Daniel Quiroga
10/9/1996
Dos títulos de zarzuela, poco conocidos en nuestro medio, subieron a escena en el Teatro de la Universidad de Chile. Una delegación de la Opera Cómica de Madrid, encabezada por Luis Remartínez, director musical; Francisco Matilla, director de escena, y Antonio Fauró, director de coros, contactaron en Santiago a miembros del Coro (Universidad de Chile), bailarines del género español, actores y miembros de la Sinfónica de Chile, todos coordinados por el empresario Fernando Poblete, para reponer “La Revoltosa” y “El Bateo”. Teatro de humor, de costumbres españolas (madrileñas), que viven en el recuerdo no sólo de los españoles, sino de América del Sur, donde hay público que espera la temporada de zarzuela en Buenos Airers, Lima, La Paz, Quito y Bogotá, para nombrar sólo algunas capitales en que hay recepción y admiración por el género y sus intérpretes.
En Chile, la zarzuela y la opereta durante el siglo pasado eran visitantes obligados cada año. Luego de finalizar los espectáculos líricos, las compañías de fines de siglo XIX daban a conocer operetas francesas e italianas y las zarzuelas llamadas grandes y chicas. Las compañías de Jarques, Pepe Vila y Faustino García cumplieron una etapa de popularización de este tipo de teatro musical a lo largo de Chile. No es raro que conocidos pasajes chistosos de zarzuelas aparezcan en la conversación corriente.
Conjuntos pequeños del género actúan esporádicamente en nuestra capital y en regiones, lo que demuestra que hay un público que sigue el teatro cómico español, la música de los maestros de la zarzuela. Federico Moreno Torroba visitó Chile y presentó su obra “Luisa Fernanda” hace pocas décadas.
Dos palabras sobre los autores de la música de “La Revoltosa” y “El Bateo”. No pueden ser muchas. Y ello porque las obras que compusieron, por su espontánea simplicidad, ingenio y gracia natural, sobrepasan las acostumbradas biografías de músicos. Nada de romanticismos llorosos.
Federico Chueca (1846-1908) autor de “El Bateo” nació y murió en Madrid, impregnándose de los tipos y costumbres de su época, luego de dejar la medicina impulsado por su afición musical. Participó en un alboroto universitario y aprovechó el encierro para escribir una serie de valses que llegaron a manos del eminente Jacinto Barbieri, maestro de seria formación, que los orquestó y ofreció en los conciertos de la Agrupación Filarmónica que dirigía, haciéndole ganar sus primeros aplausos. Lo demás lo hizo su asombrosa creatividad, que entregó con la realización armónica y orquestal de su colega Joaquín Valverde. Ambos hicieron la obra maestra del género chico, “La gran vía”.
“La Revoltosa” es uno de los mejores éxitos de Ruperto Chapí (1851-1909), nacido en Alicante y fallecido en Madrid. Ya a los nueve años comenzó a escribir para la banda de su pueblo natal, donde era trompeta, y a los doce pasó a dirigirla. Pero hizo estudios regulares de piano y armonía en el Conservatorio de Madrid. A partir del estreno de “La Tempestad” en 1882, su carrera de compositor fue un éxito, con “El Rey que rabió”, “El puñao de rosas”, etc. Compuso también sinfonías y música de cámara.
Ya sabemos que la zarzuela en sí es teatro costumbrista, con apoyo musical.
Es como la versión hispana de la opereta y es necesario recordar que “La flauta mágica” fue estrenada en un teatro de barrio, precisamente por tener diálogos alternados con música, lo mismo que “Carmen” en su versión original. En el caso de “La Revoltosa”, su personaje principal, Mari Pepa, encarnado en Milagros Martín, lució una muy grata voz y un trabajo escénico convincente, enlazando a su alrededor a un grupo de pretendientes, de los que se desprende hasta quedarse con quien ella ha preferido, en medio de cómicos enredos de celos entre esposas y maridos. Los números musicales, con ocasional participación de coros, animan un argumento a veces demasiado demoroso en su desarrollo, y nada perdería si se abreviara en beneficio del ritmo escénico, no obstante el buen trabajo actoral de los artistas visitantes. En “El Bateo” (el bautizo) también hay momentos de alargue, no siempre claros para el espectador sudamericano, que no posee el argot madrileño del siglo pasado. Pero, eso sí, con buena voluntad se sigue la trama y sus situaciones cómicas son gustadas, al igual que las modestas versiones de sevillanas y tangos a cargo del grupo de baile y coristas. El ingenioso enredo alrededor de la paternidad del niño por bautizar está sostenido por la ingeniosa melodía del maestro Chueca, su ritmo vivaz, que da vida a los actores Emma Chacón, Milagros Martín, Jimena Sáez y Luis Alvarez, entre los personajes claves de la intriga. Ellos, alternando canto y acción, cumplieron con la entrega de un libreto mínimo en su desarrollo, pero eficaz medio de transporte para una música divertida y graciosa. El conjunto, muy homogéneo y conocedor de sus roles, mantuvo en toda la función y en los números de canto y diálogo, un profesionalismo evidente. Papel decisivo cupo a la Sinfónica de Chile y al grupo de coristas, dirigidos con batuta precisa por el maestro Remartínez.