Federico Heinlein
26/4/1997
Una vez más demostró su jerarquía el selecto coro mixto Ludus Vocalis. Guiados por la dirección segura del excepcional maestro Alejandro Reyes, los cantantes Irene Alvarado, Magdalena Amenábar y Patricia Herrrera (sopranos); Victoria Barceló y Veronica Silva (contraltos); César Arenas y William Child (tenores); Pablo Castro y Juan Pablo Villarroel (bajos) han accedido a esa rara calidad de canto coral que se distingue por su soltura, afinación acrisolada y notable variedad del matiz.
Este concierto de música religiosa, efectuado en la Santiago Community Church de Providencia, coincidió con el lanzamiento de su grabación de la “Missa pro defunctis”, de Orlando di Lasso, en un CD del sello SVR Producciones. Santiago Vera Rivera, responsable de la edición, y el propio Alejandro Reyes dirigieron algunas palabras informativas al público. A continuación, el Ludus Vocalis ofreció tres breves muestras (Lux aeterna, Réquien e In paradisum) de dicha obra del ilustre compositor, cuya economía de recursos obtiene resultados de magia prodigiosa.
Otro flamenco, Jacob Vaet, estuvo presente con una fogosa versión de “O quam gloriosum”. De la órbita romana cautivaron la dulce plenitud del “Christus factus est”, de Felice Anerio, y, sobre todo, el poderío y la envergadura espiritual de la Salve Regina, de Tomás Luis de Victoria.
Efecto irresistible suscitaron, igualmente, la radiación y fluidez del Sanctus, y el Agnus Dei para doble coro de la misa “Simile est regnum”, del mismo músico abulense.
Los compositores alemanes agrupados en el bloque final del programa eran, de algún modo, herederos de los grandes renacentistas, por más que ya pertenecen a otra época. Avasalladores fueron el júbilo del “Verbum caro factum est”, Hans Leo Hassler, discípulo de Andrés Gabrieli, y el énfasis entusiasta del motete “Das ist je gewisslich wahr”, de Heinrich Schuetz.
Ya del barroco tardío, las dos creaciones germanas finales de la presentación fueron acompañadas al órgano por el maestro. El motete “Komm, Jesu, komm”, de Bach, recibió una entrega de hondura entrañable. El motete a cinco voces “Erforsche mich Gott”, de Johann Ludwig Krebs, alumno de Juan Sebastián, empieza con una especie de minué en modo menor, al que siguen el cromatismo de una sección binaria y un solemne coral.
La numerosa concurrencia supo valorar debidamente el arte sublime del Ludus Vocalis. Prolongadas manifestaciones de aprecio consiguieron un encore (“O sacrum convivium”) que nos devolvió a la noble religiosidad del siglo XVI.