Federico Heinlein
12/3/1997
El Teatro Municipal abrió su temporada de conciertos 1997 con una esplendorosa presentación de la Misa de Réquiem, de Verdi. Artífice máximo de este logro fue el director titular Michelangelo Veltri. Totalmente identificado con la obra y su autor, supo obtener prodigios que, más allá de su radiación sonora, resultaron vivencias espirituales.
Con mano firme fusionaba los instrumentos, las voces, la liturgia y su contenido en totalidad viva, de mágica elocuencia.
Tuvo aliados poderosísimos en los cuerpos estables bajo su batuta. Ningún elogio sería suficiente para ponderar la excelencia del Coro del Teatro Municipal preparado por Jorge Klastornick, cuyo rendimiento es admirable en cualquier parámetro (fonética incluida). Ductilísimo ante toda indicación, alcanza las cúspides y profundidades que el maestro exige.
También la Orquesta Filarmónica de Santiago responde fielmente a cada estímulo de la iluminada dirección. Apenas un susurro en numerosos instantes, logra cumbres de intensidad si las circunstancias lo requieren.
¡Cuántos matices entre el soplo y el cataclismo, en estupendo empaste! Un cuarteto internacional de cantantes completó de manera orgánica el cuadro de artistas. Con su vibrato muy especial, la delicada voz de Christine Weidinger no siempre se amalgamaba a la perfección con el timbre de los colegas. Así y todo, la soprano particularmente en el “Libera Me” final que Verdi rescató del abortado homenaje póstumo colectivo para Rossini complementó con éxito el reparto de solistas.
La mezzo Jane Gilbert, el tenor Jorge Perdigon y el bajo Franco de Grandis cumplieron las temibles exigencias de sus respectivas partes con aplomo sensacional. No es del caso pormenorizar sus numerosas virtudes, que aportaron a esta función inaugural hermosura y fuerza inusitadas.
Subyugado por la calidad de la partitura y los aciertos de su entrega, el público aplaudió con entusiasmo a todos los participantes en esta hazaña artística.