Federico Heinlein
21/4/1997
En el teatro Universidad de Chile finalizó el ciclo de los 6 Conciertos Brandenburgueses de Bach, presentado por el director David del Pino con selectos ejecutantes de la Orquesta Sinfónica más un solista estadounidense invitado. De nuevo impresionó la diversidad en el reparto instrumental de estas obras, cada una distinta de las demás.
El Concierto No. 3 (Sol mayor) para tres violines, tres violas, tres chelos y continuo, se ofreció sin teclado. Encabezadas por el concertino Alberto Dourthé, las cuerdas hicieron una labor estupenda en el extraordinario primer trozo.
Algún desencanto produjo la cadencia frigia que constituye el movimiento central, la que se escuchó con un apenas convincente solo de violín. Bajo las claras indicaciones de David del Pino, el talante despreocupado del Allegro final adquirió la transparencia y vitalidad requeridas.
El Brandenburgués No. 5 (Re mayor) es una suerte de Triple Concierto para teclado, flauta y violín, acompañados por las cuerdas. De solistas actuaron Hernán Jara (flauta travesera), Alberto Douthé (violín principal) y Luis Alberto Latorre (clavecin). La entrega misma nos pareció de primer orden aunque al menos desde nuestra butaca se notó un constante desequilibrio entre el amplio volumen de violín y flauta y las voces intrínsicamente débiles del clavicémbalo de la Sinfónica.
Tan grande fue dicho desnivel acústico, que casi habría sido preferible usar un pianoforte, como solía hacerse a comienzos de siglo. Tratando de suplir con la imaginación la igualdad de fuerzas adecuada, pudimos aquilatar la gloria del primer Allegro, la tristeza del insondable Si menor central y las filigramas de la caprichosa Giga concluyente. El segundo concertino Aziz Allel encabezó el ripieno de violines y violas, reforzando la base de la estructura del violenchelista Celso López.
Ninguna desproporción sonora empañó la entrega del segundo Brandenburgués, hazaña culminante de este concierto. David del Pino obtuvo máxima eficiencia del grupo de arcos y el cuarteto de solistas.
Junto al brillante virtuoso norteamericano Jack Sutte con su aguda trompeta barroca, se lucieron la flauta travesera (Guillermo Lavado), el oboe (Cancio Mallea) y el violín (Alberto Dourthé), en la gloria inicial no menos que en el júbilo casi desenfrenado de la conclusión. Magia particular tuvo el Andante central, donde meditan flauta, oboe y violín solos sobre el continuo de chelo (Cristián Gutiérrez) y clavicémbalo.
Ante el magnetismo de esta música y la jerarquía de su ejecución, el auditorio permaneció largos minutos aplaudiendo con real entusiasmo, agradecido de una vivencia edificante como pocas.