EMOLTV

“Luisa Miller”, un singular estreno (6/8/1996)

03 de Octubre de 2003 | 10:50 |
Daniel Quiroga

6/8/1996

Ovación, con el público de pie durante varios minutos, rubricó la función de estreno (al menos en este siglo) de la decimocuarta ópera de Verdi, “Luisa Miller”, estrenada en Nápoles en diciembre de 1849 y en Santiago en 1856. Así de próximos vivíamos entonces de la actividad operística europea contemporánea a pesar de los viajes en vapor y del arriesgado cruce cordillerano a lomo de mula.

La ovación, entregada con sinceridad para todo el elenco, incluía ciertamente al bien seleccionado equipo de cantantes, a los responsables de la presentación escénica y, particularmente, al director musical, Miguel Angel Veltri, a quien se felicitaba también por su designación como director del Teatro Colón de la capital argentina.

Se ha dicho, con razón, que la ausencia de la ópera “Luisa Miller” de los escenarios se debe principalmente a que es una obra de considerables dificultades para sus intérpretes. No es tarea fácil encontrar al menos los cuatro roles de mayor responsabilidad, encargados del “Amor e intriga”, según el título de Schiller para la obra teatral que Salvatore Cammarano transformó en ópera italiana. La admiración del compositor italiano por las obras de Schiller se manifestó en esta y otras óperas, así como adoptó los temas de Shakespeare, también uno de sus autores favoritos.

El frustrado amor de Luisa y Rodolfo (oculto bajo el nombre de Carlo, para no revelar su calidad de hijo del Conde, que lo separa socialmente de su amada) compromete las ambiciones de su padre, que busca emparentarse con la duquesa Federica. Ello conducirá luego de una indigna intriga al suicidio de ambos prometidos, pero también a la muerte de Wurm, autor de una falsa carta que apartaría a Luisa y Rodolfo. Muertes y violentas escenas de intriga y de celos dan motivo para activar tres actos de tragedia musical que encierran ingenuidad, pasión y muerte. Verdi logra una creación estupenda, llena de vida, matices y expresividad, en que las voces y la orquesta anuncian pasajes que la memoria identifica con las futuras creaciones de los años 1850:

“Rigoletto”, “Traviata” y “Trovador”. La fuerza dramática está presente en el sutil trabajo orquestal como en los sucesivos cuadros escénicos, con recitativos, solos, dúos y conjuntos que reúnen belleza lírica y fidelidad teatral.

Aquí aparece en toda su proyección la madurez espléndida mostrada por la soprano chilena Verónica Villarroel, su capacidad y compenetración del personaje en las diversas etapas del vivir y morir, los progresos de su escuela de canto que le llevan, sin problema alguno, en todo el exigente registro dado por Verdi a Luisa Miller, en un quehacer escénico en que las coloraturas o los grandes intervalos son enriquecidos con una capacidad técnica de matización que afirman la presencia de una gran cantante, dueña de recursos vocales de belleza singular. En dúo con el tenor Dennis O''''Neill, las escenas fueron superando cierta distancia inicial, para intensificar su mensaje lírico y culminar en lograda asociación de timbres y expresividad, y en convincente actuación. El tenor ganó merecida ovación luego de su esperada aria del tercer acto, que entregó con impactante dramatismo. En el rol de Miller, el modesto padre de Luisa, el barítono Valery Alexejev destacó por un noble material de voz y una convincente actuación escénica, que dio relieve a su atormentado personaje. El Conde Walter, con el bajo Francesco Ellero D''''Artegna, lució un timbre potente y oscuro, como correspondía al tenebroso artífice de la intriga. Los momentos de alegría campesina o de inminente tragedia fueron desenvueltos con dominio por el Coro Profesional del Teatro, a los que se unieron las voces de la contralto Katia Lyting (Federica), Myriam Caparotta y Claudio Fernández. El sobresaliente trabajo preparatorio de la Orquesta Filarmónica permitió oír con limpidez y vitalidad la partitura de Verdi, cuyos acompañamientos, sólo aisladamente, recuerdan los adocenados ritmos que le son favoritos.

En cambio, la concertación general fue de innegable excelencia, con la batuta del maestro Veltri vigilando cada detalle en el foso y en el escenario, como en el caso del curioso cuarteto a capella, prueba que fue salvada con acierto. El ambiente escénico, de simples líneas arquitectónicas en el marco del siglo XVII, dio también la transparencia del bosque o la tenebrosa habitación que encierra el doble envenenamiento. Todo ello complementado con la iluminación y el colorido del vestuario. El grupo a cargo de la escena Antonello Madau-Díaz, Salvatore Pellizzari, Alexandre Vasiliev y Ricardo Yáñez complementó el lucimiento de una función excepcionalmente impactante por la belleza lograda en la reviviscencia de una ópera nacida en época pasada, pero que puede ganar al público actual si, como en este caso, se reúnen todos los factores artísticos y técnicos y el esfuerzo por lograrlo.
EL COMENTARISTA OPINA
¿Cómo puedo ser parte del Comentarista Opina?