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Ivo Pogorelich (20/12/1996)

03 de Octubre de 2003 | 10:59 |
Federico Heinlein

20/12/1996

Al fin llegó a nuestro país, después de una trayectoria rutilante de varios lustros, el famoso pianista Ivo Pogorelich. Su programa con obras del siglo XIX atrajo una masa de oyentes que llenó las aposentadurías del Teatro Municipal y supo demostrar su aprobación de manera entusiasta.

Casi inverosímil es la elocuencia que el visitante otorga a los “Cuadros de una Exposición”, de Musorgski. Da relieve a cada detalle con un fraseo inaudito y pausas o cambios de velocidad que abren nuevas dimensiones. Cierto patetismo de sus manos, y mucho de su aura en el podio, hacen pensar en lo que otrora puede haber sido Franz Liszt, quien acuñó para sus presentaciones el término de recitales, por lo declamatorio y vívido de la entrega.

Pogorelich ejecuta la obra de Musorgski como si hubiera sido escrita para él. De manera irrefutable logra dar frescor y sentido a estos cuadros mediante un sinnúmero de inflexiones, del fortissimo atronador al más delicado susurro.

Distorsiona el tempo y la dinámica según los dictados de su genialidad.

Ataca el forte nel modo russico de la Promenade inicial con una rudeza que hace chirriar el piano de cola, instrumento poco inspirador que, en numerosas oportunidades, no estuvo a la altura del intérprete.

Largo sería enumerar sus hallazgos creativos, que daban relieve extraordinario a las intenciones del compositor. Los tintes de la gama de Pogorelich, de variedad infinita, transforman todo con verdadera magia.

Su intuición descubre rasgos inéditos, voces internas sorprendentes, timbres de prístina hermosura. Ayudado por el tintineo del Steinway, el Baile de los Polluelos en sus Cascarones, milagro de sonoridad quebradiza, tuvo un carácter cristalino irrepetible.

La identificación del pianista con Chopin no siempre satisfizo de idéntica manera. Las múltiples libertades y modificaciones que potenciaban a Musorgski eran, a veces, reñidas con el temperamento, los arrebatos y las nostalgias de los cuatro Scherzos (conviene hacer caso omiso de que la palabra scherzo significa ``broma``, ya que los de Chopin no son humoradas, presentando más bien rebelión y desgarramiento, con algunos instantes de maravillosa poesía). En total, creímos sentir que no ofrecen a Pogorelich un acicate similar al que para él constituyen las imágenes del compositor ruso.

En el primer Scherzo, de 1835, impresionaron los contrastes entre el carácter espectral disonante y la dulzura de la antigua canción navideña polaca. El popular opus 31 fue entregado sin sentimentalismo, en forma por momentos un tanto rebuscada.

A medida que pasaron los minutos, las voces del piano se pusieron más y más roncas. El artista logró ceñir los elementos dispares del N 3 con férrea voluntad unitaria, y su toucher obtuvo prodigios en la sección concluyente del opus 54.
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