción, no se puede seguir la continuidad, se desenvuelve entre la comicidad y la sorpresa, hasta que la nariz vuelve a su sitio y todos quedan felices. Escenas de viejas costumbres, un matrimonio suspendido mientras la nariz aparezca, una escena al interior de una iglesia, movimientos de soldados en formación, un médico (bajo de registro excepcional), sopranos hiper agudas, una contralto, tenor y barítono, desarrollan un cuarteto y sextetos increíblemente difíciles, dentro de una rítmica endiablada, y a velocidades abismantes, son sólo detalles de un total bellamente ensamblado.

La música de Shostakovitch no se separa un instante del movimiento escénico y viceversa. Las disonancias (que causaron muchas molestias a los críticos rusos en la época del estreno) abundan tanto como las superposiciones rítmicas, con lucimiento de la percusión y de los instrumentos de viento. Es increíble que, en medio de aquel barullo, voluntariamente buscado por el compositor, los cantantes desarrollan sus partes, en canto-recitado, voz normal, coro y solos (aparentemente sin el menor problema, con la dirección del maestro Vladimir Agronsky) (día 16). Se trata, en fin, de una obra cómica, de un humor sano, compuesta en una unión inseparable entre música y acción escénica; una obra desafiante para sus intérpretes que, afortunadamente, hemos podido gozar en plenitud por el avezado profesionalismo de un conjunto como la Opera de Cámara de Moscú que trajo un aire de renovación muy necesario para nuestra escena lírica.

Y Dimitri Shostakovitch nos da su propia opinión acerca de su música:

“Deseo escribir una buena música de entretenimiento, que pueda agradar y hacer reír hasta al más sofisticado auditor. Cuando el público ríe durante la ejecución de mi música, o simplemente sonríe, yo experimento un gran placer”.

El prolongado aplauso del auditorio, al que se restó sólo una minoría intolerante del espectáculo fuera de lo común, habrá dejado contento al espíritu del compositor de “Lady Macbeth de Mtsensk”, ópera que esperamos ver representada aquí, con su historia de amor en encuadre tradicional.
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