Daniel Quiroga
3/9/1996
Sobre esta vigésimo segunda ópera de Verdi se ha escrito lo suficiente como para decir solamente que resume una larga experiencia y un fruto espléndido de su sentido dramático y musical. Esto entraña una dificultad doble para sus intérpretes. Ellos deben asumir que no sólo deben cantar con voces seguras las clásicas melodías verdianas, sino también hacer sentir al auditor las crisis múltiples de los personajes. Por eso, no basta con tener las mejores voces si ellas no se complementan con una prestancia escénica adecuada. El dominio del papel, cómico, apasionado, celoso o intrigante, todo está unido a la música que cambia con cada cual o se combina magistralmente en dúos, tríos o concertados. La acción es continua, en el foso orquestal y en el escenario.
¿Por qué no decirlo? Había en muchos espectadores de la función de Encuentro con la Opera, dedicada a cantantes nacionales, una cierta reserva respecto de su comportamiento en este exigente título. No obstante, el resultado general acreditó un nivel más que satisfactorio y, en ocasiones, plenamente ajustado al contenido de la obra.
Cantantes de estatura verdiana, y en especial de “Un Ballo” no son fáciles de encontrar en plenitud. Reunirlos en Chile es aventura riesgosa. Por ello hay que decir que el trabajo del barítono nacional Patricio Méndez (Renato) destacó por la estrecha unión entre canto y acción escénica, el vigor expresivo de su presencia que seguía en todo momento los sucesos que se desarrollaban, cantase o no. Con experiencia en teatros europeos, Méndez vivió su personaje con eficiencia y calidad vocal, no sólo en la esperada aria (“Eri tu”), sino a lo largo de toda la ópera. Un significativo esfuerzo logró la soprano Lucía D''''Anselmo en su difícil responsabilidad (Amelia) para superar los escollos de una tesitura muy amplia, que no siempre resultó audible en los graves y del dramatismo constante del personaje, asediado por pasiones encontradas. Sin tener el volumen vocal adecuado, la cantante superó las dificultades con su profesionalismo reconocido. José Azócar (Ricardo) mostró una vez más su generoso material de tenor, al que falta sin duda mayor pulimiento en la emisión y, sobre todo, sentir el personaje íntimamente para dar las diferentes facetas de su carácter. Todo lo demás está en su material privilegiado en el campo tenoril. Mucho más canto y menos saltos dieron simpatía al Paje Oscar, de Myriam Singer, cuya voz dio color y brillo a los concertados. En el rol de Ulrica, la joven mezzo Lina Escobedo dio un paso adelante en su carrera, por más que su desarrollo vocal no está todavía al nivel de las responsabilidades del difícil personaje. Los pequeños problemas de Azócar en un breve pasaje conjunto, y la tardía entrada del Paje en otro momento de su rol demuestran, una vez más, que en el escenario “no hay enemigo chico”, aunque ambos lo superaron debidamente. Siendo en Chile un problema nacional el de la falta de voces masculinas graves, los bajos Díaz y Navarro cumplieron profesionalmente sus partes de Conspiradores. Coro y comprimarios completaron el espectáculo que, aparte detalles, tuvo en la dirección de Miguel Patrón y en la Orquesta Filarmónica un apoyo eficiente en todo momento.